Domingo, 4 de mayo de 2014 | Hoy
SOCIEDAD › MAESTRA Y CRONISTA DE LA COMUNIDAD MAPUCHE
Por Carlos Rodríguez
“Para nosotros fue una experiencia maravillosa.” Margarita Avila, a quien todos conocen como Magali, estuvo seis años, desde 1983 hasta 1989, como docente en la escuela número 68 de Colipilli. El apodo Magali lo heredó de una mujer árabe, amiga de su madre, que se llamaba así. “Faltaban muchas cosas, no teníamos luz, la comunicación era más precaria que ahora, pero teníamos una calidez, una relación tan hermosa con la gente, que nos hacía sentir muy bien.” Los pobladores de la comunidad mapuche de Colipilli certifican los dichos de Magali: ella es la persona más saludada, más reverenciada, la que recibe los mejores cumplidos de mujeres y hombres que fueron sus alumnos, que ahora son sus amigas y amigos como lo expresan los abrazos, la tertulia compartida.
“Cuando nosotros llegamos, después de treinta años de estar acá la escuela, no había ningún chico que hubiera terminado la primaria. Abandonaban porque habían empezado la escuela siendo muy grandes, porque estaba la idea de que si eran tan chicos, para qué mandarlos a la escuela.” Magali se emociona cuando recuerda aquellos tiempos: “Nosotros aprendimos mucho de la gente, porque ellos con muy poquitas cosas se arreglaban, siendo que uno siempre quiere más, no se conforma con nada, porque está bien querer más, pero no en forma desmedida”.
“Ellos no tenían luz, ni agua, ni gas, tampoco recibían leña como ocurre ahora, teníamos que salir a buscar leña al campo. No había Asignación Universal por Hijo, no estaba la jubilación del ama de casa, no había nada de parte del Estado. Pero estaba la enorme voluntad de la gente y una cooperativa en la cual la gente entregaba sus productos y se iba a una barraca en Zapala, donde comercializaban. Todo era sin dinero en efectivo, no había dinero, se hacía todo por medio del trueque.”
En Colipilli “son crianceros, a veces salen a trabajar en alguna estancia o hacen changas, en una época salían a trabajar en la cosecha en el valle pero ya no lo hacen. Es gente muy sufrida, de sacrificio en sacrificio”. Con el tiempo lograron que los chicos fueran a la escuela desde los seis años, pero tenían alumnos de 17 o 18, al punto de que “algunos dejaban la escuela porque tenían que ir a hacer el servicio militar, cuando todavía era obligatorio”, antes de que se eliminara por decreto del Poder Ejecutivo en 1994, después del homicidio en un cuartel de Zapala del soldado conscripto Omar Carrasco.
“Venían chicos de las escuelas secundarias, del colegio Don Bosco, y no- sotros veíamos que en realidad venían a aprender de la gente, porque acá la gente es muy sabia. Nosotros teníamos unos cien alumnos, éramos varios maestros, y además de la escuela normal teníamos talleres para aprender oficios, tejido a máquina y otras tareas que reclamaba la gente. Y nosotros hacíamos recopilación histórica de los conocimientos de esta gente, porque es muy valiosa su historia. Yo estoy escribiendo sobre toda esa experiencia. Estoy en deuda con la comunidad, porque ellos me autorizaron a que escriba y todavía no pude terminar el libro que tenemos proyectado, pero estoy en eso, estoy haciéndolo porque es muy importante la historia de esta comunidad mapuche.”
Aclara que ella no escribe nada que exprese su opinión “porque todo lo tengo grabado, porque son ellos los que cuentan su historia, la historia de cada cerro y el porqué de sus nombres, la historia de los ríos, las lagunas, los recuerdos que tienen de sus ancestros, cuando tuvieron que escapar hacia Chile de la mal llamada Conquista del Desierto. Mal llamada conquista y mal llamado desierto. Eso fue la ocupación del territorio por parte del Ejército”. Los sobrevivientes de la comunidad volvieron en 1904 y desde entonces están reclamando por sus tierras. “El primero fue Francisco Segundo Huayquillán, que fue el primer lonco (jefe). Así empezaron a recuperar sus tierras, porque de haber sido los dueños, regresaban para trabajar como peones. Hasta les prohibieron hablar en su idioma, tenían que aprender el castellano.”
Magali heredó su nombre de una mujer árabe y luego se lo transfirió a una niña mapuche –hoy mujer– a la que “recibió” en sus manos, en el momento del parto. “Su nombre mapuche es Nayla, pero también se llama Magali, como yo, y a su vez, yo me llamo Nayla, como ella, por una muestra de generosidad de la comunidad mapuche, que me pidió que llevara ese nombre por haber estado en el parto.”
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