Lunes, 18 de agosto de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por María Sonderéguer *
El sábado 2 de agosto pasado se inauguró la tradicional exposición anual organizada por la Sociedad Rural Argentina (SRA) en el predio de Palermo. Históricamente, en la inauguración oficial sólo habla el presidente de la SRA y el presidente de la Nación o bien el secretario de Agricultura. Pero esta vez, al finalizar el discurso de Luciano Miguens, desde una tribuna se comenzó a aclamar a Alfredo De Angeli, el dirigente de la Federación Agraria Argentina (que representa a los medianos y pequeños productores), que se proyectó como una de las voces más elocuentes en el conflicto desatado estos últimos cuatro meses por los sectores agrarios contra la Resolución 125 del Poder Ejecutivo, que establecía las retenciones móviles a la renta extraordinaria.
La reseña del diario La Nación del domingo 3 de agosto destaca cómo De Angeli rompió la tradición de la muestra y es muy ilustrativo detenerse en el relato construido por el cronista: “No estaba previsto que hablara pero se oyó su nombre y De Angeli saltó al frente. Amagó con agarrar el micrófono, miró a Miguens y éste con un gesto le terminó dando luz verde para hablar. Fue espontáneo. ‘Si Luciano le dio permiso para hablar, está bien’, dijo Orsolini, el dirigente que reemplazó a Eduardo Buzzi. La FAA estuvo en esa línea de fuego en el palco por primera vez.”
¿”Niños” y “criados favoritos”? David Viñas explica el recorrido de este lugar común de la narrativa de los sectores dirigentes de la Argentina vinculados con los sectores agropecuarios. Un tópico recurrente de la literatura argentina desde mediados del siglo XIX hasta mediados del siglo XX es la ambigua relación entre el “niño” de la familia y uno de los “criados”, ya sea un antiguo servidor doméstico, un peón obediente o un viejo capataz prestigioso. Viñas acuñó la fórmula (“niños” y “criados favoritos”) y analizó agudamente su recorrido en la narrativa nacional desde Amalia, de Mármol, en la época de Rosas, pasando por las Causeries, de Mansilla, o Sin rumbo, de Cambaceres, en 1880, y la mitificación del campo producida en cambio de siglo (cuando frente al impacto inmigratorio el programa liberal se revisa y el concepto de barbarie se desplaza e invierte), hasta llegar a su culminación elegíaca en 1926, con Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes.
Luego de las guerras de la Independencia, la fidelidad del criado al amito es testimonio de un pasado común –el veterano soldado a las órdenes del general– que prolonga esa antigua subordinación, y al hacerlo, consagra su lugar de patriota. Por ser el favorito, el criado siente que participa del reconocimiento público y al creerse necesario internaliza las pautas dominantes hasta apuntalarlas imaginando una igualdad y validación recíprocas. En el 1900, la ecuación cambia y frente a la “invasión” inmigratoria y el impacto del sindicalismo, el “criado favorito” deviene mayordomo, puestero, vigilante, guardaespalda, secretario. Aunque su dignidad “desciende” de las ventajas que el patrón le concede, empieza a ser reconocido como un aliado frente a los “rebeldes”: ése es el pacto y su destino queda vinculado con su alianza con los señores. Con Don Segundo Sombra se consolida la estrategia simbólica que había diseñado la resignificación del Martín Fierro, de José Hernández, en el Centenario: la construcción de un mito en el cual el gaucho rebelde se domestica primero en peón de estancia y luego se convierte en arquetipo de la nacionalidad. Un gaucho mítico y una paideia rústica son las coartadas que legitiman la adecuación al orden hegemónico en las primeras décadas del siglo XX.
Las figuras van trocando. A lo largo de los años el gaucho se transmuta en diversas variables del hombre de confianza, todas ellas funcionales a los intereses de los antiguos y nuevos “señores” de la tierra. Incluso, el sustancialismo al que se apela, “el campo”, son las argucias de una argumentación destinada a orientar el rumbo del país a su favor. Pero, como indica Viñas, el derrotero de ese tópico de la narrativa argentina (“niños” y “criados favoritos”) relacionada con los sectores dirigentes tradicionales sólo desemboca en el puesto de capataz: “La habilitación y la equívoca jerarquía que al criado favorito le otorgan los amos difícilmente hubiera parado en otra cosa”.
Otro fragmento de relato presentado por La Nación sobre la “ceremonia” de inauguración de la muestra rural confirma, en su descripción, la construcción de esta escena de ratificación del dominio: “Ayer, cuando desde una tribuna los productores autoconvocados comenzaron a corear el nombre de De Angeli, el entrerriano salió de la segunda fila en la que había sido ubicado, tomó el micrófono y miró a Miguens, como quien pide permiso”.
* Docente e investigadora, directora del Centro de Derechos Humanos Emilio Mignone (UNQ).
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