SOCIEDAD › COMO CURAN LOS MEDICOS QUE SE DISFRAZAN DE PAYASOS

La terapia de la risa

Son profesionales de la salud que, con nariz de payaso, usan el chatarrango, mitad chata, mitad charango. O el médico vudú, para que los pacientes se desquiten. Ya son 300 y recorren los hospitales en busca de la risa que ayude a curarse y vivir o, llegado el caso, que ayude a bien morir. Su práctica incluye el psicoanálisis y la teoría teatral.

 Por Pedro Lipcovich

Nada más serio que un payaso. Esta verdad, que todo niño ha intuido, se torna rigurosa tratándose de los payamédicos argentinos: son profesionales de la salud que se han formado en las técnicas del clown para generar, en pacientes de hospital y otras instituciones, una risa que ayude a curarse y vivir o, llegado el caso, que ayude a bien morir. A diferencia de payamédicos de otros países –empezando por el sentimental y pintoresco personaje de la película Patch Adams–, los argentinos buscan sustentar su práctica en una búsqueda que incluye el psicoanálisis y la teoría teatral, sin omitir la investigación de los valores de tensión arterial y frecuencia cardíaca antes y después de sus intervenciones. Pero, lectores, la función está por comenzar. Pasen y vean a la adolescente que, persiguiendo a un hospianimal, se cura; pasen y vean al hombre que, antes de su último viaje, aprendió cómo se juega a viajar; pasen y vean el estetosflorio y la jeringaraca y al único hombre en el mundo que, con un tubo en la tráquea, es capaz de reír.

Hay una prehistoria de los payamédicos argentinos, que se inicia en 1998, cuando el médico José Pellucchi funda Hospiteatro, que representaba escenas ante la cama del paciente. Desde el año 2000, “nos pusimos la nariz de clown”, recuerda Pellucchi, que en 2003, junto con la psicóloga Andrea Romero, fundó oficialmente la agrupación Payamédicos. Hoy son 300 payamédicos en todo el país. Trabajan –siempre como voluntarios– en hospitales de Salta, Neuquén, Resistencia, Rosario, Bahía Blanca. “En la ciudad de Buenos Aires estamos en el Clínicas, en el Bonorino Udaondo, en el Ramos Mejía, el Alvarez y en el Muñiz, donde trabajamos con chicos con inmunodeficiencia. También vamos a geriátricos como el Ledor Vador, de la colectividad judía. En La Plata, estamos en el Hospital de Niños Sor María Ludovica, y pronto estaremos en los hospitales Rossi y San Martín”, cuenta el fundador.

Las payasadas de los payamédicos son complejas y se planifican caso por caso. Por ejemplo, cuenta Pellucchi, “una adolescente había sido operada de una desviación en la columna vertebral; gracias a esa intervención pasó a ser más alta: ahora parecía más una mujer, y no ya una nena. Pero eso, así de golpe, puede no ser fácil en la adolescencia, esa edad que se debate entre la niñez y la adultez. Y ella, después de la operación, se quejaba de dolores que le impedían caminar; los traumatólogos no le encontraban causa a ese dolor, y para la rehabilitación era muy importante que ella caminara. Entonces, pidieron nuestra ayuda. Los payamédicos, luego de estudiar el caso, organizamos un safari fotográfico, no por la selva sino por el Hospital de Clínicas: un payamédico, junto con la chica, trataban de fotografiar a otro payamédico que era el hospianimal, que sólo permitía que se viera su cola, nunca se dejaba fotografiar entero; allá iban todos por los rincones del Clínicas y el hospianimal siempre se escapaba. Hasta que ‘Uy, mirá lo que caminé y no me dolió...’ –recuerda Pellucchi que dijo la chica–. Así la paciente pudo comenzar su rehabilitación y a los tres días se fue de alta.”

La jornada de trabajo voluntario de un payamédico dura varias horas. La primera hora se dedica a obtener información sobre cada paciente, con los médicos y enfermeras que lo atienden. “Cuanto más podamos saber del paciente, mejor, porque eso nos ayuda a evitar decir o hacer cosas que puedan resultarle hirientes, como en el caso de la adolescente que no podía caminar, a trabajar con su deseo; nuestras intervenciones, aunque se den en el plano del humor y de lo estético, siempre apuntan a un cambio.”

Sigue una media hora para vestirse y maquillarse y después, sí, una hora y media o dos horas de actuación, ante tres, cuatro o cinco pacientes sucesivos. “Trabajamos con todas las patologías y con todas las edades.” En general, actúan de a dos. “Pero a veces es uno solo: por ejemplo con bebés o con pacientes terminales, que han hecho una relación importante con un payamédico en especial y prefieren esa intimidad.”

Pero, ¿qué relación puede haber entre un payaso y un moribundo?

