SOCIEDAD › LA NENA DE CINCO AÑOS QUE VENDE CUADROS POR MILES DE DOLARES
Dedos de oro
Llevada a la fama tras una nota en The New York Times, Marla Olmstead sigue vendiendo cuadros cuyos precios trepan ahora hasta los 25.000 dólares. Su familia y su representante hicieron un DVD para mostrar que no es un fraude.
Por Andrea Ferrari
Alguien podría pensar que es la gallina de los huevos de oro. O más bien, el pollito, considerando su tamaño. Lo cierto es que con sólo cinco años, Marla Olmstead ha producido ya decenas de pinturas cuyos precios llegan hasta los 25.000 dólares. Convertida en un fenómeno de prensa mundial en 2004, después de una nota en The New York Times, la fama de Marla trepó junto al precio de sus obras. Hubo quienes pusieron en cuestión su real calidad artística y otros que dudaron de algo más básico: que efectivamente fuera ella quien las hiciera. Para espantar esos rumores, una galería de Binghamton, Nueva York, mostró durante julio y agosto una película donde se ve a la nena pintando una de sus obras de principio a fin. “Hay escépticos que creen que el arte de Marla es demasiado complicado para una persona de su edad –dijo Mark Olmstead, su padre, a Página/12–. La película muestra sus capacidades.” En su sitio de Internet también son visibles las dotes artísticas de la nena y las empresariales de su familia: allí no sólo se venden los originales sino también ediciones limitadas de 250 reproducciones que Marla firma una por una: toda una máquina de hacer dinero que da un cierto escozor mirar.
La historia empezó cuando Marla tenía dos años. Su padre, un pintor amateur, le dio unas pinturas para entretenerla mientras trabajaba, la dejó enchastrarse y pensó que lo que hacía era interesante. Hubo más permisos y telas cada vez más grandes. Al tiempo un amigo, dueño de un café, vio las pinturas y ofreció colgar algunas para decorar el local. Sin saber quién era la artista –o menos aún qué edad tenía–, un cliente quiso comprar una de las obras. Cuenta Laura, la madre de Marla, que puso un precio ridículamente alto para evitar desprenderse de ella: 250 dólares. Y se vendió. Luego un conocido le llevó una de esas pinturas a Anthony Brunelli, pintor y dueño de una galería, y sin decirle de quién era le propuso ser su representante. “¿Cómo me pongo en contacto con esta artista?” –cuenta Brunelli que preguntó entusiasmado–. “Vas a tener que llamar a sus padres porque tiene tres años”, le respondieron.
Más tarde vino la primera exhibición, organizada por Brunelli, y la aparición de Marla en un periódico local. Las obras empezaron a venderse rápidamente: primero a 1500 dólares, luego a 6000, luego a 15.000. “Hasta ahora vendió unas cincuenta pinturas –afirma su padre en una entrevista por e-mail con este diario–, y los precios van de unos 5000 dólares a unos 25.000.” Dicen que el dinero va a parar a una cuenta destinada a la educación superior de Marla. Parece ser una cuenta con muchos ceros, ya que además de los originales se ofrecen las series de 250 reproducciones firmadas, cada una por 475 dólares, o 950 si uno la quiere con marco incluido.
El salto internacional se produjo cuando the New York Times le dedicó una larga nota. Allí se hablaba del entusiasmo de otros artistas y críticos ante la obra de Marla. Y también del interés de algunos coleccionistas, como Stuart Simpson, quien tiene entre sus posesiones un Renoir y un Monet, y compró tres obras de la nena.
A esa nota siguió un raid de apariciones en medios periodísticos de todo el mundo: desde la revista Time hasta Paris Match, The Guardian de Londres, Bild de Alemania, Village Voice y otras tantas en los principales shows televisivos de Estados Unidos. Marla fue comparada con Miró, Picasso y Kandinsky y sus obras siguieron subiendo. También aparecieron críticos que consideraron que sus dotes artísticas estaban siendo exageradas. Bill Fine, presidente de la cadena de galerías Artnet, sostiene que “en las artes plásticas no hay prodigios como en la música. No existe tal cosa como un Mozart. Un artista tiene que trabajar para crecer: ella no puede haber llegado a los cuatro años”.
La semilla de la peor duda, sin embargo, la sembró el canal de televisión CBS, quien dedicó una emisión de 60 minutos a la precoz pintora. Allí Ellen Winner, una psicóloga que estudia a niños dotados y que se había mostrado muy entusiasmada al ver los cuadros, matizó su opinión cuando observó una filmación casera. “Verla pintar fue para mí muy revelador –dijo después–. No hace nada que no haría un chico normal. Simplemente empuja la pintura alrededor. Esperaba ver a una nena trabajando sobre la tela febril e intensamente, llenando los espacios.” Unos meses después, los Olmstead aceptaron que el canal pusiera una cámara oculta para filmar a Marla sin alterarla. La psicóloga observó esas filmaciones. “No cambié de idea tras ver cuatro horas de video –contó–. Hizo lo que haría un niño típico. No parecía tener un plan global ni se veía muy concentrada. No vi evidencias de que sea una niña prodigio en la pintura. Vi una nena normal, encantadora, pintando de la forma en que pintan los preescolares, excepto que tenía un entrenador que la impulsaba a seguir.” Se refería a su padre, cuya voz según la cadena podía oírse cada tanto en el video diciendo cosas como “pintá el rojo, pintá el rojo” o “eso no es como debería ser”.
Nadie llegó a decir concretamente que Marla fuera un fraude, pero la sospecha quedó en el aire. Por eso, este año la familia y Brunelli dieron a conocer un DVD, que se exhibió durante los meses de julio y agosto en la galería de Binghamton: La confección de Ocean: documentación del principio al fin.
–¿Eso fue para convencer a quienes dudaban? –preguntó este diario.
–Hay gente que cree que el arte de Marla es demasiado complicado para una persona de su edad. El DVD muestra sus capacidades. La gente puede decir o pensar lo que quiera acerca del arte, tienen derecho a sus propias opiniones sobre las pinturas. Pero el DVD se filmó para dejar en claro que Marla es la única creadora.
En medio de esa polémica, Marla sigue en la suya. Al menos eso dice su familia: que ni se entera. “Entiende que la gente quiere comprar sus pinturas –sostuvo Olmstead–. Hace unos pocos meses nos preguntó por qué: la mejor respuesta que encontramos fue que hacen feliz a la gente.” Los padres sostienen que lo que sucede no modifica en nada su relación con otros chicos: “Está haciendo amigos igual que cualquier otro chico de su edad. En septiembre empieza el preescolar y está muy contenta. En cuanto a las exhibiciones –la última se inauguró el 1º de julio– se divierte mucho: la principal razón es que vienen sus amigos y comen muchas galletitas. Es un evento social y los chicos juegan todo el tiempo”.
Sobre su biografía no hay mucho que agregar: le gustan los ñoquis y pintar por las mañanas. En un cuadro escondió un sticker. Su color favorito es el rosa.
Si es un prodigio o el producto de una excelente promoción, se sabrá en el futuro.