Viernes, 27 de mayo de 2016 | Hoy
20:12
Opinión, por Washington Uranga
El “coaching” que Jaime Durán Barba impone a los principales funcionarios del gobierno de la alianza Cambiemos tiene como uno de sus principales ejes el argumento de la “pesada herencia”. El Presidente no pierde oportunidad para afirmar que todo lo que está haciendo el Gobierno es apenas la consecuencia de lo recibido y que hay que pasar por esto, “aunque sea difícil”. Cada vez que repite el discurso aprendido, Macri lo completa agregando cara de compungido por el sufrimiento ajeno, el mismo que sus decisiones generan.
En el marco de este discurso autojustificativo algunos funcionarios del Gobierno parecen estar llegando a la conclusión de que el papa Francisco… también es parte de la “pesada herencia” que les dejó la gestión anterior.
Lo cierto es que, a pesar de los buenos lazos que se construyeron entre Cristina Fernández de Kirchner y el papa Jorge Bergoglio, el macrismo esperaba una relación más abierta y cordial con el pontífice argentino. Esto aun cuando los antecedentes daban cuenta de algunos cortocircuitos entre ambos. Los obispos católicos más cercanos al macrismo alentaban también la esperanza de que así fuera, si bien ninguno de ellos se animaría a sugerirle al hoy Papa cómo manejar ese vínculo. Nadie le decía a Bergoglio cardenal de Buenos Aires cómo encaminar sus relaciones políticas. Menos ahora cuando ostenta la máxima responsabilidad de la Iglesia Católica en el mundo.
La vicepresidenta Gabriela Michetti admitió esta semana que la relación con el Vaticano es “bastante complicada” y al analizar las causas las atribuyó al hecho de que el Papa desconoce la propuesta política de Cambiemos. Y aclaró: “no digo que no lo comprenda, tal vez no hemos podido contarle (a Bergoglio) hacia donde estamos yendo”. Y en el mismo tono siguió diciendo que “Mauricio no ha tenido una charla a fondo con el Papa” porque “en 20 minutos no podés contar un proyecto político”, en directa alusión a la entrevista protocolar del 26 de febrero pasado que tan mal sabor dejó en el oficialismo.
Menos condescendiente con el Papa, el Jefe de Gabinete Marcos Peña, mientras afirma que “el Papa es de todos” y que “hay que cuidarlo”, también sostiene que “hay mucha gente que se sintió ofendida o indignada porque el papa Francisco va a recibir a Hebe de Bonafini”, refiriéndose a la invitación que Bergoglio le hizo a la Presidenta de Madres de Plaza de Mayo, de quien será hoy su anfitrión en el Vaticano. Fue otro duro golpe político para el Gobierno solo comparable con el regalo del rosario enviado a Milagro Sala, detenida en Jujuy por inocultables razones políticas. No menos desafortunada fue la comparación ensayada por el Jefe de Gabinete cuando al respecto agregó: “Recordemos que Juan Pablo II visitó en la cárcel a quien lo intentó matar. O que Mandela se juntó con quienes lo tuvieron preso y mataron a su gente durante décadas. Y son ejemplos que sirvieron a toda la humanidad”.
En algunos círculos del Gobierno se pretendió ahondar en el argumento de que, tratándose del “año de la misericordia” para la Iglesia Católica, los gestos papales se encuadran precisamente dentro de esa actitud. Al hacerlo tratan de equipar misericordia con lástima desconociendo el sentido profundo que la misericordia tiene en la tradición católica. En el catolicismo misericordia es muy distinta de lástima: implica compromiso mutuo entre las personas, reconocimiento y entrega al otro como “prójimo”. Es más: en tanto la misericordia es una virtud la lástima puede ser entendida como un defecto.
A la hora de encontrar explicaciones a las diferencias existentes entre el gobierno de Macri y Francisco, en el Gobierno manifiestan que “el Papa no está bien informado” o, yendo a otro terreno, recuerdan que “Bergoglio es peronista”. Nadie podría decir seriamente, a pesar de que su mirada apunta hoy al mundo entero, que el Papa no está al tanto de lo que sucede en la Argentina. Tiene permanentes encuentros, públicos y privados, con viajeros que llegan desde nuestro país y mantiene constante relación con muchas personas que viven aquí y le aportan no solo datos sino también análisis. Al margen, él saca sus propias conclusiones.
