SOCIEDAD

El policía echado de la Bonaerense preso en Perú

 Por Cristian Alarcón

Desde Lima

Empleado de una remisería de Florencio Varela, ahorcado por un préstamo personal con el Banco Provincia, ex policía bonaerense exonerado tras la primera reforma de León Arslanian, el hombre enfrenta su detención con una sola inquietud práctica: cómo moverá toda esa ropa que trajo desde Buenos Aires sin su valija. Como en el doble fondo de la “maleta” iban los seis kilos ochocientos gramos que debía transportar hacia la Argentina en un vuelo de LAN de fines de febrero, quedará vacía y toda tajeada en los depósitos del juzgado que lo condenará por tráfico. “Prefiero que piensen que me perdí en la selva. Ahora, de pronto, ser la oveja negra de la familia, cuando era el más sano de todos... Prefiero aguantar y volver en un tiempo, y ver cómo se dan las cosas. Son cuatro años, capaz que menos”, intenta tranquilizarse S.P., las iniciales por las que aceptó ser identificado.

–¿Cómo fue reclutado?

–En Buenos Aires me contacté con un peruano. El me dijo que tenía que llevar un encargo. Me dijo que era droga, que me iban a pagar dos mil dólares. La primera vez estuvimos como dos horas hablando en una parrilla al paso de Once, en Pueyrredón y Mitre. Después, la segunda, una vez más en un bar. Me instruyó para sacar el pasaje. Claro que saben evaluar a la gente. Después te la mandan a guardar.

–¿Qué sabía de esa persona?

–Leo decía llamarse el que me reclutó a mí. El hacía bastante que iba y venía, y también había viajado a España. Ellos, dicen, tienen gente dispersada por todo el mundo. Saben mucho: se cercioraron de que no tuviera información para dar si caía. Se manejan con apodos.

Sus padres fallecieron cuando él era un niño. Por eso fue el hijo adoptivo de una familia que le dio todo, dice. Se crió en Parque Patricios. Hasta que se fue a la provincia. S.P. ganaba 700 pesos por mes en la remisería de Varela. Tiene cinco hijos con su esposa, una empleada del gobierno provincial. A ella no le contó la verdad cuando le salió el “encargo”. Le dijo que viajaba a comprar software trucho para una gente conocida.

Serían diez días en Lima como turista. Lo hizo, dice, porque no soportaba más la cuerda en el cuello por ese préstamo que tenía que pagar su mujer con los 900 que gana ella. Pensó, dice, que serían sólo dos viajes. Primero éste. Y si salía todo bien, luego otro, a España.

–¿Cómo conoció a Leo?

–Lo conocí por otro peruano que vivía conmigo, en el departamento frente al nuestro, en Varela. El peruano trabaja en una mueblería que usan de pantalla con varios pariente de él. Me dijo que tenía un amigo, me llevó a la zona de Once. Me citó en la parrillita. El encuentro fue el año pasado a principios de año. Después quedamos en que me iba a contactar. Me pagó la estadía de diez días en Perú. Fue en el hotel Milenio, de la zona de Zárate, cerca de un boliche que se llamaba Banana. Durante esos días hice mi vida normal, veía tele y esperaba que él viniera a buscarme para ir a comer.

–¿Sabía que tendría que llevar determinada cantidad y cómo la ocultarían?

–Tenía que llevar una valija, no supe cuánto hasta el momento en que me agarran. Yo traje mi propia valija, pero ellos me dieron una nueva. El me había dicho que trajera ropa como para hacer bulto. Mandó un taxi al hotel que se llevó todo lo mío para que ellos mismos la prepararan. Antes de viajar me trajeron al hotel las dos maletas. Y me dieron dinero para pagar el sobrepeso. Enviaba las maletas por LAN, y cuando estaban en la cinta escucho que me dicen “Señor, ¿nos puede acompañar?”.

–¿Qué piensa que pasó? ¿Por qué cayó?

–No sé si me señalaron, si me entregaron, pero era impresionante el olor que largaban las dos valijas que me dieron, es un químico que se supone que prepararan para tapar el olor de la cocaína, para que no la detecten los perros. Cuando ya estaba acá preso mandaron un abogado que dijo que veía porque quería que me quedara tranquilo, que era para darme una mano. Pero no volvió a aparecer. Creo que vino para cerciorarse de que yo no dijera nada que los complicara.

–Como ex policía, ¿cómo analiza su situación?

–No fui un mal policía, pero en esa época los jefes a los que no robábamos para arriba nos jodían la vida. Primero me hicieron un sumario y me mandaron a Zárate. Cuando estaba en Zárate vino la cesantía.

Los datos fueron confirmados por Página/12 en el Ministerio de Seguridad bonaerense: S.P. fue censanteado cuando comenzó la reforma de León Arslanian, el 22 de diciembre de 1997, por un caso de corrupción.

–¿Cuál es la diferencia entre la policía a la que perteneció y esta que ahora lo tiene preso?

–Que acá no te golpean.

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Imagen: Jorge Larrosa
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