Sábado, 7 de junio de 2008 | Hoy
SOCIEDAD › UNA INVESTIGACIóN SOBRE LAS CONDUCTAS HUMANAS SE BASó EN EL SEGUIMIENTO DE CIEN MIL TELéFONOS MóVILES
Cuánto viajan las personas, dónde, con qué frecuencia. Un trabajo publicado en la prestigiosa revista Nature monitoreó cien mil celulares en una ciudad para investigar el comportamiento humano. Ciencia y privacidad, toda una polémica.
Por Mariano Blejman
La primera escena de la última película del superagente Jason Bourne (Bourne, El ultimátum) muestra cómo un equipo especial de investigación de los Estados Unidos es capaz de meterse en prácticamente cualquier lado, crackear cualquier celular y escuchar cualquier conversación que atañe a la “seguridad nacional” con un poco de tiempo, y un par de llamados telefónicos a las operadoras o servicios de Inteligencia de otro países. Pues bien, lejos del vértigo que propone la ciencia ficción, los científicos César Hidalgo y Albert László Barabási de la Noreasthern University de Boston utilizaron elementos de esa “realidad” para perseguir a unas cien mil personas durante seis meses a través de su teléfono celular, con el fin de “estudiar sus comportamientos”.
El Gran Hermano, un poroto. El futuro llegó, y fue publicado el jueves pasado en la prestigiosa revista Nature: el mapeo de los movimientos de la humanidad a gran escala ha sido importante para la planificación, el tráfico y la prevención de epidemias. Además de algunos estudios sobre animales, y la investigación de Drick Brockmann en la Universidad de Illinois –persiguiendo billetes de un dólar durante años, ¡qué locura!–, el estudio sentencia que los comportamientos humanos muestran un alto grado de regularidad espacial y temporal: “No somos tan libres en el traslado como los animales salvajes”.
Por las dudas, advirtieron, la investigación se hizo fuera de los Estados Unidos. Entre otras conclusiones, se supone que la mayoría de la gente “rara vez se mueve más de algunos kilómetros de su casa”. Los resultados revelan qué poco se mueve la gente en sus vidas cotidianas: tres cuartos de las personas estudiadas pasa más de la mitad del año dentro de un círculo de 32 kilómetros. La mitad de la gente se queda en un círculo de no más de diez kilómetros, y el 83 por ciento se queda en un círculo de 60 kilómetros. Pero, también, hay gente que viaja mucho (“los súperricos”, dice Hidalgo), que se mueve más de 240 kilómetros cada fin de semana. Además, el 3 por ciento se mueve alrededor de 320 kilómetros, y menos del 1 por ciento viaja seguido en un círculo de unos mil kilómetros. “Cuando se mira la población, no podemos saber cómo se trasladan, pero los celulares nos permitieron entender sus movimientos”, dijo Hidalgo.
Rápidamente, claro, la polémica apretó la tecla send: el primer estudio conocido sobre comportamientos humanos a través de teléfonos celulares puso sobre la mesa la cuestión de la privacidad y la ética tanto en las investigaciones científicas como en la información que son capaces de generar las empresas de telefonía. ¿Si esos datos son utilizables, quién puede certificar que no sean vendidos o traficados con fines menos santos? Como sea, la manera en que monitorearon a los ciudadanos podría ser ilegal dentro de Estados Unidos.
Por ello, los científicos no informaron en qué ciudad se realizó. Simplemente describieron el lugar como una “nación industrializada” (que no es Estados Unidos). El estudio fue realizado con los registros de una compañía privada, cuyo nombre tampoco fue informado. Lo que da credibilidad a la investigación es que la publicación se hizo en la tapa de la Nature el jueves 5 de junio. La revista es conocida por su estricto chequeo de procedimientos en materia de investigación.
Los investigadores usaron las torres para seguir las posiciones individuales donde los “perseguidos” hicieron o recibieron llamadas o mensajes de texto durante seis meses. En un segundo paso, los investigadores tomaron otros 206 celulares que sí tienen tracking devices (herramientas de seguimiento) y obtuvieron los registros de sus locaciones cada dos horas durante un período de una semana.
El estudio fue levantado rápidamente por el portal on line de la revista Wired (una de las más influyentes en el mundo de la tecnología), y también llamó la atención sobre la cuestión de la privacidad. Este tipo de seguimiento no consensuado es ilegal en Estados Unidos, según le dijo a la revista Wired Rob Kenny, portavoz de la Federal Communications Commission, sin embargo el tracking “consensuado” no sólo es legal, sino que también es un servicio que las empresas ofrecen libremente.
El coautor de la investigación, Albert-Lázló Barábasi, dijo a la Wired que “éste es un nuevo paso para la ciencia. Es la primera vez que tenemos la oportunidad de seguir objetivamente ciertos aspectos del comportamiento humano”. Pero rápidamente, los autores salieron a defenderse: Barábasi dijo que gastó la mitad del tiempo del estudio en cuestiones de privacidad, que no conocieron los números telefónicos de los “investigados”, porque fueron “codificados en 26 letras y números”. También aseguraron que no conocieron el lugar “exacto” donde se encontraban los números sino “a qué torre se conectaban cada vez”.
Barábasi dijo que no chequeó la investigación con ningún panel de ética, mientras que Hidalgo aseguró que “no era necesario” porque el experimento “envolvía a la física y no a la biología”. Sin embargo, el especialista en bioética Arthur Caplan, de la Universidad de Pennsylvania, dijo que “deberían haberlo hecho”. Los estudios sobre comportamientos humanos convencionales se realizan en lugares públicos “pero mi celular es personal, seguirlo y conocer sus movimientos es una actividad intrusiva en la privacidad de las personas”, dijo Caplan. También habló Paul Stephens, director de Privacy Rights Clearinghouse en San Diego: “Mucha gente –advirtió– no quiere ser seguida y no debería serlo sin su consentimiento”. Y sí.
Entonces, aquí viene la cuestión: “En manos equivocadas la información podría ser usada con malas intenciones”, dijo Hidalgo. “Pero en manos de científicos, lo que tratábamos era de seguir patrones, no de hacer algo maligno. Estamos tratando de hacer el mundo un poco mejor”, se excusó, sin moverse de su asiento, celular en mano. Ante la llegada del fin de semana, en el foro de Nature –que también tiene moderador, y para escribir hay que registrarse con datos ciertos– otros científicos e investigadores ponían el foco en la “revelación” del coautor Barábasi de que no había consultado a ningún panel ético. “Es el viejo ‘confíen en mí, yo sé lo que hago’”, escribía John McHaffie, invitando a estos investigadores –¿por SMS?– a tomar un curso acelerado de ética científica.
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