Viernes, 9 de noviembre de 2007 | Hoy
SOCIEDAD › MATO A DOS FAMILIARES DEL ASESINO DE SU HIJO Y A UNA JUEZA Y SE SUICIDO
Dijo que quería vengar a su hijo y mató a la madre del homicida, que está preso, a la pareja de la mujer y a una jueza de Paz. Luego se pegó un tiro frente a la tumba de su hijo.
Por Eduardo Videla
Pedro Angel Lemos no pudo volver a ser el mismo después de la muerte de su hijo. El chico tenía 19 años y fue fulminado hace dos años por un escopetazo que le disparó un amigo, en una casa de Santa Isabel, un pueblo rural del sur santafesino. El episodio quedó para siempre teñido por el manto de la confusión que da la falta de testigos y algún exceso en las bebidas. El homicida fue condenado, pero la herida que sufrió Pedro Lemos nunca terminó de cicatrizar. Es más, durante dos años maduró lo que para él fue una venganza de aquella muerte: el miércoles, en apenas una hora, fue hasta un pueblo vecino en su pequeña moto, fusiló a la madre del chico condenado por el homicidio y a su pareja; regresó a Santa Isabel y baleó a la jueza de Paz del pueblo, una mujer de unos 60 años cuya única participación en el caso –se dice– fue haber intercedido para que el condenado no cumpliera la pena en una prisión común sino en una comisaría. Después, siempre en su moto, fue hasta el cementerio y, junto a la tumba de su hijo, dio por terminada la historia: con la misma pistola con que había masacrado a sus víctimas se disparó un tiro en el pecho.
Pedro Angel Lemos tenía 62 años y había sido dueño de un boliche de pueblo hasta que la vida se le desbarrancó con la muerte de su único hijo. Fue el 13 de noviembre de 2005, cuando el chico (Pedro, como él, de 19 años, estudiante del polimodal) compartía un asado en la casa de su amigo, Héctor Arangel, junto con otros dos chicos. Fue en esa ocasión en que Arangel manipuló una escopeta calibre 16, apretó el gatillo y le pegó a Pedro, que estaba en otra habitación.
El hecho fue considerado accidental, pero Arangel recibió una pena de cumplimiento efectivo, a cuatro años y medio de prisión. El chico, también de 19 años, fue a parar a la cárcel de Melincué, pero poco después lo trasladaron a una celda de la comisaría de Teodelina.
Desde entonces, todo el pueblo vio cómo Pedro Angel Lemos se fue encerrando en sí mismo. “Era un hombre de carácter fuerte, de esos que gritan un poco más que el resto”, describió un vecino que lo conoce desde hace años. “En algunos momentos decía que iba a tomar venganza por mano propia, pero nadie lo tomó en serio”, dice ahora el presidente de la junta comunal del pueblo, Juan Lombardi. Lemos cerró el boliche, alquiló el local y sobrevivió con ese ingreso modesto más alguna changa de albañilería y plomería. Nada fuera de lo normal, salvo que se lo veía muy seguido en el cementerio, casi todos los días e, incluso, durante las noches.
Pedro Angel Lemos se había quedado solo. Ya se había separado de su mujer cuando ocurrió su tragedia personal. Y ahora estaba enfermo de cáncer, según él mismo le contó al jefe comunal, cuando fue a pedirle ayuda para hacerse una tomografía computada.
Nadie sabe todavía por qué fue este miércoles 7 el día elegido por Pedro Angel Lemos para poner en marcha su venganza: faltaba una semana para el segundo aniversario del crimen de su hijo. Lo cierto es que a eso de las 20 se subió a su motito, transitó los 17 kilómetros que hay hasta la ciudad de Villa Cañás y allí fue hasta la casa de Lidia Arista (50), la madre del chico preso por la muerte de su hijo. Golpeó la puerta y primero disparó a quemarropa contra el hombre que le abrió la puerta, Héctor Armesto (51), actual pareja de Lidia. Luego entró a la casa y fusiló a la mujer. Todo ante la vista del pequeño hijo de ambos, un nene de ocho años que salió corriendo a la calle, llorando y gritando: “Mataron a mis papás”. Los vecinos que se asomaron vieron cómo el homicida subía a su moto y partía de vuelta a Santa Isabel.
Su venganza recién empezaba. De regreso en el pueblo, ahora era el turno del padre de quien le había arrebatado a su hijo. Fue hasta la casa de Orlando Arangel, pero no lo encontró. Entonces disparó contra la mujer que convive con él, Marta Torres, quien recibió un tiro en el pecho y quedó malherida.
Quedaba una última escala en su itinerario de locura: la casa de la jueza de Paz del pueblo, Olga Cuminetti de Sylverster. La mujer quiso ponerse a salvo, refugiándose en una farmacia, al lado de su casa, pero Lemos igualmente la atacó a balazos y la mató.
Nadie se explica por qué Pedro Angel Lemos quiso vengarse de alguien que estaba purgando su culpa. Menos aún pueden descifrar la razón de que fueran los padres del condenado los destinatarios de la vendetta. Y todavía menos se entiende por qué cayó la jueza de Paz en toda esta locura. Salvo por algunas notificaciones formales, la jueza no había intervenido en la causa por el crimen de su hijo: fue un juez en lo Penal de Venado Tuerto el que condenó al acusado.
Algunos creen que la razón puede encontrarse en que la jueza fue quien intercedió para que el joven Héctor Arangel, preso en la cárcel de Melincué, a 45 kilómetros de Santa Isabel, fuera trasladado a una comisaría más cercana. “No tenía ningún vínculo con la familia del chico. Sólo lo hizo por una cuestión humanitaria, para evitar que estuviera en un ambiente que lo iba a perjudicar”, explicó el presidente comunal, Juan Lombardi.
Como tantas otras noches, Pedro Angel Lemos subió a su moto y enfiló hacia el cementerio del pueblo. No se sabe en cuál de sus escalas recibió una herida, dicen los investigadores, porque apareció en el puño del scooter una mancha de sangre coagulada. También quedó un rastro de sangre en el itinerario que hizo, junto a su vehículo, entre las tumbas, para terminar en la que guardan los restos de su hijo. Se las había arreglado para abrir una de las dos puertas del cementerio que, a esa hora –las 21.20– estaba cerrado.
Usó la misma pistola Bersa 9 milímetros que había utilizado para disparar a sus víctimas. Apuntó al centro del pecho y se mató. En su mochila, colgado en la moto, quedó un revólver calibre 38 que no llegó a usar. Con su muerte, también quedaron guardadas las razones que lo empujaron a desencadenar la tragedia que nadie olvidará en Santa Isabel.
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