SOCIEDAD › EL AUGE DE LOS QUE SE DEDICAN A PLANTAR Y CUIDAR UNA FLOR SIEMPRE ASOCIADA A LO EXCLUSIVO

Orquídeas pasión de multitudes

A las exposiciones van de a miles. Tienen páginas de Internet, blogs y reuniones periódicas para intercambiar experiencias y aprender sobre los cuidados. Algunos lo hacen para combatir el estrés, otros por puro placer. Son los nuevos fanáticos de las orquídeas.

 Por Soledad Vallejos

Por Soledad Vallejos

De ser sinónimo de las femmes fatales e ingrediente imprescindible en las escenas del glamour, las orquídeas fueron aprendiendo a ocupar otros espacios en el universo floral del planeta. Son sólo flores, tal vez, pero en ellas pueden cifrarse deseos, costumbres y hasta misterios nada fáciles de comprender. En la Argentina, por ejemplo, van construyendo un mercado (con productores, clientes, plantas que se codician y cotizan) que, créase o no, tiende a pegar sus estirones en tiempos de crisis: el impulso inicial para convertir lo que era un mundillo de productores desperdigados en un conglomerado unido y con acciones en común data de 2001, cuando –aún en plena convulsión económica– se fundó la Asociación de Productores y Cultivadores de Orquídeas de Argentina (Apcoa, www.apcoa.org). En 2002 el frente, lejos de flaquear, se fortaleció y hasta cimentó un crecimiento sostenido. Como si de ceremonias cada vez menos secretas se tratara, productores e iniciados se reúnen periódicamente en exposiciones a las que nada de las orquídeas, esas bellezas que cotizan entre los 50 y los 1500 pesos, les es ajeno: algunos compran sus primeras plantas con ilusión o resquemor y hasta mera curiosidad, otros buscan consejos, aprenden secretos; algunos más solamente buscan compartir experiencias. El mundo de los aficionados y fans también se expande: de 1500 que asistían en las primeras, las últimas exposiciones treparon hasta 10.000 entradas vendidas. Desde el viernes pasa otro tanto, como bien puede verse en la Fiesta de Orquídeas que a partir de entonces (y hasta mañana) se está produciendo en el Centro Okinawense (San Juan 2651, de 10 a 19).

Mundos paralelos

Aunque un poco de civilidad ayude a disimular, provoca adicción. ¿Qué otra cosa haría que alguien levante el teléfono para contar, como quien anuncia un nacimiento, que una planta cuidada durante años finalmente ha florecido? El amor, la pasión, se arriesgará, y tal vez sea cierto, pero la experiencia lleva a los Ogata a decir que las orquídeas provocan una combinación de todo eso, y un poquito más también. “De a poco despierta fascinación, se vuelve compulsivo... Y ver a la gente a veces es una sorpresa, porque no te imaginás de ciertas personas que pueden entusiasmarse así. Otras veces directamente me da envidia, ¡yo quiero sentir eso otra vez!”, dice Yuki Maehama, siguiendo los pasos de su marido. El, Gustavo Ogata, se adelantó lo suficiente para llegar a la puerta de una casita, abrirla y escuchar la admiración que despierta ver un mar verde esmeralda quietísimo y vegetal. Hay diez, veinte, cientos de orquídeas con flores en ciernes; de momento, muchas de ellas son apenas hojas, creciendo al amparo de un plástico que hace las veces de cielo protector.

Los Ogata son, casualmente, quienes insistieron para que la asociación dejara de ser una idea loca de algunos trasnochados. Gustavo había heredado la afición directamente su padre, Kiyoaki, un ingeniero agrónomo que a fines de los ’50 dejó atrás un Japón convulsionado por el fin de la guerra y se instaló en Florida. Poco después, casó con Michiko Oyama, una vieja amiga de su país de origen que también viajó para instalarse en medio del territorio bonaerense. En la provincia de Buenos Aires armaron viveros, plantaron orquídeas. Kiyoaki se dedicó, inicialmente, a comercializar la flor cortada.

En ese mundo de colores creció Gustavo, que en los ’90 viajó a Japón decidido a instalarse en la tierra de sus mayores sólo para descubrir allá los encantos y posibilidades del universo que había conocido como niño bonaerense. Hicieron falta esos ocho años fuera del país para que Gustavo comprendiera que, en realidad, su vida futura estaba en la Argentina, en medio de todo aquello que lo había rodeado desde pequeño y de lo que sólo en Japón aprendió a apropiarse. Ese viaje, dice, le sirvió para entender que era posible hacer un cambio de escala: había que convertir el mundillo de microemprendimientos más bien familiares que significaba aquí el cultivo de orquídeas en un universo profesional. En el camino, también había que crear un público nuevo y desarrollar la capacidad de interesar a néofitos totales.

