Viernes, 25 de enero de 2008 | Hoy
Por Gilbert K. Chesterton
Al estudiar cualquier tragedia eterna, la primera pregunta que surge es la de qué parte de la tragedia es eterna. Si existe algún elemento en la obra del hombre que sea en algún sentido permanente, debe de tener esta característica, que censura una generación tras otra, pero que es una censura siempre en direcciones opuestas y por faltas diferentes. El mundo ideal es siempre perfecto. El mundo real está siempre loco; pero está loco cada vez acerca de cosas diferentes. Todas las cosas que han sido son cambiantes e inconstantes. La única cosa en la que se puede confiar de verdad es aquella que nunca ha sido. Todos los clásicos extraordinarios de arte son una censura a la extravagancia, y no en una sola dirección, sino en todas las direcciones. La figura de la Venus griega es una censura a las mujeres gruesas de Rubens y también una censura a las mujeres delgadas de Aubrey Beardsley. De la misma forma, el cristianismo, que en los primeros tiempos combatió a los maniqueos porque no creían en otra cosa que en el espíritu, tiene ahora que combatir a los maniqueos que no creen en otra cosa que en la materia. Esta es, quizá, la piedra de toque de una obra muy vasta de creación clásica que puede ser atacada en terrenos inconsistentes y que ataca, a su vez, a sus enemigos en terrenos igualmente inconsistentes. He aquí un criterio grosero y sencillo. Si oís decir que una cosa es acusada de ser demasiado alta y demasiado baja, demasiado roja y demasiado verde, demasiado mala en un aspecto y demasiado mala también en el aspecto contrario, podéis estar seguros de que se trata de algo muy bueno.
Este prefacio resulta esencial si queremos sacar utilidad del principal significado de Macbeth. Porque la obra es tan grande que cubre mucho más de lo que parece cubrir. Sobrevivirá a nuestra época como sobrevivió a la suya. Dejará, sin duda alguna, a sus espaldas el siglo XX tan definitiva y apaciblemente como dejó a sus espaldas el siglo XVI. Así que si preguntamos por el significado de esta obra clásica, debemos de preguntarnos necesariamente por el significado de nuestro propio tiempo. Puede tener la sombra de otro significado en su aplicación a otro período. Si, como es posible, hay un retorno a la barbarie, y si la Historia nos puede servir de guía, todo quedará destruido antes de que la gran literatura quede destruida. La elevada y civilizada tristeza de Virgilio fue disfrutada literalmente en los más negros momentos de las épocas de superstición e ignorancia. Mucho después de que generaciones más opulentas acaben con el Parlamento, seguirán conservando a Shakespeare. Los hombres disfrutarán de la más grande tragedia de Shakespeare, incluso en lo más sombrío de la mayor de las tragedias que pueda sufrir Europa.
Es perfectamente posible que Shakespeare pueda ser disfrutado por hombres mucho más sencillos que los hombres para los que escribió. Voltaire le llamó un gran salvaje. Podemos llegar a épocas mucho más sombrías que las épocas de superstición e ignorancia, cuando Shakespeare sea disfrutado por verdaderos salvajes. Entonces, la historia de Macbeth será leída por un hombre que se encuentre en la posición real de Macbeth. Entonces, el gentilhombre de Glamis podrá sacar provecho de las desastrosas supersticiones del gentilhombre de Cawdor. Entonces, el gentilhombre de Cawdor podrá resistir realmente el ímpetu del rey de Escocia. Habría una moral muy sencilla, pero efectiva, si Macbeth pudiera leer Macbeth. “No prestes oído a los malos espíritus; no permitas que tu ambición te acompañe; no asesines en su lecho a los ancianos caballeros; no asesines a las esposas y a los hijos de los demás, como una parte de la diplomacia. Porque si haces todas estas cosas, es muy probable que sufras malos momentos.” Esta es la lección que Macbeth aprendería de Macbeth; ésta es la lección que algunos bárbaros del futuro quizá puedan aprender de Macbeth. Se trata de una lección efectiva. La gran obra tiene algo que decir muy sencillamente a los sencillos. Los bárbaros entenderían a Macbeth como una seria advertencia contra ambiciones vagas y violentas. Y se trata de una advertencia, cuya lección aprenderían, que no será de desdeñar por el hecho de que sean solamente los bárbaros los que la comprendan en forma adecuada. Desconfía de los malos espíritus que te hablan adulándote. No se trata de espíritus benévolos. Si lo fueran, lo que probablemente harían sería darte un golpe en la cabeza.
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