Viernes, 31 de julio de 2015 | Hoy
UNIVERSIDAD › ENTREVISTA A PABLO VOMMARO, AUTOR DE JUVENTUDES Y POLíTICAS EN LA ARGENTINA Y EN AMéRICA LATINA
Vommaro reflexiona sobre la revalorización de los jóvenes y advierte que, en paralelo, se produce “una lectura de conflictos políticos en clave generacional”, por la que ciertos conflictos “no se presentan como disputas ideológicas sino como disputas generacionales”.
“La juventud aparece hoy como un valor en sí mismo. En política, y a nivel social en general, decir que un político o una fuerza política son jóvenes ya significa un atributo positivo”, afirma Pablo Vommaro, autor del libro Juventudes y políticas en la Argentina y en América Latina, primer volumen de la colección “Las juventudes argentinas hoy: tendencias, perspectivas, debates” (Grupo Editor Universitario). Posdoctor en Ciencias Sociales e investigador de Clacso, Vommaro señala –en diálogo con Página/12– aspectos que identifica como las ramificaciones de un proceso de “juvenilización” y asegura que muchas disputas políticas que son de naturaleza ideológica aparecen hoy bajo la forma de “disputas generacionales”: la nueva política contra la vieja.
–¿Por qué propone un “enfoque generacional” para estudiar a las juventudes y sus relaciones con las formas políticas?
–En parte tiene que ver con un desplazamiento de dos conceptualizaciones que, aunque parecen antiguas, siguen estando operativas sobre todo en el sentido común y en algunas políticas públicas. Por un lado, una concepción de los jóvenes más en clave biologicista: la juventud sólo como ciclo de vida. La segunda cuestión de la que era importante correrse era la concepción de la juventud en tanto moratoria. Es decir, en tanto suspensión del ciclo de vida, como un paréntesis: no es niño ni adulto, todavía no es ciudadano, todavía no es padre, todavía no es trabajador. Está en un momento propedéutico de introducción para cuando sea grande. La perspectiva generacional permite desplazarse de esas dos conceptualizaciones y, en segundo lugar, permite incorporar una serie de dimensiones sociales, culturales, históricas, relacionales que permite encarar a la juventud como una producción social.
–¿Este concepto más maleable de juventud es el que le permite identificar un proceso de “juvenilización” en la sociedad?
–Totalmente, y yo creo que es uno de los proceso más estructurales, que permite también entender el lugar importante de la juventud hoy en la política. Yo creo que en el mundo contemporáneo hay dos procesos que son la juvenilización y la feminización de la sociedad. La feminización tiene que ver con un montón de atributos supuestamente femeninos que hoy en día están difundidos por todas las dimensiones sociales. Y la juvenilización responde a una creciente importancia y valorización de lo juvenil en el conjunto de la vida social, no sólo de los jóvenes como sujetos, sino de atributos que podemos interpretar como juveniles. Tanto en las dimensiones culturales, en las pautas de consumo, estilos de vida, en la fuerza de trabajo y en otros ámbitos como las sexualidades o las migraciones y, claro, en la política.
–¿La juventud es hoy un atributo valioso para la política?
–Hoy lo juvenil se ha convertido en un valor positivo, que genera adhesiones y simpatías. Podemos decir que la juventud aparece como un valor en sí mismo. En política y a nivel social en general decir que un político es joven o una fuerza política es joven ya significa un atributo positivo. Y está bueno pensar cómo se construyó eso, porque hace 30, 40 años ¿qué se valoraba en política? La experiencia. Es el típico discurso de Perón, de Balbín: “Yo sé gobernar y como ya goberné, los quiero seguir gobernando”. Hoy en día, salvo excepciones, es “yo soy joven, yo no sé de política”. El paroxismo es Miguel Del Sel: “Yo soy un actor que no sé ser diputado, no me interesa la política, no quiero ser político: vótenme para gobernador porque no soy un político”. Entonces, hay una cuestión de una productividad de lo joven, hay una lectura de conflictos políticos en clave generacional. Es decir, conflictos que en realidad son de modelos políticos, de objetivos, de ideología, no se presentan como disputas ideológicas o de modelos políticos: se presentan como disputas generacionales: la nueva política contra la vieja política.
–¿Los ’90 no fueron años de apatía y desmovilización juvenil, como suele decirse?
