Domingo, 2 de agosto de 2009 | Hoy
SOCIEDAD › EL 30 POR CIENTO, INFECTADAS CON VIH
Por Pedro Lipcovich
Cerca del 30 por ciento de las personas trans que se testearon en el Ramos Mejía, a lo largo de más de tres años, resultó tener el VIH. Y más del 40 por ciento tenía sífilis. Todas las consultantes eran trabajadoras sexuales, con relativamente bajo nivel de educación formal. Además, muchas padecían dolencias vinculadas con la administración de hormonas o con implantes de siliconas efectuados mediante aceite industrial; hasta el 76 por ciento de ellas se habían efectuado estas aplicaciones, tan dolorosas como peligrosas.
La revista Medicina (Buenos Aires) publicó este año el trabajo “Infecciones de trasmisión sexual en personas transgénero y otras identidades sexuales”, realizado por Marcelo Losso, Javier Toibaro, Juan Ebensrtejin, Angel Parlante y Patricia Burgoa –del Servicio de Inmunocomprometidos del Hospital Ramos Mejía–, Alejandro Freyre –de Fundación Buenos Aires Sida– y Marcela Romero –de la Asociación de Travestis, Transgénero y Transexuales de la Argentina–. El estudio incluyó pacientes que habían concurrido a efectuarse análisis de VIH entre el 1º de noviembre de 2002 y el 1º de abril de 2006. De un total de 4118 testeos efectuados en ese lapso, 105 correspondieron a “personas transgénero, todas las cuales eran trabajadoras sexuales”.
La edad promedio de estas personas fue 28 años (la menor tenía 17, la mayor 62). La prevalencia de infección por VIH resultó del 27,6 por ciento: 29 personas sobre 105. En la población general que había ido a testearse, la prevalencia de VIH fue de 6,2 por ciento (en la población general del área metropolitana, la prevalencia probable –inferida de la tasa de infección en mujeres embarazadas, que habitualmente se testean– es del 0,8 por ciento).
El estudio señala que “el bajo nivel educativo y de ingresos, el consumo de alcohol, el abuso de drogas y los antecedentes de infecciones de trasmisión sexual fueron significativamente más frecuentes en las personas transgénero”. Además, “todas las personas transgénero que se estudiaron fueron trabajadores sexuales, mientras que en las personas no transgénero analizadas, la proporción de trabajadores sexuales fue de 2,3 por ciento”. Además, el 42,3 por ciento de estas personas trans testearon positivo para la sífilis; entre la población “no transgénero” que fue a testearse, los que padecían esta enfermedad llegaban al 18,1 por ciento.
Marcelo Losso –jefe del Servicio de Inmunocomprometidos del Ramos Mejía– comentó que “la sífilis, que como muchas enfermedades se adquiere por contacto sexual sin protección, se trasmite con mucha más facilidad que la infección por VIH: el germen es más eficiente para pasar de un individuo a otro; la gonorrea lo es todavía más”.
“La sífilis, siempre y cuando se la diagnostique, es razonablemente fácil de curar con antibióticos, pero su presencia, como la de otras infecciones de trasmisión sexual, incrementa significativamente el riesgo de adquirir el VIH; esto se vincula con las lesiones que la sífilis produce, aun cuando no sean visibles. En todo caso, la presencia de sífilis es un marcador adicional de las pobres medidas de prevención que adoptan estas trabajadoras sexuales trans”, observó Losso.
Según la investigación publicada en Medicina (Buenos Aires), sólo el 13,3 de las testeadas trans revelaban un “uso correcto del preservativo”. Cierto que en los “no transgénero”, el uso correcto no superaba el 17,9 por ciento. En todo caso, “la alta prevalencia de infección por VIH y sífilis en esta población supone un uso irregular o inadecuado de las medidas de prevención necesarias. En cambio, estudios previos en mujeres trabajadoras sexuales de nuestro país mostraron una prevalencia de infección por VIH de 4,5 por ciento, marcadamente menor a la observada en este trabajo”.
Además, la población trans padece con frecuencia otras enfermedades. Por de pronto –coherentemente con sus precarias condiciones de vida–, la tuberculosis: “Entre nuestras pacientes de este grupo, fue la causa más frecuente de internación –señaló Javier Toibaro, médico del Servicio de Inmunocomprometidos del Ramos Mejía–; antes del Programa de Facilitación de Acceso al Sistema de Salud (ver nota principal) llegaban ya con la enfermedad muy avanzada, con mucho deterioro: eso mejoró”.
Además, “hay patologías específicas vinculadas con la aplicación de siliconas y el uso de hormonas sexuales femeninas –agregó Toibaro–. De las pacientes que atendí en el hospital, el 36 por ciento refería uso de hormonas, el 50 por ciento decía haberse aplicado siliconas por lo menos una vez, y el 13 por ciento haberse hecho prótesis corporales por cirugía, mucho más caras”. Sin embargo, estos números eran mayores en las trans que fueron encuestadas por integrantes de ONG, fuera del hospital: “El 55 por ciento refería uso de hormonas y el 76 por ciento admitía implantes de siliconas; las prótesis, en cambio, bajaban al 6 por ciento”. Toibaro atribuye la diferencia en los datos a que “cuando la entrevista la hacen pares, surgen datos que a veces se ocultan a un médico”.
En cuanto a las hormonas femeninas, “en general las toman en forma intermitente: a menudo producen intolerancia gastrointestinal, también suelen causar impotencia, siendo que su desempeño como trabajadoras sexuales implica utilizar el pene”.
Respecto de las siliconas, “usan aceite industrial, que se aplican unas a otras; es un procedimiento bastante cruento, muy doloroso –contó Toibaro–. Pensemos en cuánto duelen las inyecciones de antibiótico cuando la dilución es en aceite. Bueno, ellas pueden llegar a inyectarse cuatro litros de aceite industrial, en los pechos, la cara, las pantorrillas, los muslos; durante uno o dos días se fajan alrededor, para que adopte la forma adecuada. Y después suele haber complicaciones: dolor, infecciones. Además, con los años la forma del cuerpo va cambiando, las siliconas se reacomodan y traen problemas. Lo peor es que, como la silicona se mete entre las fibras musculares, si se inflama o se infecta no se puede simplemente retirar el implante: hay que quitar músculo”.
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