Jueves, 28 de abril de 2016 | Hoy
13:40
Opinión: por Mario Wainfeld
En conjunto, los partidos opositores con representación parlamentaria impulsan leyes de emergencia laboral. Hay dos encaminadas, una en cada Cámara. La del Senado tramita más rápido, se estaba tratando en el recinto al cierre de esta nota. Se daba por hecha la media sanción, por amplia mayoría, contra la resistencia de Cambiemos.
- El presidente Mauricio Macri cantó “quiero retruco”, sacando de la manga un capcioso (a fuer de patronalista) proyecto de ley de Empleo joven que entró ayer a Diputados.
Voceros oficiales y oficiosos deslizan que, si se aprueba la ley de emergencia laboral, Macri la vetará. El jefe de Gabinete Marcos Peña optó por ser enigmático ayer en Diputados. Los operadores de Cambiemos tratan de acordar con el diputado Sergio Massa que el Frente Renovador (FR) se abra del pacto con las demás fuerzas opositoras.
- La gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal, vetó la ley de expropiación de la ex Fábrica de Acoplados Petinari. Era una empresa vaciada por los propietarios, recuperada por sus trabajadores que formaron una cooperativa. La ley de expropiación fue aprobada por todos los bloques de la Legislatura provincial incluyendo a los de PRO. La decisión de Vidal deja a 120 familias en la calle.
- El diario La Nación, que fue patrulla perdida hasta el 10 de diciembre y ahora es vanguardia radicalizada, va por más en materia legislativa. No solo vitupera la limitación de los despidos y la doble indemnización de las leyes de emergencia. Propone todo un programa laboral reaccionario, en sentido estricto. Re-acción: volver atrás. Fin de convenciones colectivas por sindicato o central, reducción de las cargas sociales. Las vanguardias pueden decir lo que los funcionarios susurran o camuflan: pide flexibilización laboral, textual y con todas las letras. Sombra terrible de los noventa, voy a evocarte.
Ni falta hace decir que todo tiene que ver con todo porque estamos hablando de un conjunto.
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El Gobierno y la prensa afín se compungen por presuntas carencias de comunicación. Es el consuelo de todo oficialismo cuando sus mensajes comienzan a ser rechazados o puestos en tela de juicio. El problema, a menudo y ahora, no es la forma de transmitir las noticias sino los hechos que se suceden. No hay forma grata de transmitir malas nuevas. La hiel edulcorada sigue siendo desagradable.
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Los despidos crecen o se potencian. Los números precisos siempre son objeto de disputa en la Argentina, algunos indicadores sociales ayudan a captar el fenómeno. Más locales de comercio cerrados en grandes centros urbanos, más personas cartoneando o pidiendo unos pesos, más asistencia a comedores comunitarios, menos consumo de carne.
El pretexto de los ñoquis tan socorrido por editorialistas VIP no deseosos de chequear medio dato, es intransferible a la actividad privada.
En el sector público, la militancia gremial y la prensa no oficialista proveen centenares o miles de casos de laburantes con años de trayectoria, funciones específicas. Los más de 2000 empleados de Atucha no eran supernumerarios y Macri va en pos de resucitar una catástrofe del menemismo: incubar ciudades o pueblos fantasma destartalados al desfinanciarse la actividad productiva que les da vida.
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El éxito electoral es cálido, hospitalario, convida a los opositores a acercarse o pegarse al oficialismo. Cuanto menos, a no polarizar contra el winner en su momento de gloria.
El otoño enfría los cuerpos, el clima exitista, la economía real. Los funcionarios se turnan en explicar que los despidos son pocos, que les duelen mucho, que ya se revertirán. No es lo mismo, caramba.
Las medidas para los sectores más humildes llegan en cuentagotas y a paso cansino. Las cerealeras, las mineras, los fondos buitres ya cobraron. Por ahí la mayoría de la opinión pública no vive pendiente de esos temas, caros a minorías politizadas. Pero lxs argentinxs no comen vidrio y menos para suplir alimentación más adecuada.
Las encuestas de imagen todavía zafan a Macri aunque las tendencias van a la baja. Los sondeos no equivalen a escrutinios electorales. La bronca es difícil de calibrar y no se traduce inexorablemente como mudanza de preferencias de voto. Ninguna encuesta vale media elección y quienes más deberían saberlo son los kirchneristas que conocieron triunfos y reveses en sus mejores años.
