Domingo, 23 de septiembre de 2012 | Hoy
Para el arquitecto Rodolfo Livingston, enrejar una plaza no soluciona problemas, más bien los crea. “Si hablamos de lugares como Parque Centenario o la plaza Flores, perimetrarlos es obligar a las personas a tener que dar un rodeo inmenso para pasar de un lugar a otro, es una barbaridad. Sería como enrejar la Plaza de Mayo”, opina. Hay ciertos espacios, agrega, que nacieron enrejados, como el jardín Botánico en Buenos Aires o ciertos parques en Europa, pero había una buena razón para hacerlo: “Son áreas de descanso, como livings urbanos, y la gente no los cruza para transitar”.
Si el motivo es la seguridad, dice Livingston, lo ideal sería que haya vigilancia. En ese sentido, el gobierno porteño informa que hay 380 guardianes que trabajan de lunes a viernes de 8 a 15 y de 13 a 20. Los sábados, domingos y feriados, de 8 a 20. “También la policía tiene que salir de las comisarías y estar en las plazas. Cuando yo era chico había muchos guardianes, que entretenían a los chicos, orientaban a los vecinos sobre el uso del parque y estaban al habla con la policía”, recuerda. “Cuando vemos que se enrejan monumentos, por ejemplo, para que no los rompan o se rompen placas de bronce, en el fondo el problema es la falta de respeto a lo próceres. Es un tema histórico. En Cuba ningún monumento está enrejado porque nadie lo rompería”, señala. Sin embargo, agrega, en el mundo de hoy hay una tendencia a la valla. “Ya lo vemos en los countries, todo está cerrado, cercado, tenemos una sociedad enrejada”, dice.
Cuando se perimetra un espacio verde de tránsito sólo se generan divisiones entre barrios. “Las mismas separaciones que establecen en las ciudades las autopistas, los ferrocarriles o los ríos. Sólo que en casos como Parque Centenario, es totalmente innecesario”, concluye.
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