“Uno de nuestros ocho grupos de investigación, coordinado por una psicóloga especialista en cuidados paliativos, se dedica a la tanatología, a la cuestión de la muerte –contesta Pellucchi–. Tratamos de que cada uno de noso-tros tenga la mayor preparación sobre este tema, que nos planteamos desde la perspectiva filosófica en autores como Baruch Spinoza. Pero sólo trabajamos a partir de lo que el paciente plantea. Nuestro trabajo es distinto de lo que puede verse en la película Patch Adams (con Robin Williams), donde la cuestión de la muerte se trata en forma más directa. En nuestro trabajo, la muerte suele aparecer a través de metáforas. Es frecuente el tema de los puentes, en el imaginario la muerte suele presentarse como ese lugar de tránsito. Recuerdo un paciente jujeño, que precisamente trabajaba en el puente por donde, desde La Quiaca, se pasa a Bolivia y, en sus últimos días, el trabajo se organizó alrededor de puentes que llevaban a otros planetas, otros lugares, y todos sabíamos que el puente era otra cosa. Otro paciente, paraguayo, iba a volver a su país a morir, y quiso trabajar ese viaje jugando con un tren; le llevamos un tren de juguete, y resultó una intervención muy intensa porque él nunca había tenido juguetes, su infancia había sido muy dura y por primera vez en su vida tenía un juguete. No se habló de que ese viaje en el tren de juguete era su despedida.”

–Sus ejemplos muestran una participación muy activa de los pacientes.

–Sí –contesta Pellucchi–. Para nosotros, un signo de buena respuesta terapéutica es la “payasización” del paciente: se payasiza, no sólo porque en su cama pueda ponerse una nariz de clown, sino porque empieza a usar un lenguaje que escapa de lo real. Nosotros jamás hablamos de lo real; el clown no habla directamente de la enfermedad y la muerte, sino que tiene un lenguaje fantasioso, poético. Y cuando el paciente también empieza a hablar de ese modo se generan cosas muy intensas. Es difícil explicarlo, los artistas lo pueden entender, pero no hace falta ser artista para transitar esto, o todos podemos devenir artistas y generar ese espacio intermedio en el que el clown se mueve.

Pero entonces, ¿qué es un clown? Es un actor que ha roto “la cuarta pared”.

“En las obras de teatro –observa Pellucchi–, el actor no se relaciona directamente con el público: no lo mira, o mira en forma abtracta, como si hubiera una pared, la llamada cuarta pared del escenario; el payaso, en cambio, se vincula con su público, lo hace participar. Pero –puntualiza el payamédico– nunca se permite hacerle pasar un mal momento. El clown no es ni agresivo ni erótico; si fuese agresivo, sería, en términos técnicos, un clown ‘abufonado’; y la vertiente erótica conduce al burlesque, género que está en el origen del café concert.”

Pero volvamos al hospital.

“Después de una intervención payamédica donde el paciente se rió mucho, suele caer la necesidad de sedantes y analgésicos, incluidos los opioides –destaca el doctor Pellucchi–. Hay estudios que vinculan la risa con la liberación de endorfinas, esas drogas que produce el propio organismo, pero no se trata del gesto mecánico de reír. Y nuestro propósito no es liberar endorfinas, sino que nos gusta el arte de hacer reír, nos encanta la producción en conjunto con los pacientes. Y, sí, hay correlatos fisiológicos: uno de nuestros equipos de investigación examinó a 50 pacientes antes, inmediatamente después y 20 minutos después de la intervención de payamédicos: la frecuencia cardíaca y la presión arterial disminuían después de las intervenciones, excepto casos en los que, primero, aumentaban, y, después, disminuían por debajo del nivel inicial. Este último perfil puede vincularse con la catarsis, ese fenómeno que se produce cuando el sujeto puede dar expresión al hecho traumático”, dice el payamédico, y lo explicará.

Payamédico vudú

“En materia de catarsis, nuestro número paradigmático es el payamédico vudú: apelamos a este procedimiento en niños o adultos que han sido muy castigados por intervenciones médicas invasivas. El número empieza con un payamédico que, en papel de vendedor, le vende al paciente un muñequito. Este muñeco, vestidito con guardapolvo y barbijo, sirve para controlar, a la manera del vudú, a un segundo payamédico que se presenta vestido igual que el muñequito, y así el paciente puede desquitarse de todo lo que le hicieron: se lo provee de agujas, jeringas, de todo el instrumental con que lo agredieron; el paciente puede pinchar, sacudir, pegarle al muñequito y lo que él haga lo verá, ampliado, en el cuerpo del clown. Así no sólo se ríe a carcajadas, sino que reproduce en forma activa la escena traumática.”

Además, los payamédicos tienen su propia utilería. “Son objetos desdramatizadores –define Pellucchi–. Por ejemplo, el chatarrango, cruza de la chata donde los pacientes hacen sus necesidades, con el charango. Lleva un encordado, efectivamente hace música y hay payamédicos que saben tocarlo. El estetosflorio es un estetoscopio común, pero en su extremo tiene una flor. La jeringaraca, mitad jeringa y mitad maraca, es una jeringa para inyecciones rellena con mostacillas.”

Pero también hay objetos que se eligen o se fabrican para cada caso en particular: “Había un paciente, un hombre que necesitaba tubo de oxígeno y en relación con esto se había armado un juego de exploración submarina con peces, pulpos. Sucedió que se agravó y lo llevaron a terapia intensiva: en el cielorraso de la sala, el único lugar que él podía ver, los payamédicos pegaron unos pececitos recortados, y él se puso a reír. Fue muy raro ver reír a alguien que tenía puesto un tubo endotraqueal. Y no es común que alguien, antes de morir, se ría”.

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Imagen: Guadalupe Lombardo
 
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