Domingo, 9 de octubre de 2016 | Hoy
18:13 › PLAN PRODUCTIVO NACIONAL DEL GOBIERNO, LOS FINES DEL MODELO DE DESINDUSTRIALIZACIÓN NO REVELADOS
El proyecto económico del Gobierno, el denominado Plan Productivo Nacional, no se presentó integralmente, pero Página/12 tuvo acceso a sus ejes principales. Las consecuencias, una brutal reprimarización económica, poco espacio para la industria y torniquete a los “costos laborales”.
Por Raúl Dellatorre
Con palabras amables, los ministros de la Producción y de Trabajo van recorriendo diferentes ámbitos empresarios para invitarlos a discutir sobre “un nuevo modelo de desarrollo, que genere las condiciones para la creación de más y mejores empleos”. Con propuestas vagas, muchas de ellas rayanas en la obviedad, simulan la búsqueda de definiciones consensuadas que, en realidad, encubren un esquema ya armado y delineado hasta en sus pasos de ejecución. El denominado “plan productivo nacional” no es un “modelo para armar” como se lo presenta, sino un proyecto que ya tiene calificados a los sectores según su “viabilidad” o “competitividad” y sobre los cuales trabajará: con los primeros, para convertirlos en “motores de la nueva economía”, fundamentalmente los ligados a los agronegocios. Con los últimos, para su “reconversión”, es decir transformar a las unidades económicas para que migren hacia otra actividad o, directamente, se conviertan en importadores. Con los testimonios recogidos en distintos encuentros entre gobierno y empresa, y a través del acceso a algún material oficial no publicado, Página/12 pudo conocer los ejes de la propuesta oficial que reconoce a Australia como su modelo económico de referencia. De dicho modelo, suelen mencionar los funcionarios que goza de un producto bruto per cápita que triplica al de Argentina. Lo que no mencionan es que es un país que abandonó todo perfil industrial manufacturero para concentrarse en la producción agrícola exportadora, la minería y los servicios. Y que Argentina no cuenta con los recursos mineros de Australia, pero sí con el doble de población que el país oceánico. Adoptar el modelo australiano exigiría definir qué hacer con los millones de trabajadores que se desempeñan en la industria mano de obra intensiva o dependen de ella.
En cada encuentro empresario que va organizando el gobierno, el plan productivo nacional se va lanzando en cuentagotas, nunca como una formulación integral. Existe, sin embargo, una hoja de ruta para alcanzar la aplicación ese plan que, de acuerdo al ámbito de que se trate, los integrantes del gabinete abren a la consideración en mayor o menor medida. Los elementos fundamentales de dicho proyecto se pueden resumir de la siguiente manera.
El “futuro productivo de nuestro país” estará definido según los resultados de “las políticas orientadas a aumentar la productividad, tanto mediante la reducción del costo del capital como en la mejora del capital humano y la productividad laboral”. En este sentido, se afirma en la propuesta que “la Argentina está en la puerta de una verdadera revolución que comenzó con la salida del cepo y el arreglo del litigio de los holdouts”, lo cual permitirá, según augura, “obtener el costo del financiamiento más bajo de la historia”. En cuanto a la productividad laboral, se menciona explícitamente la necesidad de “reducir los costos del ausentismo y la litigiosidad laboral”, una forma elíptica de referirse a la reducción de derechos del trabajo que ya había aparecido como la fórmula deseada en el reciente Foro de Inversiones realizado en el Centro Cultural Kirchner, con la presencia de CEO globales de algunas de las firmas más poderosas que operan en el país.
Uno de los aspectos no difundidos del proyecto es la estrategia que se manejará desde el gobierno con los diferentes sectores económicos, a los cuales se los segmenta de acuerdo al siguiente criterio:
n Sectores con alta competitividad, entre los que menciona a los agroexpoortadores, con eje en granos, aceites vegetales y molinería; y otros del rubro alimenticio.
n Sectores de media competitividad, como la biotecnología, el software y otros servicios profesionales.
n Sectores de baja competitividad, a su vez dividido en un subsector “latente, con posibilidades mínimas de crecimiento”, entre los que se menciona la industria automotriz, de autopartes, maquinaria agrícola y medicamentos. Y otro subsector al que eufemísticamente señala como “sensibles a reconvertir”, como serían los del calzado, el textil y la electrónica.
Claramente, la definición sobre viabilidad o no de cada sector aparece en este esquema estrechamente ligada a sus condiciones de subsistir en una economía extremadamente abierta para el capital, los servicios y las mercancías. El resultado sería una reprimarización de la economía, en primera instancia, y luego la suma de aquellos sectores que sean elegidos por las transnacionales para hacer pie en el país como radicación para alguna de sus filiales, si los costos comparativos les resultan convenientes. Es decir, bajos costos laborales y ventajas impositivas atrayentes.
