Lunes, 18 de agosto de 2008 | Hoy
SOCIEDAD › PROPONEN INCORPORAR OPINIONES DE PACIENTES EN ESTUDIOS DE BIOéTICA
El especialista Jorge Alvarez Díaz investiga los miedos, dudas y motivaciones que rodean las decisiones de pacientes, familiares y médicos en torno de temas como el aborto y la fertilización asistida. Fue becado por la OPS para avanzar con su proyecto.
Por Pedro Lipcovich
Supongamos que usted y su pareja hubieran hecho un tratamiento de fertilización asistida y quedaran embriones sin utilizar: ¿los donarían a otra pareja? Si usted es un varón latinoamericano, es más probable que la perspectiva le suscite inquietud y rechazo, porque para usted implica “perder un lugar de control de situaciones familiares”; si es mujer, resulta más fácil que se identifique con otra pareja en situación de infertilidad y acepte ceder el embrión. Pero tanto el varón como la mujer se sobresaltan ante la posibilidad de que el embrión fuese usado para investigaciones científicas, opción que en Europa es más fácilmente aceptada. Estos y otros datos provienen de los estudios –todavía preliminares– que le valieron al médico Jorge Alberto Alvarez Díaz un premio-beca de la Organización Panamericana de la Salud, por su proyecto de incorporar, en los estudios de bioética, el relevamiento de las opiniones y tendencias en las distintas poblaciones.
–En América latina, no hay regulaciones legislativas con respecto a la fecundación asistida. Al mismo tiempo, más del 90 por ciento de la población se declara católica y un porcentaje alto, aunque difícil de medir, realmente practica la religión –advierte Alvarez Díaz, que visitó recientemente la Argentina en el marco de su investigación–. Lo que desde ya advertimos, en el actual estado de los estudios, es que cuando las parejas se ven enfrentadas a situaciones reales, como que él o ella no son fértiles, cuando se ven forzadas a decidir sobre cuestiones como aceptar óvulos o espermatozoides de terceros, es frecuente que, aun sin dejar la religión, se replanteen dogmas de su iglesia.
–Especialistas en fertilización asistida, que se declaran católicos, afirman que la fertilización in vitro no estaría en contradicción con los planteos de la Iglesia...
–Esos especialistas tendrán su propia interpretación de la religiosidad, pero hay principios de la Iglesia que resultan incumplidos en estos tratamientos. Por de pronto, la técnica requiere que el varón obtenga líquido seminal mediante la masturbación, práctica que la Iglesia no admite. Uno puede aducir que en determinadas circunstancias la masturbación es razonable, pero en el marco de la Iglesia se trata de un dogma: el dogma no es, no tiene por qué ser razonable o flexible. En rigor, la antropología católica no acepta la fecundación asistida, no acepta ninguna desvinculación entre la reproducción y la vida sexual y amorosa en el matrimonio.
–Uno de sus trabajos ya publicados es un estudio exploratorio con parejas ante la perspectiva de donación de embriones. ¿Qué datos se van perfilando?
–Se trata de estudios realizados en Chile y en Perú, preliminares a la investigación cuantitativa que la beca de OPS me permitirá desarrollar en toda América latina. Se entrevistó a parejas para investigar qué ansiedades generaba la perspectiva de donación de embriones obtenidos durante la fertilización asistida: una pareja ha hecho un tratamiento exitoso, ya han tenido los hijos que querían tener, pero han quedado embriones: ¿aceptarían donarlos?; ¿los entregarían a otra pareja, los cederían para investigación? La situación genera mucha ansiedad en nuestros países; la mayoría de los entrevistados otorga al embrión un status social similar al de un hijo. Y se da una diferencia de género: a las mujeres no les resulta tan difícil la idea de donar el embrión a otra pareja con problemas de fertilidad; al hombre, en cambio, le cuesta muchísimo. Posiblemente porque la idea de donar el embrión se asocia, en el varón, con perder un lugar de poder, retroceder en un espacio de control de situaciones familiares y sociales.
–¿Estos datos son similares o distintos a los que se obtienen en otras regiones del mundo?
–Resultan prácticamente inversos a los que se relevan en países desarrollados. En esos países, la mujer es quien desarrolla más ansiedad ante la perspectiva de la donación de embriones; y hay mucha más aceptación para la posibilidad de que la donación no sea ya a otra pareja similar sino para fines de investigación científica. Esto en América latina genera bastante rechazo.
–Usted también publicó una investigación sobre actitudes de estudiantes de medicina mexicanos sobre despenalización del aborto.
–Los resultados son parecidos a los de estudios similares efectuados con médicos. Cuando consideran el problema desde lejos, en su mayoría no están de acuerdo. Pero, ante la posibilidad de que una paciente suya tuviera algún problema y le pidiera ese tratamiento, la posición se flexibiliza un poco: tienden a aceptar el aborto en caso de malformaciones congénitas incompatibles con la vida extrauterina, con el riesgo para la vida de la madre o tratándose de casos de violación. Y ciertamente, llegado el caso de que se tratara de su propia esposa, su hermana, su hija, ahí resulta mucho más probable que acepten la posibilidad del aborto.
–En otro trabajo, usted examinó la objeción de conciencia, con relación al aborto y en la perspectiva de la bioética.
–La objeción de conciencia se refiere a un acto muy particular: un profesional sanitario es requerido para hacer algo que la ley ampara, pero él prefiere no hacerlo por razones concernientes a su propia conciencia moral. Hay que aclarar que, a diferencia de lo que cree mucha gente, la objeción de conciencia no es un derecho del profesional: no hay ninguna declaración de derechos humanos, ninguna constitución o legislación que la plantee como un derecho. Y hay que puntualizar que tiene límites: es admisible que un profesional se niegue a hacer un aborto, aun en condiciones en que la ley lo autorice, si esto sucede en una gran ciudad donde existen otros que pueden encargarse de hacerlo; pero si ese profesional ejerce en una población pequeña, donde no hay otro que pudiera encargarse de la intervención, entonces ya no tiene derecho a alegar objeción de conciencia.
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