Domingo, 2 de agosto de 2009 | Hoy
SOCIEDAD › UNA EXITOSA EXPERIENCIA SOBRE PREVENCION DE SIDA EN TRAVESTIS; UN EQUIPO MEDICO QUE AHORA NO TIENE APOYO DEL GOBIERNO PORTEÑO
El Servicio de Inmunocomprometidos del Hospital Ramos Mejía llevó a cabo un programa especial, junto a la Fundación Buenos Aires Sida y una organización trans, que logró multiplicar por tres las atenciones a travestis. En el equipo, ahora, faltan nombramientos y reemplazos.
Por Pedro Lipcovich
El primero de los personajes es una travesti: desenvuelta, decidida, avanza por los pasillos de un hospital público tradicional; llega a los distintos servicios, avanza, se apropia. Los siguientes personajes son travestis, también: guiadas por la primera, miran, se enteran, responden con risas nerviosas, parecen a punto de escapar. Otro personaje es un médico, que acompaña y autoriza a los personajes ya descriptos; es joven, no puede disimular alguna timidez. El último grupo de personajes son los restantes médicos y enfermeras del hospital: asombro, interés, disgusto, alguna procacidad y risas nerviosas, quizá tan nerviosas como las risas de las travestis. Esta escena se reiteró en el Hospital Ramos Mejía, de la ciudad de Buenos Aires, y formó parte de una de las experiencias más profundas en el mundo para propiciar el acercamiento de personas trans al sistema de salud: su resultado fue multiplicar por tres las consultas de gente trans, centradas en el diagnóstico y tratamiento del VIH/sida como puerta de entrada para una atención integral de la salud. El programa tiene lugar en un servicio cuya calidad de atención –medida por un programa de monitoreo– es similar a la de los mejores servicios neoyorquinos: sin embargo, esta organización está a punto de desbaratarse porque el gobierno de la ciudad se niega a designar personal imprescindible.
El Programa de Facilitación de Acceso al Sistema de Salud en la Población Trans de la Ciudad de Buenos Aires reunió al Servicio de Inmunocomprometidos del Hospital Ramos Mejía, a la Fundación Buenos Aires Sida y a la Asociación de Travestis, Transexuales y Transgéneros de la Argentina (Attta). Se desarrolló entre 2007 y 2008, con financiación del Fondo Mundial de Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria.
“Este proyecto partió del diagnóstico de una grave necesidad”, advierte Marcelo Losso, director del Servicio de Inmunocomprometidos del Ramos Mejía: se refiere a la investigación según la cual el 27,6 de las personas trans que consultaban testearon positivo para el VIH (ver aparte). “El sector trans muestra una realidad sanitaria dramática, con muy pobre acceso al sistema de salud”. La herramienta decisiva fue “establecer una alianza estratégica con dos ONG que trabajaban en este campo y organizar dos ejes de trabajo: ‘intramuros’, dentro del hospital, pero también ‘extramuros’”.
Javier Toibaro, médico en el Servicio de Inmunocomprometidos y coordinador del programa, es ese que acompañaba a las travestis en su recorrida por el Ramos Mejía: “No se dieron situaciones agresivas con el personal del hospital –recuerda–; al principio me cargaban, ‘¿En qué te metiste?’, me decían. Culturalmente, el hospital no estaba preparado para este tipo de situación, pero, a medida que el programa avanzó, las actitudes fueron cambiando. Las promotoras recibían a las ‘chicas’ que venían a consultar y generaban para ellas un circuito intrahospitalario amigable, en los mismos servicios donde ellas, en su momento, habían tenido problemas de trato”.
Claro que las dificultades también se presentaban desde las trans: “Supongamos, alguien pide un turno en un servicio y le dan para dentro de tres meses: ‘¡Ah, es porque soy trans!’. Y no, es porque eso pasa en muchos servicios hospitalarios”, apunta el médico. Algo, muy simple, que ayudó mucho, fue “que en el hospital empezaron a conocerlas. Por ejemplo, yo a todas las chicas trans les pedía una radiografía de tórax para control: entonces, iban a pedir turno en el mismo lugar y esa cotidianidad hizo que el trato fuera más ameno”. También es conveniente que el personal de salud respete el particular pudor que puede manifestar esta población: “A veces la consulta se complica porque no quieren ser revisadas; en algunos casos la revisación debe postergarse para una segunda consulta, y a veces les resulta más fácil si la médica es una mujer”, explica Toibaro.
