EL PAíS › LAS INCOGNITAS EN EL SEGUNDO DISTRITO ELECTORAL
Misteriosa Buenos Aires
La Capital es el segundo distrito del país, detrás de la provincia de Buenos Aires. Al aproximarse el plebiscito de octubre, nadie quiere la compañía del jefe de gobierno Aníbal Ibarra, por temor a contaminarse con las cenizas de Cromañón. Alberto Fernández le sugirió que renunciara pero tanto Ibarra como Telerman se niegan, porque no advierten que el problema es político y no institucional. Desdeñado por Kirchner, Ibarra imaginó un frente antifascista con
Carrió, que también le escapa.
Por Horacio Verbitsky
Mientras toda la atención política se concentra en la provincia de Buenos Aires, la crisis en la Capital Federal se acentúa y Aníbal Ibarra pasa en cuestión de pocos días desde la expresión de deseos de aliarse con el presidente Néstor Kirchner hasta el estudio de un frente antifascista con Elisa Carrió. En ambos casos su problema es el mismo: todos temen mancharse con las cenizas de Cromañón, que el jefe de gobierno no ha podido quitarse de la solapa. Ibarra decidió su viaje a España y Francia, con el pretexto de presentar el proyecto de construcción de tres nuevas líneas de transporte subterráneo, para no estar en Buenos Aires en ocasión de la marcha convocada por Juan Carlos Blumberg y de la puesta en libertad de Omar Chabán, que también calculaba para la semana pasada. Esto indica que su extrañamiento de la realidad abarca mucho más que la evaluación de sí mismo: el lanzamiento político de Blumberg sólo atrajo una modesta concurrencia, Chabán sigue detenido y la excarcelación concedida a uno de sus asistentes no tuvo el mismo impacto. En su actual estado Ibarra constituye un peligro para sí mismo y para terceros. Pero es difícil hacérselo entender.
El segundo distrito:
Con 25 bancas de las cuales se disputa ahora la mitad, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires es el segundo distrito del país, por delante de Santa Fe y Córdoba. Sumada a la provincia de Buenos Aires supera la mitad del padrón nacional, con lo que es vital para cualquier plebiscito, como Kirchner entiende la elección de octubre. Además, es cabecera de los principales medios de comunicación, lo cual asegura el efecto nacional de lo que ocurra aquí. Por último, la oposición es encabezada por dos potenciales candidatos a la presidencia: Carrió y Maurizio Macri. Electo en mayo de 2003 con apenas el 22,24 por ciento de los sufragios, Kirchner ya concibió los comicios de agosto de ese año en la Capital como una afirmación política de su poder institucional. Ibarra, único sobreviviente de la Alianza entre la UCR y el Frepaso, iba muy retrasado en los sondeos electorales cuando Kirchner decidió participar en la campaña, a propuesta del jefe de gabinete Alberto Fernández y en contra de la opinión generalizada en el justicialismo. Fue la primera confrontación con el ex senador Eduardo Duhalde, de cuya tutela deseaba librarse. Duhalde y su entonces acólito, el gobernador bonaerense Felipe Solo, apoyaron a Macri. Ibarra consiguió descontar la ventaja y fue reelecto, también con el apoyo del ARI. Desde entonces se comportó como el dueño exclusivo de la victoria.
