Martes, 4 de julio de 2006 | Hoy
Con magulladuras por todo el cuerpo, el brazo roto, la ropa hecha jirones y la piel abrasada y despellejada en varias zonas, José Antonio Muñoz Pérez salió del Hospital General de Valencia acompañado por sus familiares. “Creo que tengo aún carne de la gente aquí”, decía, destrozado, tocándose la nuca. El iba en el primer vagón, el de la mayor tragedia, el que acabó “tumbado del todo” y fue “deslizándose” por el túnel hasta casi llegar a la estación de Jesús. Este soldador de unos 60 años realiza el mismo trayecto todos los días para ir a trabajar. En su opinión, el tren de ayer “iba muy fuerte, a mucha velocidad”, cuando tomó la curva hacia la estación de Jesús. Lo dijo con expresión sombría, apenada, sin aparente rabia. No se podía quitar de la cabeza la visión de cuerpos desmembrados y “de una niña muy malita”. Muñoz Pérez viajaba solo, pero se fijó que a su lado había una “chiquilla”, que ya no volvió a ver más. “El vagón iba lleno, cuando se salió del carril. Los bomberos entraron por arriba y rompieron las ventanas”, musitaba con la mirada perdida. “Vi muertos en el tren y trozos de carne en mis zapatos”, comentó. No vio fuego, pero sí mucho humo. “No volveré a montar en un metro en mi vida”, concluyó.
“Oí una explosión y chispazos. Era como si hubiera habido un cortocircuito. Salían llamas de los vagones. Pude entrar y auxiliar a unas 20 personas. Estaba lleno de heridos y muertos por todas partes. Saqué a una niña de ocho años, pero ya estaba muerta”, relataba entre sollozos Alfonso Correas. El iba en el tren que circulaba en sentido contrario al accidentado y que se paró a su altura. Alfonso bajó para ayudar. “Era una situación dantesca. Había sangre por todos lados y partes de algunos cuerpos esparcidos por el suelo: la gente gritaba. Recuerdo a una madre desconsolada, gritando el nombre de su hijo, sin recibir ninguna respuesta”, evocó compungido, a escasos metros del lugar del siniestro. Calcula que en el metro debían viajar unas 300 personas.
En el Hospital General atendieron a Dolores Chinchilla, de 79 años. Ha tenido suerte. Dos horas después del accidente salía por sus propios medios. “El vagón volcó y de repente se quedó todo oscuro. Yo salí sola y también me sacaron de allí unos chicos jóvenes. A un chico le dije que llamara a mis hijos. La policía rompió el cristal de las ventanas”, comentó la mujer.
De El País, de Madrid. Especial para Página/12.
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