En este esquema, la industria manufacturera, fundamentalmente la vinculada a la pequeña y mediana empresa, quedaría en una situación relegada, no sólo porque no daría con los estándares de competitividad planteados, sino que además se trata de un modelo que no apuesta al consumo interno como impulsor (es un esquema de salarios bajos para la mayoría, y salarios altos para pocos “empleos de calidad”), sino que hace eje en el mercado externo. Explícitamente, el proyecto postula una “integración inteligente al mundo” consistente en la “atracción de nuevas inversiones productivas” y “la apertura de nuevos mercados internacionales” para los productos argentinos. La industria de la indumentaria, en general, y la electrónica son mencionados explícitamente como los rubros con un futuro difícil en este esquema.
La estrategia de crecimiento que plantea el plan productivo nacional de Cambiemos toma como ejemplo emblemático el caso de Australia, en cuanto a “generación de empleo de calidad por medio de una apertura gradual y una reconversión productiva”. La meta alcanzada, según el proyecto, es poseer hoy un producto bruto per cápita que es tres veces el vigente en Argentina. Pero un modelo al cual Argentina sólo podría adaptarse barriendo con la mayor parte de su industria manufacturera, reduciendo salarios en dólares para “hacerlos competitivos” con el mundo y luego de pasar por el tamiz de la competencia de los importados.
La frase clave de la propuesta oficial es la “productividad laboral”. Esta semana, Francisco Cabrera, ministro de Industria, participó de un encuentro con empresarios del sector de la indumentaria, textiles y calzados. Hizo un breve discurso, que quiso ser casi un saludo y que no demoró más de diez minutos. Pero algunos aspectos de su alocución, y sobre todo lo que no dijo, provocó una reacción fuera de programa, que inclusive siguió después que se retirara. Su intervención se refirió a los “logros” del gobierno en materia de eliminar “el cepo”, el “regreso a los mercados de crédito” y a un futuro económico auspicioso. Al terminar, entre miradas cruzadas de empresarios que dudaban en intervenir o no, se hizo oir la voz de uno de los dirigentes sindicales presentes, que tras repasar las suspensiones de trabajadores, los cierres de plantas y la caída de la demanda para el sector, le reclamó al funcionario: “Hagan algo, las importaciones nos están matando”. La respuesta de Cabrera descolocó aún más a los empresarios que lo rodeaban. “Usted qué quiere? Que volvamos a una economía totalmente cerrada como teníamos?”.
Alguien, desde un lugar cercano al que ocupaba el sindicalista, comentó por lo bajo, en referencia al equipo económico: “estos son talibanes de la apertura”. Uno de los dirigentes empresarios de la entidad organizadora le recordó al ministro, en tanto, que las importaciones crecieron este año un 20 por ciento, sobre cifras que ya el año pasado no estaban en cero. No existía un mercado totalmente cerrado, había importaciones, pero ahora con un mercado reducido la situación es mucho peor. Otro dirigente empresario, desde la platea, comentó en voz baja: “¿Por qué dice 20 por ciento? Si en indumentaria la importación subió más de un 40 por ciento”. Quien estaba a su lado le respondió: “Le dio la cifra global de la industria textil, seguramente para no incomodarlo”.
Cabrera, en tono amable, le pidió a su amable interlocutor que le acerque las cifras, que no eran las que él tenía y que las iba a revisar. Y que, por supuesto, se ocuparía del tema para volver a conversarlo. Prometió a los presentes, para clausurar el tema, que hacia fin de año la situación se irá equilibrando. Quienes lo siguen, aseguran que siempre recurre al mismo mecanismo: jamás discute ni se traba en posiciones irreductibles.
La discusión siguió luego entre empresarios. Hay quienes interpretan que la formulación del gobierno les preanuncia que ellos, los industriales de los llamados “sectores sensibles”, ya están declarados fuera de juego. “Van a seguir entrando importaciones, les interesa más equilibrar los precios que mantener la producción o el empleo. Nos condenan a corto plazo”, sostienen. Otros, en cambio, ven o quieren ver la situación como una tormenta pasajera, y que en todo caso las formulaciones del modelo industrial que proponen es un asunto de muy largo plazo. Esperan ver una recuperación a principios del año próximo, aunque no tienen en qué sustentarlo. Y no dejan de destacar “los buenos modales” de los actuales funcionarios, aunque el destino sea, para quienes así piensan, incierto.
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