La falta de método de construcción política de Ibarra se refleja tanto en su gabinete cuanto en la Legislatura donde, al cabo de cinco años de gestión y tres elecciones consecutivas ganadas, sólo cuenta con dos de sus sesenta miembros. La consecuencia es que la gobernabilidad depende de una densa trama de prebendas y corruptelas. No obstante, Ibarra pensó que tenía por delante un gran futuro y en diciembre del año pasado hizo en el teatro Coliseo el lanzamiento nacional no de un proyecto ni una corriente, sino de su eventual candidatura para un mandato ejecutivo. Pocos días después, la catástrofe de Cromañón acabó con esa fantasía y puso en evidencia que los cargos en el gobierno de la Ciudad se distribuyeron entre un reducido grupo de parientes y amigos. Es muy probable que el nepotismo en la elección de sus colaboradores haya determinado la asombrosa reacción de Ibarra ante el incendio y, con ella, su propio destino. Si la línea de responsabilidad administrativa no hubiera llegado a su concuñado, Juan Carlos López, y a la mejor amiga de su hermana Vilma, Fabiana Fiszbin, tal vez Ibarra hubiera mostrado más sensibilidad hacia quienes padecieron la catástrofe que hacia los propietarios de los boliches que aquellos debían controlar. Les tocó a Juan Carlos y Fabiana, como podría haberle tocado al hermano Rubén y señora, al cuñado Adrián, al primo Pablo o a cualquier otro de los muchos parientes enganchados en el presupuesto, incluidas exposas y ex novias y hasta una hija de la segunda mujer del padre de Ibarra.
¿Preguntas sin respuesta?
Su actitud en las primeras horas fue escurridiza y culposa, como si tuviera algo que ocultar. Hasta ese momento, los familiares de las víctimas no lo habían culpado ni lo hubieran hecho después si en vez de deslindar responsabilidades administrativas hubiera acompañado a las personas que estaban sufriendo por el peor accidente en la historia argentina. Para colmo, las afirmaciones de su primera conferencia de prensa resultaron inexactas. Algo similar ocurrió en su paso por la Legislatura: se hizo responsable pero rechazó cualquier responsabilidad y no pudo contestar la única pregunta que importa ¿por qué no fue controlado ni clausurado el boliche República Cromañón al vencer su autorización, cinco semanas antes del incendio?
Cuando la oposición lo citó para una segunda sesión, intentó fugar hacia adelante con la convocatoria a un referendum, bastardeando un instrumento participativo que nunca se usó para lo que fue concebido. La revocatoria de mandato es una herramienta del ciudadano contra las autoridades, no a la inversa. La política sin militancia mostró sus insuperables límites. A pesar del compromiso personal de Ibarra, de la distracción en esa tarea subalterna de un alto número de funcionarios y contratados y de la extorsión a organizaciones sociales y organismos de derechos humanos que reciben subsidios, el gobierno no llegó ni a la mitad de las firmas que necesitaba para que el referendum fuera obligatorio.
De haberlas conseguido, con buenas o malas artes, el escándalo hubiera sido mayor. Según el Censo de 2001, la Capital tiene 2,8 millones de habitantes, pero su padrón electoral es de 2,6 millones, según la Dirección Electoral de la Ciudad, o de 2,5 millones, según la Cámara Nacional Electoral. En cualquier caso, está inflado de modo artificial. Mientras en todo el mundo los mayores de 18 años oscilan alrededor del 67 por ciento de la población, en el padrón de la Ciudad pasan del 90 por ciento. Con este padrón, la población real debería ser de 3,4 millones y los votos necesarios para revocar del mandato de Ibarra de 1,3 millones. Esto es el total de quienes votaron por Macri en la segunda vuelta de 2003 más la mitad de quienes entonces prefirieron a Ibarra. De modo que con la misma participación de entonces (70 por ciento del padrón) sería necesario más del 70 por ciento de los votos en contra para remover al gobernador. Si votara menos de la mitad del padrón la remoción sería aritméticamente imposible, aun cuando el 100 por ciento de los concurrentes reclamara el alejamiento.
Al convocar al referendum, Ibarra dijo que sin ese aval ciudadano le sería imposible efectuar las necesarias reformas en materia de seguridad y control pero no se molestó en explicar por qué. Pero ahora recurre sin explicaciones a la filosofía del anillo de Julio Grondona: “Todo pasa”. Cuando la Cámara de Apelaciones concedió la excarcelación de Chabán, se apresuró a declarar su repudio. Los camaristas María Laura Garrigós de Rébori y Gustavo Bruzzone respondieron que les daba vergüenza, pensando que Ibarra había sido funcionario judicial, un agravante del que carece la opinión coincidente de Kirchner.
