Domingo, 16 de agosto de 2009 | Hoy
SOCIEDAD › OPINION
Por Alejandro Kaufman *
Los medios hegemónicos atraviesan en la Argentina una gravosa condición ético-política: han eludido la revisión de las complicidades, responsabilidades y omisiones con que muchos de sus protagonistas empresariales y profesionales actuaron en la dictadura de 1976. En cualquier debate sobre la actualidad de los medios, desde las condiciones estructurales de monopolio hasta la continuidad de liderazgos indemnes desde aquellos años horribles, una y otra vez se verifican las consecuencias que ocasiona una forma de poder intangible e impermeable a las críticas, cuestionamientos o demandas de justicia. Cientos de trabajadores de la prensa son rehenes de un poder monopólico que restringe la oferta laboral a escasas alternativas, y que por este solo hecho adquiere cualidades coactivas sobre los asalariados. El alcance y la sofisticación de las retóricas y estéticas mediáticas ocultan con una eficacia que haría enverdecer de envidia a los tiranos más contumaces su carácter de garantes de hegemonías superiores en consistencia a discursos políticos, religiosos o sociales. El poder mediático oculta su naturaleza detrás de pretensiones de transparencia y verdad exhibidas con procedimientos que subyugan los poros vulnerables de la sensibilidad.
Códigos éticos edulcorados y formulados con negligencia, sin considerar la historia y la memoria recientes, redactados para no herir las susceptibilidades de los medios hegemónicos, al abstenerse de cuestionar legitimidades que no se discuten ni revisan, son inocuos como instrumentos de resistencia o defensa de derechos humanos. La ruindad presente en tantas exhibiciones nauseabundas, reñida con cualquier criterio elemental de convivencia política y social, es descrita con benevolencia, sin ánimo alguno de incidencia decisiva.
Frente a las hegemonías mediáticas, la sociedad civil está indefensa, desprovista de recursos sustanciales de intervención frente a la impunidad con que nuestra telúrica industria del espectáculo ofrece sus productos al mercado. El núcleo de la cuestión no reside solamente en el monopolio. Cuando algunos programadores de medios públicos creen que para comunicar cualquier cosa deben introducir figuras de la farándula o de la industria, refrendan así el triunfo de las retóricas dominantes: ya no importa tanto entonces lo que se dice sino la estrella que lo dice. No es solo la “metodología” de ocultación o manifestación de la cámara aquello que define el asunto. Tampoco podríamos fijar una mera regla de pureza. Pero sí podríamos –tal vez– demandar la restitución de límites que los medios argentinos perdieron hace mucho tiempo.
* Director de la carrera de Ciencias de la Comunicación (UBA).
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