De los misterios que habitan bajo el cielo de esta Argentina, el del lonco y jefe de hombres Pincén es de los más profundos. Fue un patriota de sus gentes, un hombre altanero, un líder carismático y uno de esos tipos que construyen leyendas como si respiraran. Nadie sabe de dónde vino, si era mestizo o indio puro, si era hijo de este o de aquel. Nadie sabe cómo murió ni dónde. La leyenda lo envuelve tanto que hasta es posible que no haya muerto y sea uno de nuestros Lázaros sin consuelo.
Pincén puede haberse llamado Piseñ, Catrinau y Pinseñ, o Vicente Catrunato Pincén, como terminó firmando al final de su vida en su enorme correspondencia con los huinca. El sistema de nombres de las primeras naciones no es como el europeo, de primer nombre propio y apellido fijo que se pasa de generación en generación. La tradición era darle a cada hijo o hija un nombre lindo nomás, que se podía cambiar de acuerdo a lo que iba pasando en la vida. Pincén puede derivar de Pin - señ, el que habla de sus antepasados, costumbre que el cacique habrá desarrollado de joven.
A qué antepasados se refería es el primer misterio. Se calcula que nació en 1808 o 1809, aunque podría ser antes o después, pero a la hora de saber de quién, la cosa se empasta. Una posibilidad es que fuera hijo de una cordobesa llevada como cautiva en Renco, San Luis, y entregada al capitanejo Ayllapan. La cristiana, rebautizada como Amuypan, "que venga el puma", sería la madre del Pincén mestizo. Otra versión es que era indio puro, hijo de Vuca Pincén, "Pincén el viejo o el sabio", un araucano exiliado a este lado de las montañas con los Coliqueo.
Lo que el lonco siempre afirmó fue que había nacido en el Carhué, de las tierras más fértiles bonaerenses de la época, y por lo tanto era un puelche, "gente del este", simple referencia geográfica. El joven aprendió los quehaceres del campo, las artes de la guerra y la profesión de su padre, que era nada menos que la de domador de pumas, extraño laburo. De hecho, Ayllapan quiere decir "Nueve Pumas". Pincén se ganó de jovencito nomás el título o apodo de gempin, "el que habla", todo un elogio en una cultura oral y charleta como la de su nación.
El Carhué de esos tiempos era la región de las lagunas bonaerenses bajo el mando de dos lonco boroganos, venidos de la región de Boroa en el sur de Chile por las persecusiones de la guerra de Independencia. Estas idas y venidas del otro lado de la cordillera terminaron siendo importantes en la vida de Pincén, porque la Guerra a Muerte que terminó con los realistas continuó con una persecución a las tribus araucanas aliadas a los españoles. Los de Pincén, después de alianzas y enfrentamientos, y de la campaña de fronteras de Rosas, terminaron en el este pampeano, entre ranqueles.
De ahí viene otra versión sobre el origen de nuestro fantasma,que era ranquel, pero lo que consta en actas es que ya veinteañero es un capitanejo del lonco ranquel Rinque y estaba casado con su hija Añatu. No se saben bien sus pasos de estos tiempos, pero es probable que haya sido una suerte de diplomático entre tribus y tolderías, en misiones que terminaron mal. Rosas había pactado con el gran exiliado venido de Chile, Calfucurá, le había reconocido el dominio de las Salinas Grandes y para poner orden lo ayudò en la llamada masacre de Masallé del 8 de septiembre de 1834, donde los boroganos fueron "escarmentados".
Pincén ya tenía tropa propia, según la tradición oral, con 24 hombres de lanza, y un prestigio de mediador y diplomático. Junto a otros lonco, incluyendo su suegro, se alejaron de Calfucurá y se acercaron a Yanquetruz y a Coliqueo. En 1838 se unieron al gran malón que comandó el coronel Manuel Baigorria, refugiado unitario y yerno de Coliqueo. Fue el comienzo de una carrera de guerra al blanco irreductible, que terminó acostumbrando por ejemplo a los de Pergamino a sus constantes incursiones.
Pincén se alejó tambión de Coliqueo cuando el gran lonco lo siguió a Baigorria en su alianza con Mitre en contra de Urquiza, el tipo de cosas que consideraba una cooptación de las Primeras Naciones que nunca terminaba bien. Su gente se mudó entre los ranqueles del norte y los salineros del sur, en los pagos de Anchiqueluá, Las Tunas y Xrenque Lavquén, que hoy pronunciamos Trenque Lauquen. Más de uno lo habrá mirado de costado, porque Coliqueo fue premiado en el tratado de 1862 con Los Toldos, que todavía hoy es la mayor población mapuche del país.
Los huincas le mandaron algunas expediciones, que siempre terminaron mal, como la de Emilio Mitre en 1863. Como Coliqueo había mandado tropas aliadas a los blancos, Pincén le devolvió la cortesía con un malón de los feos en Los Toldos. Su perfil de malonero iba creciendo, con incursiones a Nueve de Julio y Veinticinco de Mayo, y como siempre a Pergamino. Esto servía para el prestigio político y militar, y para aumentar las tropas de ganado y las caballadas, fuentes de poder. Para 1867, Coliqueo y Calfucurá le mandaron un ejército que lo derrotó junto a su aliado Neciel en pagos de Foro Malal, el "Corral de los Huesos" que hoy conocemos como Timote. Los dos caciques aliados de los blancos buscaban poner orden...