En la selección y capacitación de las promotoras intervino la Attta, ya que “en nuestra organización contamos con promotoras de salud y de derechos humanos”, puntualiza su titular, Marcela Romero.
El programa, además, ofreció docencia y talleres sobre la problemática trans para los profesionales y personal de todo el hospital: “Llevamos a antropólogos y psicólogos con trabajo en el tema –cuenta Toibaro–. Yo me ocupé personalmente de invitar a todos los servicios del hospital: en algunos hubo interés, en otros no tanto; el solo hecho de que, en un servicio, un profesional se acercara a ver de qué se trataba nos hacía pensar que no iba a tener una actitud de rechazo por la problemática trans”. Cuando, en 2007, el Ministerio de Salud de la ciudad dictó la Resolución 2272, por la cual los establecimientos deben “respetar la identidad de género adoptada o autopercibida de quienes acudan a ser asistidos”, los talleres del programa contribuyeron a hacer entender y cumplir la norma.
El programa incluyó un aspecto decisivo –e infrecuente en el sistema de salud argentino–: la salida a la comunidad, para el cual fue decisiva la alianza con organizaciones de la sociedad civil.
Alejandro Freyre –coordinador general de Fundación Buenos Aires Sida–- recuerda que “ya en 2001 nos vinculamos con el Servicio de Inmunocomprometidos del Ramos Mejía para contribuir a hacerlo más amigable para las personas trans. Desde 2000, habíamos organizado una asesoría para esta población, con eje en la entrega de preservativos: lo primero fue lograr que algunas de las chicas trans se hicieran cargo de entregar preservativos a otras, y a partir de esto se fueron capacitando”.
Es que “el asesoramiento sobre el uso del preservativo, en un marco de confidencialidad, incluye cuestiones muy específicas e íntimas, y abre un diálogo que puede culminar en cuestiones como denunciar ante el Inadi una práctica discriminatoria en algún servicio de salud, o acompañar al hospital a una persona que no se anima a ir sola”, explica Freyre.
En el marco del programa, “una extraccionista del Ramos Mejía iba a nuestra sede en el barrio de Constitución para tomar muestras de sangre; las propias trans de la fundación llegaron a ocuparse de asesorar a las chicas antes de la extracción, en lo que se denomina consejería pretest, y también de participar en la entrega de los resultados”, cuenta Freyre.
También, agrega Toibaro, “fuimos a hacer testeos de VIH en hoteles donde viven personas trans, y entregábamos los resultados en los mismos lugares”.
Las acciones intra y extramuros se mostraron eficaces en facilitar el acercamiento al sistema sanitario: “La cantidad de consultas iniciales de personas trans al centro de testeo se multiplicó por tres”, según consta en el informe elevado al Fondo Mundial de Lucha contra el Sida. Tal como estaba previsto, el programa duró aproximadamente un año, entre 2007 y 2008. Terminado este lapso, “la cantidad de consultas volvió a decaer”, admite Marcelo Losso. Este retroceso se produjo “aun en un servicio como el nuestro, que ofrece amplia extensión horaria y es considerado muy amigable, en comparación con otros efectores” (ver recuadro).
El recurso clave que cesó al terminar la financiación fue la presencia de las promotoras: “Queda claro así que, sin la alianza con los pares, es muy difícil sostener una estrategia de aproximación de las personas trans al sistema de salud”, concluye Losso. El servicio ya inició gestiones para que el Fondo Mundial financie una segunda etapa del programa. Toibaro observa que “hace falta más tiempo para lograr lo que buscamos: que cualquier persona trans pueda y quiera ir al hospital, sin necesidad de ser acompañada por un par, y ser bien recibida”.
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