Domingo, 29 de mayo de 2011 | Hoy
SOCIEDAD › HERNAN VANOLI, SOCIOLOGO Y ESCRITOR
Por Soledad Vallejos
Tal vez el meollo no sean los sabores, el crecimiento del mercado gourmet como signo de distinción, la globalización que vuelve posible probar mil sabores sin siquiera moverse del barrio. El sociólogo y escritor Hernán Vanoli arriesga que el auge de los cursos de cocina bien puede tener que ver con otras manías: “Por un lado, la necesidad de la capacitación permanente. Y también que la gente tiene necesidad de juntarse. Hay algunos que hacen un taller literario, otros un deporte y otros esto, pero la tendencia es la misma: el gusto por la ilustración y la capacitación permanente”.
–¿La capacitación permanente?
–Sí, es algo muy propio de nuestra clase media. En la facultad uno lo ve con los grupos de estudios, por ejemplo. En pocos lugares se da tanto la conformación de grupos de estudio parainstitucional como en Argentina. Tenemos una tradición muy fuerte de organizar esas iniciativas, que van a medio camino entre lo íntimo y lo público.
–Que sea un poco formal pero no demasiado.
–Eso. Y a eso, creo, se le podría sumar esta tendencia del repliegue en casa, que en la clase media tiene mucho que ver con las tecnologías digitales. Cada vez más, más personas prefieren estar conectadas a salir, a buscar algo en la calle. Tal vez, por ejemplo, ir a un restaurante un fin de semana, a un lugar armenio en Palermo, ponele, implica movilizarse, buscar un lugar para estacionar, esperar... Ese mismo consumo sofisticado se puede hacer más barato, más divertido. Porque hay una cosa lúdica en la cocina. Digo: quienes se enganchan en aprender algo de cocina sin pretensiones profesionales, no suelen ser personas que cocinen todos los días de la semana para otro, sino que tienen una vinculación más lúdica con eso. Un fin de semana pueden cocinar árabe, o armenio, invitar a amigos a comer a la casa. Puede ser una salida más redonda, más barata.
–No siempre son cursos súper económicos.
–Pero se amortizan. En lugar de salir a cenar dos meses, van y aprenden. Después invitan a comer a su casa y amortizan. Te divertís mientras cocinás, quedás bien, te traen el vino... (risas). Creo en serio que ese fenómeno puede entenderse desde esos dos lugares.
–Entonces, en términos de pensar por la elección de un hobbie, ¿socialmente sería lo mismo ir a un curso de cocina que, por caso, uno de tango?
–No es lo mismo porque el tango en algún sentido está más institucionalizado, mientras que hay una especie de fascinación con lo gourmet, con la comida. Me parece que tenemos una especie de fascinación culinaria. Saber cocinar distintos tipos de comida también tiene algo especial: casi siempre, los grupos de amigos buscan alguna salida, y esto ofrece quedarse en una casa, en un ambiente más relajado. Y también es salir de la cultura de tener a alguien que te sirva. Hay, por así decirlo, una suerte de democratización en prescindir del servicio, en hacerlo uno. Por otra parte, también hay algo en los cursos de buscar un plus: te suma conocer gente, te suma dedicarle tiempo, te suma hacer la práctica. Te da la credencial del saber aprendido a través de la experiencia y en la práctica guiada por alguien que sabe. Y claro, acá existe cada vez más ese interés por lo gourmet, por lo refinado. Ese paladar que se fue educando en estos años, también con productos paralelos como los canales de cocina, las publicaciones especializadas, está preparado para recibir estas cosas.
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