CONTRATAPA

El odio de estos días

 Por José Pablo Feinmann

Uno de los mails que recibí durante estos días me pareció no sólo doloroso, sino revelador de un estado de espíritu que atraviesa la derechizada sociedad argentina de estos días. Esta derechización no tiene nada de extraño pues el mundo ha girado a la derecha y en los países ricos surgen el fascismo, el neonazismo, la violencia contra el diferente, la incapacidad del diálogo, el desprecio de la democracia. Estuve –por cuestiones literarias– unos quince días en Europa y la xenofobia, el racismo y la violencia que conllevan son moneda de todos los días. Todos piden que se expulse a los inmigrantes, que no se los deje entrar. Se levantan muros legales o muros reales, como el que levanta Bush contra los mexicanos. El mundo está entre la derecha occidental y el irracionalismo extremo del islamismo. Entre tanto, habían surgido algunos gobiernos tenuemente populistas en América latina, a los que se toleró durante un breve tiempo y sobre los cuales las embestidas son cada vez más feroces. Se trataría de quebrar algunas opciones de esos gobiernos: reemplazar el Mercosur por el ALCA, abjurar de todo gesto de intervencionismo estatal, eliminar cualquier intento de redistribución de la riqueza, concentrar definitivamente los medios de comunicación en el sistema comunicacional que establece hegemónicamente Estados Unidos (con matices, pero sin diferencias notables), desterrar todo lo que apeste a populismo. Si esto se hará democráticamente o no es difícil decirlo. A Chávez, entre la oposición política, los medios de comunicación y el apoyo de Estados Unidos, estuvieron por voltearlo. Lo que se nota en la Argentina es un factor que acaso (porque así es este país) se manifieste con más potencia que en cualquier otra parte: el odio. Sencilla, simplemente, poderosamente el odio. Si alguien pudo pintar: “Cristina vas a morir como Evita”, todo es posible. Si a Cristina se le endilgan insultos del calibre más bajo, más obsceno y si, para peor, son las mujeres las que principalmente lo hacen, uno se pregunta: ¿qué pasa? Supongamos que el gobierno de Cristina Fernández no le cae bien a un sector de la población, pero: ¿es para tanto? ¿Es para injuriarlo más que a Menem, que a De la Rúa? Sabiendo (y aceptando en alguna medida) que a otros gobiernos, sobre todo al militar, no se les dijo nada de esto.

Tomo un ejemplo. El cantante Ignacio Copani escribió una canción. Yo no conozco a Copani. Pero ése no es un problema de él, acaso sea un problema mío. Escucho música clásica desde joven y no he logrado moverme de ahí. Hay quienes intentan hacerme “entrar” en el rock, pero no lo logran. Lo siento. La cuestión es que Copani compuso una canción que lleva un título traslúcido. Se llama: “Cacerola de teflón”. Debe tratarse de una crítica al sector social pro-agrario que se manifiesta en las calles con los utensilios que tiene en su cocina según su pertenencia en la escala social. Las cacerolas que tiene son de teflón. Copani canta su letra. Dice lo que tiene que decir y ahí empieza la invasión mediática. El “foro”, en Internet, tiene un anonimato que facilita la agresión y hasta el insulto más soez. Facilita la expresión del odio. De este modo, Copani dice que, a raíz de su canción, recibió algunos mensajes afectuosos. Pero: “Pero he recibido también otro tipo de contactos llenos de reproches, cargados de odio, regados de violencia, intolerancia, agresión y con un espíritu inquisidor que no creí que anidara todavía en gente de mi comunidad. He sido amenazado, agraviado, insultado, difamado, calumniado y, peor aún, han sufrido ese tipo de atropello miembros de mi familia. No me refiero a los impunes foros de Internet sino a e-mails, cartas y llamados recibidos”. ¿Qué pasa? ¿Dónde estamos viviendo? ¿Esta es la ciudad de Buenos Aires? ¿Esta es la capital cultural de América latina? ¿De dónde salió esta tropa de asalto, organizada, feroz, violenta al extremo de estar a las puertas de la agresión física?

Sigue Copani: “Aquellos que piensan que la Sra. Presidenta de mi país me paga por verso, recital u opinión, simplemente están expresando su propia escala de valores y asumiendo que ellos mismos podrían torcer sus convicciones a un precio determinado. Yo no”. Este es otro toque infaltable de este periodismo del odio. Afirma: todo aquel que se manifieste a favor de este gobierno lo hace por interés. En cambio, si “el campo” llena la Plaza ahí está la patria, la tierra, los valores centenarios, la clase rural que hizo la grandeza de la patria. Si la llena el Gobierno son todos gronchos traídos en los camiones de Moyano, o bandoleros de D’Elía, o desdichados que están ahí por un choripán. Y esto lo dicen periodistas con una trayectoria. Que de pronto se han erizado también de odio. Algunos de ellos cambiarán milagrosamente no bien el Gobierno arregle con sus patrones, con los grupos económicos para los que trabajan. La conversión ideológica del periodismo en los últimos tiempos ha sido vertiginosa. Incluso conozco mucha gente que lo detecta. “¿Viste? Fulano ahora ya no está en contra de Cristina”. “Y claro: si la empresa para la que labura arregló con el Gobierno.” Hay, sin embargo, un ingrediente genuino en este periodismo que acaso ni puedan variar, aunque el grupo mediático para el que trabajan les dé la contraorden: su antiperonismo. El odio gorila pocas veces penetró tanto en nuestra sociedad. Y peor aún: el odio a la generación del ’70. Lo peor que se le puede decir a alguien es setentista. Y al matrimonio presidencial se les dice sin más “la pareja montonera”, cuando jamás estuvieron en esa organización y no se ha discutido aún con claridad los dislates o no que ha cometido en nuestro país. Dice, en fin, Copani: “Nunca discuto una crítica, sea como sea y venga de quien venga. Pero en este caso no recibí opiniones sobre la conformación estética del tema, de su métrica, de sus rimas, de sus sonidos, de la destreza para ejecutarla, sino una violenta y censuradora mirada hacia el contenido de mis ideas y mi conducta, bien típico de tiempos de inquisición y dictaduras”.

