SOCIEDAD
Las leonas de San Pablo
Por Sergio Kiernan
A fines de los noventa, en Brasil encontraron una solución drástica para la inseguridad en los barrios cerrados. Era el húmedo invierno paulista de 1989, mucho más frío de lo esperable, y la televisión local investigaba una ola de violentos asaltos a countries y barrios de lujo. En la megaciudad de San Pablo el desarrollo anárquico creaba situaciones de constante roce y tensión. En Buenos Aires, los countries están allá lejos, lo más en el campo posible, y los que tocan aglomeraciones urbanas son una excepción. En Brasil, suelen estar literalmente en cualquier parte donde quedaron algunas hectáreas libres, por lo que como regla las alambradas separan favelas de caserones. A nadie le extraña que la seguridad privada use armas largas o que el golf club de la ciudad consista en diez hectáreas manicuradas, con un club house instalado en una casa-hacienda portuguesa de ensueño, todo rodeado de un alto muro de 1600 metros de largo con garitas y reflectores.
Lo que el periodista de la televisión paulista se encontró fue con una denuncia increíble: que un barrio cerrado usaba leonas para patrullar sus bordes. El cronista encontró el barrio cerrado y descubrió que no tenía una alambrada sino dos, una adentro de la otra y separadas por una calle de pasto bien cortado de cuatro metros de ancho. Los pobrísimos vecinos que rodeaban el barrio por los cuatro costados hablaron de rugidos nocturnos y de cómo al caer la noche soltaban las leonas que caminaban nerviosas por la calle perimetral alambrada.
Lo más notable es que los administradores del barrio cerrado admitieron todo lo más campantes: las leonas eran infalibles, comían sólo de mañana, así a la noche estaban hambrientas y activas, y eran siempre hembras porque los leones son muy vagos. Lo único que negaron fue que, como juraban los vecinos, sus vigiladoras ya se hubieran comido a más de un ladrón.
Hasta en Brasil, país acostumbrado a violencias bizantinas, la nota hizo ruido. Como resulta que no era ilegal en sí tener leonas mientras se tomaran medidas de seguridad –que el barrio cerrado había tomado con cuidado y pensando en sus residentes–, el gobierno hizo la denuncia ante el ente que reprime la venta de faunas protegidas. El country estaba preparado: las leonas eran africanas, no autóctonas, por lo que no estaban protegidas y su tenencia era legal. Hasta tenían los recibos de compra en orden.
Nunca se pudo comprobar que se hubieran comido a nadie.