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Patricia Cubria tiene 24 años, un aro en la nariz que resplandece bajo el sol de un día brillante y un entusiasmo que contagia. Ella llegó con ungrupo de mujeres de los barrios marginales de la zona norte del conurbano bonaerense. Este es su segundo Encuentro y todavía espera ansiosa lo que pueda resultar de los dos días de deliberaciones. “Hace siete años que milito en los barrios y por mi formación, por el ejemplo de mi abuela y mi mamá, mujeres transgresoras y feministas, enseguida empecé a impulsar talleres de sexualidad entre adolescentes. Pero todos terminaban en el tema de violencia. Nos dábamos cuenta de que la iniciación sexual siempre era bajo presión, que la negociación sobre anticonceptivos fracasaba, y también casos mucho más claros y más dolorosos, abusos infantiles, intrafamiliares, en donde las mismas víctimas suelen sostener una complicidad con los abusadores porque esta violencia está naturalizada.” Para esta militante del Movimiento de Mujeres Evita, el Programa Nacional de Salud Reproductiva fue un punto de inflexión en su trabajo social: “Porque entonces las adolescentes se convirtieron en multiplicadoras de los temas de salud, es impresionante la seguridad que les dio que se les facilitaran los preservativos y que tuvieran folletos. Para nosotras fue como un ejemplo de distribución, en estos barrios estamos acostumbrados a demandar al Estado, pero en este caso que el Estado apoye esta necesidad les dio otro espacio para pararse frente a sus pares”. Pero claro, ahora la demanda es más profunda, “queremos un plan nacional de violencia, que baje a los barrios, porque de nada sirve la legislación si no se trabaja desde abajo asistir es inútil”. Y es evidente, por la cantidad de talleres sobre violencia, que este es un tema urgente.