Voy a citar ahora otro mail. Es de Hernán Nemi, que tiene 36 años, es profesor de Literatura en la Universidad de Morón, da clases en varios colegios secundarios y tiene un par de obras escritas para Teatro por la Identidad. (Esto lo torna muy sospechoso para la Argentina del odio y sus voceros comunicacionales. Porque la cosa también tiene este costado de destrucción fundamental: “¡Basta con esa cuestión de los derechos humanos! ¡Basta de juzgar a militares! ¡Basta de exhibir a Hebe de Bonafini en cada acto! ¡Ni a la Carlotto nos bancamos ya! ¡Eso terminó, es el pasado, hay que archivarlo!” O si no: “¡Hay que juzgar a los guerrilleros! ¿O no quedó alguno vivo?”.) Suscribo todo lo que dice Nemi, de modo que citarlo es hablar y decir por su medio, que es impecable, y exhibe una prosa inusual: “Se critica a Cristina por autoritaria: ¿qué otro presidente hubiera soportado cien días con rutas cortadas, desabastecimiento y amenazas constantes sin disparar un solo tiro ni reprimir en ninguno de los cientos de cortes de caminos que hubo? Entre el 19 y 20 de diciembre de 2001 murieron 31 personas en la represión del gobierno de De la Rúa a las manifestaciones populares. El matrimonio ‘montonero’ tuvo la actitud más tolerante y democrática frente a las protestas de la ciudadanía que se recuerde en toda la historia argentina”. Aquí sólo podríamos pulir la frase “toda la historia argentina”. Hubo otros gobiernos con tolerancia de democrática. Es cierto que, en este caso, el llamado “campo” ha paralizado el país y su abastecimiento. Se trata, sin más, de un acto de subversión absoluto que deteriora por completo el funcionamiento del país. Y a los piqueteros se los quería colgar por cortar una calle.

Sigue Hernán Nemi: “¿Es éticamente correcto que la clase media y alta de Buenos Aires salgan a golpear cacerolas por las retenciones del campo cuando jamás las golpearon por las flacas jubilaciones que cobran nuestros viejos ni por los chicos que tienen hambre, ni por los sueldos docentes, ni por la carpa docente, ni por la privatización vergonzosa de nuestras empresas en los ’90?”. Y también: “¿Tiene autoridad moral la Sociedad Rural de pedir más institucionalidad cuando apoyó a cuanto gobierno de facto hubo en la Argentina? ¿Este campo hoy indignado es el mismo que aplaudió a Menem a lo largo de la década del 90? Sí, es el mismo”. Es siempre el mismo, Hernán: es el que recibió con atronadores aplausos a Juan Carlos Onganía cuando el dictador entró en el predio de la Sociedad Rural... ¡en carroza! El que abucheó a Alfonsín. El que respaldó a la patria financiera en el golpe de mercado. El que apoyó a Videla y negoció con Menem. Hoy, en esta Argentina del odio, es la clase heroica que representa los intereses de la patria. ¡Y con los periodistas progres a sus pies!

Y, por fin, escribe Hernán: “Quienes piensan –legítimamente– que los ruralistas tienen razón, ¿por qué lo expresan a través de mails o comentarios tan agresivos, tan cargados de odio, tan faltos de argumentos racionales?, ¿qué nos pasa a los argentinos (y argentinas) que nos cuesta tanto bancarnos a una mujer como presidenta? Muchos de los adjetivos de esos mails –muchos de ellos enviados por mujeres– muestran el peor machismo: se la llama a Cristina ‘puta’, ‘conchuda’, ‘turra’, ‘tilinga’... Y al mismo tiempo, los argumentos brillan por su ausencia”.

Es así, Hernán: pero eso de bancarse a una mujer como presidenta no nos pasa “a los argentinos”, sino a ciertos argentinos. Y si hiciera otra política le tirarían flores. No es que no se bancan a una mujer, no se bancan una política. El poder, en este país, es pragmático. Si hacés lo que yo te digo, lo que yo necesito, lo que llena mis arcas, estoy con vos y sos hermoso. No lo olviden: si el establishment argentino se bancó a Menem, se puede bancar a Drácula. Al sólo costo de que Drácula haga lo que ellos quieren.

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