Las cifras, en crecimiento, de asistencia a sus exposiciones y talleres, los niveles de venta, los foros especializados en Internet, la demanda de clientes de todo tipo (hoteles de lujo, cadenas de tiendas, organizadores de eventos, sedes de otros países), los datos sueltos, dicen que no sólo lo han logrado: todavía no alcanzaron el techo. ¿El perfil de los nuevos fanáticos? “Suelen ser hombres profesionales, muchos de ellos solteros, muchos muy ocupados y que pueden llegar a tener altos niveles de estrés por su trabajo. Es que con las orquídeas se desconectan por completo, entran en otro universo”, dice Yuki.

La ola verde

Un poco más allá hay otra casita, y al lado otra, y otra más: en esta aldea de más de tres mil metros cuadrados de invernaderos respiran y se desarrollan alrededor de 50 mil orquídeas de unas dos mil especies. Algunas son tan pequeñas que todavía no están en condiciones de dejar el frasco en el que las crió –bajo condiciones de asepsia y pura delicadeza, como corresponde a la fragilidad de seres recién llegados al mundo– un laboratorio de especialistas; otras acaban de ser plantadas, lo cual significa que tienen largos años por delante hasta madurar. Otras ya han pasado al menos seis primaveras y posiblemente den flores por primera vez; unas más han brindado flores durante 12 años seguidos, y ya están a punto de recomenzar el ciclo, dejándose multiplicar en gajos jóvenes.

Cada especie tiene un tiempo y un carácter, dicen los cultivadores: hay una orquídea para cada persona, pero depende de que el encuentro se produzca en el momento propicio, que el encuentro entre las necesidades de una y de otra sea feliz. Suena difícil, pero imposible no debe ser: en menos de diez años, la convocatoria de las exposiciones que, cada dos o tres meses, organiza la Asociación de Productores y Cultivadores de Orquídeas de Argentina trepó de 1500 a 10 mil asistentes, y la cifra va en ascenso con cada encuentro. “Y ni siquiera disminuye en épocas de crisis, como pensábamos que podía pasar. Será que la gente quiere recompensarse haciendo algo que le gusta”, acota Gustavo. ¿Cuál fue la estrategia? Esmerarse para que quienes se acercaban llevaran algo más que una planta, una flor: pelearse para no venderles la flor que no desarrollaría empatía con ellos si era preciso; dejar que el boca en boca funcionara. Ante todo: esperar y tener confianza en el poder de las orquídeas.

El perfil indica que se trata de personas que no necesariamente aman las plantas en general: la orquídea es un mundo aparte. Hay quienes se envician luego de tener su primera flor cortada: algunas pueden durar erguidas hasta 40 días, pero llega un momento en que la belleza se seca, los pétalos comienzan a caerse, y el esplendor desaparece irremediablemente. Entonces entran en juego las plantas. Internet está llena de foros de orquideófilos que cuentan sus historias, o por decirlo con más precisión: que dan rienda suelta a la afición devenida pasión. Orquideófilo Argentino es, tal vez, el más notable de ellos, y tanto cobija a cultivadores profesionales como aficionados. Los primeros, claro, son gente dedicada de manera sistemática a las plantas, reciben por ellas retribuciones, por mucho que las quieran y disfruten. Los segundos, en cambio, simplemente se afanan por las orquídeas lisa y sencillamente por gusto. Y adoran compartir todas las formas posibles en que se expresa ese amor: suben a la web fotos que documentan, paso a paso, la construcción del umbráculo donde las instalan (“a la noche me instalo en la galería a tomar alguna cerveza y las controlo”, cuenta un orquidéofilo ante la evidencia del bellísimo espectáculo nocturno de su casita de plantas), comparten imágenes que demuestran lo espléndidamente habitado que está un balcón desde que fueron floreciendo los ejemplares de la casa y se felicitan mutuamente por los resultados logrados en invernaderos, que convenientemente van ilustrando con fotos de sus espacios. Pero las consultas, las recomendaciones, el tráfico de datos y secretos también están a la orden del día. Porque las pasiones son así.

Y generan la ciencia de reconocer una orquídea auténtica y saber si se está frente a uno de los millones de híbridos de las treinta mil especies existentes en el mundo. La clave, como si de un texto religioso se tratara, radica en una trinidad: tres son los sépalos (elementos externos) y tres los pétalos; las flores se ubican como a lo largo de una columna; y las plantas tienen la pulsión de la supervivencia, tanto que pueden vivir sobre rocas, en las ramas de otros árboles, en el suelo y alimentarse de lo que rescaten del aire.

“Antes estaban asociadas a un cierto gusto elitista –dice Gustavo Ogata, mientras atardece en San Miguel y Yuki le alcanza un café para combatir el frío en una de las casitas más grandes del invernadero–. Pero ahora cambió tanto que, algunas veces al año, los talleres para aficionados terminan con una gran comida, una visita al vivero... pero cada vez son más, ¡y comida nunca sobra!”

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Imagen: Pablo Piovano
 
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