Lunes, 18 de agosto de 2008 | Hoy
CONTRATAPA › ARTE DE ULTIMAR
Por Juan Sasturain
Los que eran pibes o adolescentes a fines de los cincuenta, como yo, se acordarán acaso de Harmin Hary. Nacido en 1937, este alemán rubio, flaco y que sonreía con muchos dientes fue el primero que corrió los cien metros llanos en 10 segundos. Increíble. No lo veíamos por la tele; lo leíamos en El Gráfico. Clavó el record –dos veces el mismo día– en 1960, y ese mismo año en Roma fue campeón olímpico con 10.2. Después se retiró. Ahora –revisando la información en Internet– me entero de que ésas, las que sabía obtener en la pista de polvo de ladrillo, no fueron las únicas marcas que preocuparon a Hary. Parece que el rápido Harmin fue de los primeros atletas que, en aquellas épocas de amateurismo “marrón” –como se lo llamaba–, fue objeto de deseo y de puja aviesa entre marcas de zapatillas: ya entonces Puma y Adidas peleaban el mercado por andariveles contiguos. La cuestión –dicen– es que, en Roma, Hary corrió con Puma y subió al podio con Adidas... Les cobró a los dos y se pudrió todo.
En esos mismos juegos de Roma hubo uno que hizo historia no por las zapatillas sino por no usarlas. El glorioso etíope Abebe Bikila (la información inicial, recuerdo, invertía el sentido anteponiendo el apellido, y le dijimos mucho tiempo “Bikila Abebe”) deslumbró a todos ganando por un campo la maratón –cuando todavía era palabra femenina– y corriendo en patas: como la camisa del hombre feliz, las zapatillas del mejor corredor de fondo del mundo no existían. No usaba.
Lo de Bikila también lo leíamos con devoción en El Gráfico, mirábamos las fotos, lo imaginábamos pisar el asfalto caliente de Roma con las patas callosas y curtidas sin inmutarse. Me acuerdo de que hubo los consabidos chistes racistas, comentarios estúpidos, pero el flaco integrante de la guardia imperial les pasó el trapo con record del mundo y repitió, recién operado y todo, cuatro años después en Tokio, esta vez con zapatillas. Eso tenía especial resonancia para nosotros porque los argentinos habíamos ganado dos veces el oro en la maratón, con Juan Carlos Zabala y Delfo Cabrera, muchos años atrás, y siempre apostábamos por el gran Osvaldo Suárez, que en Roma fue noveno. Un monstruo, Bikila.
El rubio alemán y el morocho etíope héroes de Roma son ejemplares en varios aspectos. Harmin Hary cierra un ciclo y abre otro: por un lado, porque es de los últimos atletas blancos y europeos que sobresalen en serio en las pruebas de pista de distancias cortas y –sobre todo– porque, si no lo inaugura, al menos pone en evidencia el juego de los intereses comerciales por detrás o por debajo de los atletas.
En cuanto a Abebe Bikila, su hazaña pone la piedra fundamental de lo que sería la paulatina invasión pacífica de los africanos, primero los del norte –etíopes, marroquíes, tunecinos, argelinos– y después el aluvión keniano que copa desde hace décadas las pruebas de fondo a nivel universal. El predominio de los atletas no blancos en las pruebas de pista ha ido creciendo desde entonces en forma incesante e incontenible. Como el obvio básquet, como el próximo fútbol, el atletismo de pista tiene un saludable, envidiable, porvenir negro absoluto.
Todo viene al caso a partir del triunfo holgado, lujoso, casi risible, del maravilloso jamaiquino Usain Bolt en la final de los cien metros llanos de Pekín, poniendo el record del mundo en 9.69 casi sin calentarse, mirando a los costados los últimos metros, golpeándose el pecho a lo Tarzán en el festejo previo a la llegada...
Bolt es un atleta descomunal. “Físico privilegiado” se dice. Con una talla de 1,96 y 86 kilos, arrancando y puesto a acelerar con sus larguísimas piernas, pareciera que la sola inercia lo lleva a desarrollar una velocidad imparable. Ganó tan cómodo y con un aire tan canchero que en la meta no faltaron las preguntas que dejó picando: “¿Podría haber hecho un tiempo menor?”. Se negó a contestar a eso. Claro, porque tendría que haber dicho que sí.
Y no se necesita ser demasiado perspicaz (no lo soy) para suponer que el muchacho de Jamaica está dispuesto a intentar hacer, en los próximos meses/años, “La gran Bubka”. Es decir, reeditar la meditada campaña del garrochista ucraniano que llevó su propio record del mundo, centímetro a centímetro y a lo largo de los años, de 5,83 a 6,14 metros, marca de 1994 que aún sigue vigente. Bubka batió su marca personal nada menos que 35 veces, muchas en sucesivos torneos rentados, con premios cuantiosos para los eventuales recordmen...
Por eso, sospechamos que el Relápago Bolt va a seguir siendo noticia –con sus records o sus intentos de record– durante bastante tiempo. Durante siglos, el prejuicio ha sospechado de la culpabilidad de cualquier negro que corra. Algo habrá hecho, se dice. Este, seguro que sí. Hizo lo que nadie. Y piensa seguir. Ahí estaremos para aplaudir.
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