Domingo, 25 de agosto de 2013 | Hoy
SOCIEDAD › UN CONCURSO INUSUAL PARA PREMIAR LAS MEJORES PLANTAS DE MARIHUANA
Los expertos catan y analizan. Prestan atención a la textura, el aroma, el sabor y el efecto. Con sigilo, en un lugar secreto y con medidas para garantizar la privacidad, 400 cultivadores para consumo personal de varios países compitieron en Buenos Aires. Aquí, el relato.
El cogollo de marihuana –seco, verdoso– cruje entre los dedos de Federico cuando lo parte en dos. La porción más grande la guarda en una bolsita ziploc. La otra –un trozo pequeño, anudado, de flores– la tritura en un picador manual. Después, con ese relleno, Federico, un joven de 28 años oriundo de Mercedes, arma un cigarrillo de marihuana. Lo fuma, lo comparte, pero fundamentalmente lo evalúa. Decide sobre su textura, su aroma, su sabor y su efecto. Así se elegirá, de un total de 80 muestras y al final de una extensa jornada, la mejor flor de marihuana del año. Como Federico, otras cuatrocientas personas participan de un certamen atípico: el primer campeonato sudamericano de cata de marihuana. Un evento que desafía la ley y alrededor del cual se organizan charlas, talleres, exposiciones y una decena de stands con productos cannábicos.
Son las dos de la tarde de un domingo de agosto. El certamen acaba de comenzar en un boliche ubicado en un barrio de la Ciudad de Buenos Aires que las reglas del encuentro impiden revelar. Por los altoparlantes se escucha una voz amable que da la bienvenida a La Copa del Plata y que, inmediatamente después, pide que se apaguen los celulares. Es una de las medidas de seguridad que toman los organizadores. Además mantienen en secreto el lugar y la hora exacta del evento hasta poco antes de su inicio, y se encargan, por otro lado, de que todo sea a puertas cerradas, de que nadie salga a la calle hasta que la copa finalice. La clandestinidad, se ve, requiere de una planificación sigilosa: ninguno de los que están acá –son 400 personas– quiere terminar detenido por llevar unos gramos de marihuana en los bolsillos o cultivar para consumo personal.
Para poder participar del torneo, cada uno de los ochenta cultivadores entregó 10 gramos de su cosecha para la cata y eso les dio la posibilidad de invitar a un máximo de cinco acompañantes. Al comienzo del certamen, cada cultivador recibe un envase con cuatro muestras numeradas, prolijamente guardadas en bolsitas ziploc, para catar. Cada muestra se irá puntuando según cuatro criterios: la textura, el aroma, el sabor y, por último, el efecto, algo que acá todo el mundo llamaría “mambo”, “viaje”, “colocón”.
En lo que va del día, Federico ya ha realizado tres degustaciones. Ahora está sentado en el patio del boliche, de cara al sol: la nuca apoyada en el respaldo de la silla, las piernas estiradas, y una media sonrisa dibujada en el rostro. “Empecé a cultivar recién el año pasado –cuenta–. Me parece que más allá de lo divertido que es participar de la copa, este evento sirve para generar conciencia sobre los beneficios del autocultivo. Con ella no sólo podemos fumar de nuestra propia cosecha, sino que también combatimos el narcotráfico.” Federico se mudó hace unos años de Mercedes al barrio porteño de Palermo y ahora es empleado de una multinacional de seguros. Su muestra –a la que llamó Merceditas– es parte de la cosecha de la planta que cultivó en su casa, al exterior.
Desde el patio de cemento del boliche puede verse el cielo despejado, un avión que pasa muy bajo. Hay varios grupos de jóvenes que se esparcen por el lugar. Gran parte de ellos sentados en sillas de madera o de plástico, acodados sobre sus rodillas en puffs de cuero negro o marrón. La mayoría son hombres, hay algunas pocas mujeres, otros que vinieron en pareja. Hay, también, cuatro jóvenes barbudos que juegan al ping pong en una de las mesas. Un chico con el pelo largo y lacio que lleva puesta una remera negra con inscripción: “La hoja no se fuma”. Hay cultivadores que llegaron desde Uruguay, Chile y Brasil. Otros que lo hicieron desde el interior del país o el conurbano bonaerense. Todos compartiendo una misma militancia: la del porro. Los activistas por la despenalización y legalización de la marihuana sostienen que la legislación actual en el país no sólo criminaliza al usuario, sino que también estimula el narcotráfico. No es azaroso entonces que muchos destaquen el ejemplo de Uruguay, donde la Cámara de Diputados aprobó, hace diez días, un proyecto de ley para regular el cannabis para uso médico, industrial y recreativo.
En el interior del boliche, a lo largo de dos pasillos paralelos, una decena de stands comercializa productos cannábicos. Se ofrecen a la venta pipas de vidrio, armadores y picadores. Hay humus de lombrices californianas, remeras, trajes de baño, revistas, cremas para la piel, lámparas, reflectores y sistemas de ventilación para cultivar en el interior. Frente al puesto de unos vaporizadores se acumula un puñado de curiosos. El dueño del stand –de unos treinta años, con remera verde agua– invita a probar el nuevo vaporizador de acero inoxidable, con regulación electrónica de temperatura. “Al no haber combustión –explica– la inhalación es más pura, más sana y más rica.” Un globo colocado en la boca del vaporizador comienza a inflarse con el vapor. Una vez que está listo, el dueño lo desenrosca y se lo pasa a un chico de camisa a cuadros.
–¿Y? –le preguntan ansiosos los que están a su alrededor.
El chico exhala y contesta.
–¡Zarpado! Está buenísimo.
Más allá de los puestos se abre el escenario y unas quince hileras de sillas de plástico negras. Sobre las siete y media de la tarde, el lugar comienza a llenarse. Es el momento de la coronación. Los ochenta cultivadores y sus acompañantes aguardan el anuncio con relajada expectación. Entre los premios está el vaporizador con regulación electrónica, semillas y fertilizante. Finalmente el ganador de la copa es un cultivador que se llama Gastón. Sus amigos festejan, lo abrazan y lo empujan al escenario. El resto del público también festeja. Lo aplaude. Y no es para menos: Gastón cosechó la mejor flor del año.
Informe: Nicolás Andrada.
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