SOCIEDAD › PREMIO POR EL DESARROLLO DE UNA TECNICA INDUSTRIAL ECOLOGISTA
Nobel a la química de color verde
Un francés y dos norteamericanos, premiados por aportar a la química orgánica aplicada a la industria de remedios y plásticos.
Por Federico Kukso
El lenguaje y la química tienen más cosas en común de lo que un paneo superficial y un pensamiento ocasional podrían arrojar. El lenguaje permea todos los rincones del comportamiento humano y la química está en todas partes. Pero hay una dimensión en común, extra, que imbrica a estas dos esferas: en las dos hay “metátesis” o, como marca su etimología, “cambios de lugar”. En cada caso, su significado es distinto aunque no del todo. En castellano, por ejemplo, se habla de metátesis como el cambio de lugar de sonidos dentro de una palabra (“estuata” por estatua; “murciégalo” por murciélago; “viduo” por viudo). Y en química es el nombre de uno de los métodos más importantes que aparecieron en los últimos 50 años en el mundo de la manipulación de los compuestos orgánicos y la fabricación industrial de medicamentos y plásticos cada vez menos dañinos para el medio ambiente. Tan importante fue el descubrimiento, desarrollo y puesta a punto de este procedimiento (o reacción) que desde ayer los cerebros detrás de estos hallazgos ingresaron al pabellón de los ganadores del Nobel de Química, otorgado por la Real Academia Sueca de Ciencias.
Aquí están, éstos son: el francés Yves Chauvin, de 75 años, del Instituto Francés del Petróleo, y los norteamericanos Robert Grubbs (63) del Instituto de Tecnología de California y Richard Schrock (60), del famoso MIT o Instituto de Tecnología de Massachusetts, en Cambridge.
“Si bien se conoce la metátesis desde 1951, fue el francés Yves Chauvin quien en 1971 explicó en detalle su funcionamiento y abrió las puertas para el desarrollo de este método ahora utilizado diariamente en las investigaciones y en la industria química para acelerar las reacciones químicas –y hacerlas más eficientes, sin la necesidad de tantos pasos intermedios–, producir nuevas sustancias con la ayuda de otras moléculas y tender a una química progresivamente más “verde’, o sea, que todos los subproductos y desechos del proceso de fabricación de las moléculas afecten menos al medio ambiente”, explicó a Página/12 el doctor Gerardo Burton, director del Departamento de Química Orgánica de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.
Grosso modo, esta reacción puede ser comparada con un baile en el que sus participantes cambian de pareja. En vez de bailarines-personas, en este caso lo que hay es átomos de carbono –uno de los elementos más versátiles y ubicuos de la naturaleza– capaces, gracias a este método, de tender puentes entre sí o desprenderse de las uniones que los ataban con otros compuestos y formar largas cadenas o estructuras anulares casi perfectas en las que los carbonos se distribuyen espacialmente bien pegaditos entre sí y engarzados con otros elementos como hidrógeno y oxígeno.
Pero todo esto no ocurre por arte de magia. Es necesaria la intervención de otras sustancias o moléculas llamadas “catalizadores”. Ahí entra en escena Richard Schrock, quien tomó la receta esbozada por Chauvin y no hace mucho, en la década del ’90, fue el primero en producir eficientes compuestos metálicos que actuasen como catalizadores –algo así como “la parte clave del juego”– o aceleradores de estas reacciones químicas que fluyen a escalas no apreciables al ojo desnudo. Robert Grubbs, por su parte, mejoró esta sustancia y logró un catalizador (el metal rutenio) estable en el aire y por ende más fácil de usar.
Tanto tecnicismo no ahuyentó a una anécdota risueña que ocurrió ayer: tan acostumbrado está Yves Chauvin de hablar e investigar las reacciones químicas que en el momento de levantar el teléfono y escuchar la noticia del premio –30 minutos antes de su anuncio mundial– sólo llegó a balbucear: “Tenía una vida tranquila y ya no la tengo”.