Domingo, 15 de febrero de 2009 | Hoy
La plaza Cortázar, en Honduras y Serrano, fue ayer un lugar de charlas, discusiones y algunos decomisos de mercaderías, como parte del gran sainete montado por el gobierno porteño para tratar de dar solución al conflicto entre artesanos históricos, artesanos post crisis del 2001, vendedores ambulantes en eterna crisis y unos pocos vecinos que quieren que se vayan todos. Una cuadra de Honduras, entre Serrano y Thames, estuvo ayer cerrada porque se instalaron allí unos cien puestos de vendedores “habilitados”. A este grupo lo definió bien Federico, un ex industrial metalúrgico que perdió su fábrica: “Muchos de nosotros no somos artesanos por vocación, lo somos por necesidad”. Ese sector, autorizado por el jefe de Gobierno, Mauricio Macri, fue acosado ayer por un grupo de apenas 25 vecinos, encabezados por Lucía Carew, un personaje que se escapó de las películas de Frankenstein: hace unos años salía con la antorcha en la mano a la caza de travestis en la calle Oro, ahora persigue vendedores ambulantes. Los antiguos artesanos, que siguen en la placita Cortázar, se quejan por el “circo” que hay alrededor y porque cada vez tienen menos espacio físico para mostrar sus cosas. Después figuran los vendedores ambulantes, con o sin mantas, que no están autorizados y cuyas mercaderías fueron decomisadas por inspectores del gobierno porteño. En suma, un lugar amable y pintoresco de Buenos Aires se ha convertido en una obra de Vaccarezza.
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