Domingo, 23 de noviembre de 2014 | Hoy
SOCIEDAD › OPINION
Por Mariana Carbajal *
Hace más de una década que abordo la problemática de la violencia de género, como periodista. En estos años escuché decenas de testimonios de víctimas que trataban de salir del laberinto de violencias en el que las había encerrado su pareja, o buscaban rehacer sus vidas lejos del hombre del que alguna vez se había enamorado, pero al lado del cual se habían ido desintegrando. Conocí a mujeres atemorizadas ante las amenazas de su ex para quebrar su voluntad y retenerlas como parte de su propiedad. Ni en esa instancia, ya separadas, podían dormir tranquilas. Con horror, conocí cientos de femicidios en los que el principal sospechoso o autor del hecho había sido el esposo, un novio, un amante o una ex pareja. Y también investigué algunos casos en los que la ex pareja, para vengarse de la decisión de ella de dejarlo, había asesinado a uno o varios de sus hijos, para pegarle donde más podía dolerle.
En estos años, además, tuve la oportunidad de conocer estudios, entrevistar a especialistas que trabajan en la temática en distintos ámbitos –judicial, legislativo, asistencial, sanitario y de ONG–, leer libros e informes. Sus aportes me ayudaron enormemente a entender el fenómeno de la violencia de género. ¿Cómo prevenir y erradicarla? Ese es el gran desafío. ¿Es posible? El caldo de cultivo que la alimenta es la situación de discriminación y subordinación de las mujeres en una sociedad históricamente patriarcal y machista. La discriminación y la violencia de género son dos caras del mismo fenómeno.
La articulación de políticas públicas para desarmar esa matriz y poder brindar respuestas eficaces para proteger a las mujeres en situación de violencia en la pareja es un imperativo que no debería postergarse. La implementación de la educación sexual integral como un derecho de los chicos, chicas y adolescentes, en las aulas de todo el país, sería un paso indispensable en ese camino. Pero, claro, no el único. Me pregunto por qué, si las respuestas necesarias se conocen, cuesta tanto que se pongan en práctica. ¿O es que se minimiza el problema? Las secuelas en la vida y la salud de las mujeres son tremendas. A muchas les cuesta la vida. Los niños y niñas testigos de violencia en sus hogares pueden terminar naturalizando ese tipo de vínculos si no hay una intervención oportuna para contenerlos. Y la rueda sigue girando.
En el último lustro hubo avances significativos para enfrentar el problema: la sanción de una ley como la 26.485, que define una serie de obligaciones de parte del Estado –pero que aún no se ha implementado en su totalidad–, la realización de talleres de sensibilización para incorporar la perspectiva de género en operadores del Poder Judicial –impulsado por la Oficina de la Mujer de la Corte Suprema de la Nación–, la inclusión de contenidos curriculares en la formación de agentes de la Policía Federal, la apertura de oficinas de violencia doméstica dependientes de distintas Cortes provinciales –como la del máximo tribunal–; directivas a fiscales que investigan denuncias de violencia para que no las de-sestimen, como solía suceder, entre otras iniciativas. Sin embargo, el Consejo Nacional de las Mujeres adeuda la presentación y puesta en práctica de una herramienta que sería fundamental y es el Plan Nacional de Acción para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres, responsabilidad que le delegó la Ley 26.485. Ese plan es necesario para articular y coordinar acciones con el gobierno nacional, las provincias y los municipios: hoy la oferta de respuestas para la atención y protección de las víctimas es muy desigual de acuerdo con el lugar del país en el que viva.
El tema, sabemos, es complejo. Pero ante todo debe haber voluntad política para proveer de los recursos necesarios para cumplir los desafíos que plantea la Ley 26.485. Cada 30 horas, en la Argentina una mujer es asesinada por el hecho de ser mujer, según las estadísticas del Observatorio de Femicidios de La Casa del Encuentro. Sufren la expresión más extrema de la violencia machista. Son miles las mujeres que sufren cotidianamente de la inseguridad que menos se habla: la que ocurre en el interior de sus propios hogares, a manos de quienes dicen amarlas. La violencia machista es la violación de los derechos humanos que con más frecuencia ocurre en el país. Digámosle basta.
* Autora de Maltratadas. Violencia de género en las relaciones de pareja (2014, Aguilar).
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