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La fragmentación opositora se recompone, coyunturalmente desde ya.
Los gobernadores se cansaron de recibir más palmadas en la espalda que pagos solemnemente prometidos.
El ex gobernador José Luis Gioja, casi presidente del PJ, se ve forzado a diferenciarse del gobierno nacional, mirando con un ojo a Macri y con otro a la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner que polariza en el primer momento propicio desde la asunción.
El FR atraviesa un episodio interno y light de la lucha de clases. Los diputados José Ignacio de Mendiguren y Facundo Moyano encarnan al capital y al trabajo. El “Vasco”, magnánimo, dice representar al otro, vieja fantasía patronal. El joven gremialista replica que no. Massa hace lo posible para transitar la ancha avenida del medio sin derrapar. Sus laderos hablan de una ley de protección del empleo, que sea anti despidos ma non troppo y que tutele a las Pymes de las supuestas demasías de la Emergencia que su bancada firmó conforme horas atrás.
La portentosa Asociación Empresaria Argentina (AEA) clama en defensa de las Pymes. Paternalismo de las grandes corporaciones: el pez grande se conduele por el chico.
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El bloque de senadores del Frente para la Victoria (FpV) votó dividido la Ley Buitre pero mantuvo una extraña unidad. Su utilidad potencial está supeditada a que pueda hacer valer su mayoría en algunas sesiones, por lo menos. Esa capacidad es condición de supervivencia: un opositor complaciente no “cobra” nunca, un pecado capital en la Biblia justicialista.
En esta emergencia laboral los compañeros se congregan y le advierten, al pasar, a Macri que los aspirantes a la Corte Suprema no tendrán acuerdo así nomás.
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Ni la ley de emergencia ni una ley de empleo joven crearán puestos de trabajo. Aquella porque es defensiva, ésta porque es inoperante.
La movida opositora busca poner coto a la bulimia patronal. Su mayor virtud es ser contra cíclica cuando todo “juega” a favor de los abusos del capital. Es falso que su símil dictada en 2002 haya sido contraproducente. Rigió en los primeros años del kirchnerismo: se crearon empleos a rolete. El agravamiento de las indemnizaciones no fue el factor esencial. Las claves fueron el crecimiento, la suba del consumo, el crecimiento del empleo.
En cambio, normas similares a las que insinúa el gobierno caracterizaron a una etapa aciaga para los trabajadores. Nadie conchaba personal porque ahorra cargas sociales.
El macrismo muestra la hilacha ideológica al pensar solo en exenciones impositivas y subsidios al capital. El otro lado del mostrador no encuadra en su perspectiva.
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Cuando la malaria ronda cerca, “la gente” se percata aunque todavía no le haya tocado. Ponen barbas en remojo, elaboran a su modo el texto célebre que se atribuye a Bertolt Brecht.
El discurso de la pesada herencia es todavía eficaz en franjas amplias de ciudadanos, en especial de la mayoría que votó a Macri en segunda vuelta. De cualquier forma, el malestar se instala y, si perdura en el tiempo, puede cambiar de destinatario.
Ni a este oficialismo ni a cualquier otro le viene bien que “la gente” esté preocupada por el empleo, consuma menos y acumule mala sangre. El macrismo lo sabe y por eso emite buenas ondas... ay, diferidas al segundo semestre o a 2017. El presente es duro, reconoce el presidente con gesto contrito. Sonríe: en cuatro años “el turismo” generará 300.000 puestos de trabajo. Un plan de vivienda otros 200.000. Son cifras formidables, poco verosímiles y por ahora virtuales. Misterio absoluto la base de cálculo usada por el ingeniero-presidente.
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Por ahora, las personas de a pie viven en el presente. Corre el angustiante fin de mes. No pueden pedir fiado en el “Chino de la cuadra” o en el súper anunciando que tendrán laburo en el turismo o en obra pública en un porvenir garantizado por Presidencia. Ni conseguir crédito con los comprobantes de los sueldos que comenzarían a cobrar entre 2016 y 2019, según lo prometido. Los mecanismos crediticios tienen otros requisitos, sobre todo si corazones sensibles como Carlos Melconian o Sturzenegger gestionan la banca pública.
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