SOCIEDAD › EL MINERO QUE LOGRO SALVARSE

“Eramos nuevos”

 Por Emilio Ruchansky

Desde Copiapó

Diez minutos antes de que se derrumbara la mina San José, Johnny Quispe Condori salió con su camión del pozo. Debajo está su yerno, oriundo de Oruro, Bolivia, como él. Sentado en el comedor comunitario del Campamento Esperanza, el hombre cuenta que hace dos meses dejó la recolección de uvas, tomates y aceitunas por la dura tarea de la mina, cuando escuchó la oferta por una radio de Copiapó. “Yo ganaba 600 dólares como temporero en el campo aquí y en las minas ganaba mil, convenía pero no sabía que era tan peligroso”, reconoce con su nieta sentada sobre sus piernas mientras devora un riquísimo guiso de lentejas.

Abajo, su trabajo era manejar un camión aljibe que recogía el montón de agua que dejan las perforadoras llamadas “Jumbo” y que sirve para enfriarlas. “Ahora me doy cuenta de que como era insegura, muchos no aceptaban y se iban. La mayoría éramos nuevos, me tomaron sin que yo tuviera experiencia”, dice. Desde el colapso recibe atención médica, tiene la presión alta y vive culposo, comenta, porque fue él quien contactó a Carlos Mamani, su yerno de 24 años, para este trabajo. Su hija, sentada al lado, mira al costado cuando él habla del tema.

“Yo volví un par de horas después con el capataz, cuando todavía no había colapsado del todo la mina, para ver si podíamos sacarlos, pero no. Fue una impotencia enorme. Después la empresa desapareció, estamos viviendo de la ayuda de la Intendencia. La verdad es que todos lo que trabajamos quedamos desprotegidos”, comenta. Muy cerca de él, sin que lo sepa, dos hombres y una mujer, todos con cascos blancos, recorren y fotografían el comedor. Son directivos de la empresa minera San Esteban, que por nada del mundo hablan con la prensa.

“La solidaridad del pueblo chileno es enorme”, asegura este hombre, ex autoridad de los pueblos originarios de Bolivia, a todos los periodistas con los que habla. Fue él, dice orgulloso, el que plantó la bandera boliviana a la entrada del Campamento Esperanza, junto a las 32 banderas chilenas. Hace unos días que no duerme en el campamento por consejo médico, aunque viene todos los días desde Copiapó en el micro gratuito que ofrece el gobierno chileno. “Recién me calmé el domingo cuando supe que estaban todos vivos, el dolor me estaba volviendo loco”, confiesa Quispe Condori.

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