Pero Calfucurá, que era un estadista, empezó a ver el juego de los blancos y a resistir, lo que le acercó a los irreductibles como Pincén. Empezaba la guerra de fronteras, los tratados que siempre incluían provisiones y alcohol para pacificar a los loncos, las andanzas del entonces coronel Conrado Villegas, el "matador de indios", la mitología de las guerras indias. A Villegas le costó aprender el oficio y sus primeras incursiones fueron sistemáticamente un fracaso. Pronto aprendería a detestar a Pincén.
Mientras Calfucurá maniobraba y amagaba firmar tratados con el gobierno, Pincén ni contestaba las cartas donde le pedía opinión. Con los huincas no se pactaba y a partir de 1870 el lonco veía que la rebelión de López Jordán en el Litoral obligaba al traslado de tropas. Pincén atacó el Fuerte Lavalle, hoy General PInto, y tuvo un durísimo combate con las tropas de Villegas, con muchas bajas para ambos bandos, en los campos de La Picaza. El lonco ya reunía aliados como referente de la intransigencia, y para esta incursión había juntado mil lanzas.
Siguió un nuevo malón a Junín y, junto a Calfucurá, un ataque que terminó en dura derrota a manos del general Rivas en San Carlos, en marzo de 1872. Calfucurá quedó golpeado, pero Pincén siguió atacando mientras se le iban sumando más y más capitanejos que abandonaban a Calfucurá. Para el invierno se volvía a enfrentar con Villegas, otro empate, y unos días después le hacía una emboscada al comandante Estanislao Heredia y lo mataba junto a una partida.
Pero el evento del año fue el malón a Los Toldos, base operativa de los Coliqueo, "indios amigos" del gobierno. Los hombres de Calfucurá y Pincén llegaron de noche y despacito, en un día de fiesta, y básicamente se encontraron a todo el mundo mamado y dormido. Los arrearon prisioneros, pero alguno se escapó y le avisó al coronel Francisco Borges, el ancestro de Georgie. Los milicos al galope llegaron justo a tiempo y rescataron a los prisioneros, que iban de a pie.
El ejército ya estaba ofendido y armó una expedición contra Pincén al mando del coronel Hilario Lagos. Pero en la toldería encuentran unos pocos hombres y muchas mujeres, con lo que Lagos tomó prisioneros a la familia del lonco. Por primera vez, Pincén ofreció un tratado de paz, ser "indio amigo", a cambio de que le devolvieran la mujer y los hijos. El tratado se firmó en marzo de 1874 y nadie se lo creyó: para mayo ya estaban de vuelta a las corridas.
Para 1876, con Alsina de ministro de Guerra, la cosa se calentó. Hubo incontables malones, chicos y grandes, que tenían a la caballería corriendo de acá para allá. Villegas atacó las tolderías de Pincén en Trenque Lauquen, construyó un fuerte que luego sería pueblo, pero de su ya obsesión sólo ve la polvareda en el horizonte. Calfucurá llamó a Pincén para lanzar el mayor malón de la historia, el Malón Grande, en el verano de 1876. Fue el momento de gloria final, porque Alsina había terminado su zanja famosa y los maloneros perdían los mejores campos, en el Carhué.
Ahí empezó el final, porque los campos pobres del sur no permitían sostener las enormes invernadas ni las tropillas masivas de la época. Villegas, vengativo, volvió a atacar pero los de Pincén le robaron los famosos caballos blancos, que eran su orgullo y su honor. Hizo falta que muriera Alsina, que asumiera Roca y se preparara la gran expedición de 1878 para quebrar al irreductible. El 6 de noviembre, un joven teniente Solís se le presentó a Villegas con Pincén y su familia entera, rendidos por falta de caballos. El colérico coronel no se dio el gusto ni de capturarlo él.
Los prisioneros fueron llevados a Buenos Aires, al cuartel del Retiro donde Antonio Pozzo hizo las cinco famosas fotos del caudillo y su familia. De ahí los marchan como siempre a Martín García donde lo tuvieron un año engrillado. Pincén tuvo un doloroso cáncer de rodilla, y es posible que lo mandaran unas semanas a un hospital en la capital. Es lo último que se sabe con certeza.
A partir de 1884 reaparecieron los misterios. Unos dicen que se murió y está en la fosa común de la isla con tantos otros. Otros que lo liberaron por pedido de Ataliva Roca, el hermano del ya presidente Roca y uno de los coimeros más famosos de la época. Carlos Martínez Sarasola recoge una versión de los descendientes que dicen que se fugó agarrado a una yegua blanca que nadaba y lo llevó al Uruguay.
Pero allá en el sur cuentan que lo vieron saludando parientes en Trenque Lauquen años después, o que terminó asentado por Bordenave, cerca de Puán, a orillas de una laguna que por algo se llama Pincén y que tiene buen vista de las sierras de Curamalal, sagradas ellas.
Y quien te dice que no ande por ahí todavía, ofendido por la misma idea de firmar un tratado con la parca, que por algo es blanca.