Pedido de renuncia:
El sinceramiento que Ibarra le negó a la sociedad se lo ofreció al gobierno nacional. Antes de embarcarse hacia Madrid, visitó a Alberto Fernández y ofreció los cargos en el gabinete porteño que hasta entonces había retaceado. Al regresar a su despacho estaba consternado: según contó a sus colaboradores, Fernández le preguntó si no había pensado en renunciar y le dijo que era posible que el juez Julio Lucini lo citara a declaración indagatoria, como ya hizo con Fiszbin y con otros funcionarios de la Ciudad. La versión de Fernández es algo menos drástica. Ibarra le dijo que pensaba modificar el gabinete para airear su gestión y él le respondió que no sería suficiente y que no conseguiría quien aceptara acompañarlo en el gobierno. En cualquier caso, Ibarra lo interpretó como una presión y desde Madrid respondió con una declaración al periodista Juan Carlos Algañaraz, según la cual pensaba participar en las elecciones, aliado al kirchnerismo. Si hasta entonces pudo tener alguna duda acerca del origen del mensaje que le transmitió Fernández, la réplica oficial se la disipó en la forma más drástica. Un vocero anónimo respondió por los diarios: “No hay interés”. Y Kirchner en persona se sumó a los cuestionamientos por el estado de los edificios escolares: “Tanta vocación que tienen por llegar a determinados cargos y después no pueden hacer cuestiones que son mínimas y deben ser absolutamente prácticas”.
Ibarra dijo a su vez que había una “campaña” para desestabilizar a su gobierno. Su jefe de gabinete Raúl Fernández declaró que sería una politización de la justicia la citación a Ibarra y citó desastres ocurridos en otros lugares del mundo en los cuales no se culpó a los respectivos gobernantes. Ni Ibarra, ni el subjefe de gobierno Jorge Telerman están dispuestos a renunciar, porque creen que así defienden las instituciones. La hipótesis de la intervención federal fue descartada por Kirchner, quien entiende que la cuestión es política. Tampoco le entusiasma la idea de una elección anticipada para jefe de gobierno, en la cual su mejor carta sea el vicepresidente Daniel Scioli, antes de haber acabado con Duhalde, quien recicló a Scioli luego de su paso por el menemismo. En otra muestra de su escasa comprensión del cuadro político nacional, los partidarios de Ibarra piensan que aun sin cambios en el gobierno de la Ciudad, la senadora Cristina Fernández de Kirchner podría ser la carta ganadora en la Capital. No han advertido que si bien el supuesto plebiscito es nacional, la clave para Kirchner es el sometimiento del duhaldismo en su propio territorio, operativo cuyo requisito sine qua non es la candidatura de CFK en Buenos Aires, ya sea para batir a la pequeña señora de Duhalde o para imponerle a su esposo una rendición incondicional. Lo más probable es que Kirchner no admita la proximidad de Ibarra en la prueba decisiva de octubre. Luego de imaginar y descartar el acuerdo electoral con el ARI Ibarra ha bajado el tono y empieza a considerar menos dramática la propuesta de Fernández de dedicarse a la administración y dejar que otros hagan la política. La doctora Carrió se pronunció por la individualidad partidaria y rechazó cualquier tipo de combinación con otros partidos, porque aspira a emerger como líder absoluta de la oposición. Igual que el gobierno nacional, no ve la ventajade acercarse a Ibarra, cuya gestión será el blanco obvio de la campaña. A diferencia de la provincia de Buenos Aires, donde Kirchner precisó del gobernador Solo para cruzarla en todas las direcciones con actos proselitistas, sorteando la hostilidad del aparato duhaldista, el carácter federal de la Ciudad Autónoma le permite recorrerla sin otra compañía que la de sus candidatos. Aun así, le costará no verse envuelto por el humo tóxico de Cromañón.