–Los ’90 no fueron un momento de apatía, ni descompromiso, ni desinterés militante. Fueron un momento de recomposición militante. Uno puede ver un ciclo donde en los ’80 y fuertemente a partir del ’83 hay una primavera de participación democrática que se suele leer como participación de juventudes partidarias: la Coordinadora radical, la Juventud Universitaria Intransigente, el MAS, la Juventud Universitaria Peronista. Pero también hay una militancia barrial fuerte y una militancia en movimientos como son los de derechos humanos, que no son estrictamente partidarios. Si uno piensa que los ’80 fueron un momento de gran participación política, con la crisis de la deuda, las leyes de impunidad y un montón de cosas que demostraron que con la democracia no se comía, no se educaba y no se curaba, se produjo un desencantamiento ciudadano muy fuerte. Entonces vino el menemismo a prometer que se iba a recomponer esa confianza. Y se ven los ’90 como un momento de resistencia al neoliberalismo, pero con descompromiso, como una resistencia fragmentada, desde la individualidad, y con el aumento de la pobreza, el desempleo, la ruptura de lazos sociales. Todo eso existió y es un costado, pero también los ’90 fueron un momento de resignificación política donde la política en los barrios, la política de proximidad, la discusión de la representación por sobre la participación y todo lo que emerge o estalla en el 2001 comenzó a gestarse. Entonces yo diría que los ’90 no fueron un momento de descompromiso, sino de generación de otras formas de compromiso político, alternativas al sistema político y sus canales instituidos de la política.
–¿Qué pasó con los jóvenes luego de la crisis del 2001?
–Todo eso que señalé sigue existiendo, pero hay también un regreso a una confianza en el Estado y a un reencantamiento con lo público, que tiene dos costados: por un lado, una nueva centralización en el Estado como arena de disputa o como herramienta de cambio social. Si en los ’90 se militaba contra el Estado, después del 2003 y claramente desde el 2008 hay muchas juventudes que militan por el Estado, para el Estado o desde el Estado. Y eso no sólo tiene que ver con las juventudes kirchneristas, sino con varias fuerzas oficialistas a nivel provincial o distrital. Pero también hay un segundo proceso que tiene que ver con la ampliación de lo público, con la aparición de lo público no estatal. Por ejemplo, hoy aparece una política pública que para ser eficiente tiene que estar ejecutada desde los territorios y tiene que aliarse con organizaciones sociales. Ya un Estado no puede operar casi ninguna política pública sin que haya gente que la milite.
–¿Esa es una de las explicaciones posibles de por qué el kirchnerismo hace tanto hincapié en la juventud como uno de sus pilares?
–Sin duda. En el kirchnerismo coexisten al menos dos discursos sobre la juventud que son bien interesantes porque parecieran contradictorios, pero coexisten sin demasiado conflicto. Por un lado, lo que yo llamo la juventud futuro: una apelación a los jóvenes como los dirigentes del futuro: “Ustedes son mi relevo”. Ese discurso, que es más bien clásico, coexiste con el de la juventud presente, que es: “ustedes tienen hoy la responsabilidad, asuman hoy la responsabilidad”. Entonces hoy el ministro de Economía es joven, hay lugar para los jóvenes en la lista de diputados. Estos discursos contradictorios también moldean alguna política pública: hay algunas políticas públicas que están pensando más en formar a los jóvenes para mañana y otras que están pensando más en cómo los jóvenes pueden participar hoy.
–En su libro señala que hubo una ampliación de derechos y políticas públicas que alcanzaron a los jóvenes, pero que a la vez se sigue manteniendo un enfoque “adultocéntrico” en la puesta en marcha de estas medidas. ¿A qué se refiere?
–Creo que las políticas públicas de juventud tienen sobre todo dos falencias fundamentales: siguen siendo adultocéntricas y no son integrales. Lo adultocéntrico tiene que ver con políticas públicas de juventud pensadas desde el mundo adulto, sin participación o con participación subordinada de los jóvenes en su formulación. Siempre uso el ejemplo de las políticas de género: hoy es impensado que cualquier política de género no tenga participación de las mujeres en su planificación. Ahora, se naturaliza que los adultos formulen políticas públicas para los jóvenes. Tiene que ver mucho con cómo involucrar la participación directa no de jóvenes aislados, sino el protagonismo de colectivos juveniles. Pensar cuáles son las capacidades, qué saben hacer esas juventudes y cómo poder aprovechar esas capacidades para potenciar o fortalecer una política pública. Y cómo incorporar también las concepciones que tienen los jóvenes sobre determinados temas en las políticas públicas. Por ejemplo, muchas políticas de empleo siguen pensando en reinsertar al joven o mejorar su empleabilidad en el mercado laboral, pero no se centran en la concepción que los jóvenes tienen hoy del trabajo, que es muy otra a la de algunos años atrás: es un trabajo que está mucho más vinculado a la satisfacción de necesidades inmediatas y al consumo que al trabajo como un recorrido de vida que me da una satisfacción personal. Eso no se lo incorpora en los planes de empleo y hace que muchos planes fracasen.
Entrevista: Delfina Torres Cabreros.
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