Respecto de la posición política del Papa y aun sin negar su historia cercana al peronismo en algún momento, Francisco ha sido claro en sus documentos y en sus declaraciones públicas respecto de su posición contraria al pensamiento liberal que sustenta el Gobierno actual. No cree, por ejemplo, en la “teoría del derrame” y sus posiciones políticas tienen un fundamento teológico vinculado con la llamada “teología del pueblo”, de raíz latinoamericana y argentina, que pone al pobre en el centro de sus preocupaciones. En Evangelii Gaudium (EG) el Papa interpretó que el llamado bíblico “dadles vosotros de comer” implica “tanto la cooperación para resolver las causas estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo integral de los pobres, como los gestos más simples y cotidianos de solidaridad ante las miserias muy concretas que encontramos” (EG 188). Esta es su estrategia pastoral y política: denunciar las injusticias, promover acciones para erradicarlas y, mientras tanto, acompañar con gestos concretos que van desde recoger a los refugiados de Lesbos, alentar en su lucha a los movimientos sociales como lo viene haciendo habitualmente o enviarle un rosario a Milagro Salas detenida en Jujuy.
Por más guiños de acercamiento hacia Roma y el Vaticano, la diferencia entre Francisco y el gobierno de Cambiemos es filosófica, teológica y, si se quiere, política. No porque el Papa sea “peronista” sino porque su mirada sobre el mundo y sobre lo que deben hacer los dirigentes está muy lejana al quehacer del macrismo. “Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema” escribió el Papa para rematar que “la inequidad es la raíz de los males sociales” (EG 202).
No basta, en consecuencia, que uno tras otro los funcionarios de la alianza Cambiemos, afirmen estar “en un todo de acuerdo” con el Papa y en su prédica sobre la pobreza, el diálogo y el encuentro. Hay diferencias de fondo, de principios, que son y serán difíciles de sortear.
Se agrega a ello que Francisco -que sí tiene información sobre la Argentina– no deja de expresar su preocupación por el clima de “revanchismo” que, lejos de zanjar lo que la alianza hoy gobernante tituló como “la grieta”, parece acrecentarse cada día más con las declaraciones, las actitudes y las decisiones que provienen del oficialismo. El Papa acumula testimonios en ese sentido y no deja de expresar su preocupación por esta realidad y por las consecuencias que ello puede tener para la vida política y social de la Argentina, su país.
Desencantados y ya definitivamente convencidos de que será muy difícil reencauzar la relación con el Papa el macrismo eligió poner a Francisco en la vereda de enfrente, aunque dentro de las filas oficiales hay quienes dicen que hay que evitar debatir en público con el Papa. Francisco no hace referencias públicas a la Argentina, cuida las formas. Pero produce gestos y no desmiente los trascendidos acerca de sus puntos de vista. Ese fue su estilo como arzobispo de Buenos Aires y lo es ahora como autoridad en el Vaticano.
En el Gobierno el discurso del diálogo, de la diversidad y aceptación de la diferencia, poco a poco ha ido virando hacia la demostración manifiesta de las hostilidades. En el caso del Papa el cuidado es mayor, se atienden los términos, pero puertas adentro es difícil contener el enojo que existe con Francisco. En privado, algunos funcionarios lo comentan con los obispos amigos que, aún coincidiendo con sus interlocutores, no pueden dar explicaciones más allá de decir que el Papa habla en términos generales, que su sensibilidad lo lleva a pensar en todos los que sufren, especialmente los pobres. En privado, estos mismos obispos tampoco ocultan su desconcierto y hasta su molestia con el Papa.
El encuentro de hoy en Santa Marta entre Hebe de Bonafini y Francisco se encuadra dentro de este escenario y constituirá, sin duda, un hito importante y significativo para la vida política argentina. Abierto, por supuesto, a las más diferentes lecturas.
Para el Gobierno, Francisco parece ser un ingrediente más de la “pesada herencia” y, si en sus manos estuviera la posibilidad, tampoco dejarían de pedirle a Durán Barba una estrategia que tenga como propósito cambiemos… al Papa.
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