Lunes, 18 de agosto de 2008 | Hoy
EL PAíS › LA CRíTICA SITUACIóN DE LOS DESPLAZADOS POR LA SOJA EN LA REGIóN CHAQUEñA
La transformación de la estructura agraria y la fenomenal transferencia de tierras fiscales al sector privado desplazaron a miles de personas que hoy habitan un cordón de asentamientos alrededor de Resistencia. El análisis de Miguel Barreto, doctor en Antropología.
Por Alejandra Dandan
La provincia del Chaco perdió 80 por ciento de su tierra fiscal en los últimos diez años. Y en los últimos cinco, el valor de la tierra se quintuplicó. En ese escenario nacieron los desplazados económicos, miles de personas –entre ellas, buena parte de las poblaciones originarias– que perdieron sus casas. En este momento, componen un cordón de 25 kilómetros de asentamientos alrededor de la ciudad de Resistencia que es donde se encuentran los volúmenes de población más importante. Para los especialistas, se trata de una situación sin precedentes y de un diagnóstico de “catástrofe” en términos habitacionales: son 100 mil de los 360 mil habitantes de la capital de la provincia. PáginaI12 analizó con Miguel Barreto, un arquitecto doctorado en antropología social e investigador del Conicet, el origen y los puntos más críticos de uno de los nuevos efectos depredadores de la soja.
Para el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), el fenómeno de los desplazados atañe a las poblaciones que sufren persecuciones políticas y violencia. A diferencia de los refugiados que para protegerse salen de su país a otro, los desplazados son los migrantes internos. Aquellos que van moviéndose dentro del mismo país corridos por violentos fenómenos políticos o económicos. Chaco no vive en medio de una guerra, pero en ocasiones lo parece. Esos desplazamientos internos, de poblaciones pobres que se van moviendo de uno a otro lado de la provincia, se notaron por primera vez en 1970. Pero en los últimos años la situación explotó.
Hasta los años ’70, Resistencia era un pueblo con incipiente desarrollo industrial y estaba a la cabeza del desarrollo regional, con grandes empresas de hierro, el desarrollo del puerto, productoras de acero en las localidades de Barranqueras y Vilelas, alrededor de Resistencia, y era la sede de la Junta Nacional de Granos y donde se hacía acopio con un gran apoyo logístico, dice Barreto. Con la dictadura, todas las políticas de industrialización desaparecieron y alrededor de la capital chaqueña se formó el primer cordón de villas miserias, hoy una de las regiones más consolidadas dentro de ese gran conglomerado de pobreza.
En los ’90, llegó el segundo proceso de expulsión con las políticas de desindustrialización menemista. Pero a pesar de eso, Chaco encontró una forma de producción peculiar que le permitió salir a flote con una economía de minifundios. Como en ninguna otra parte del país, su Constitución preserva desde 1994 el derecho a la tierra de los pequeños productores, con tierras fiscales muy baratas, pensadas para fomentar la colonización. De acuerdo con la norma, no se podían vender ni en forma directa ni indirecta a empresas privadas, tampoco a latifundios o minifundios. Estaban pensadas para pequeños y medianos productores y su descendencia, comunidades aborígenes y cooperativas. Una vieja investigación judicial, que ahora fue impulsada nuevamente, demostró que aquella norma no se cumplió: como ya informó este diario, entre 1994 y 2007 el 80 por ciento de las tierras fiscales pasaron a manos privadas a muy bajo precio y fueron a parar a empresas, sociedades anónimas y revendidas en miles de pesos.
Durante su formación académica, Barreto estudió lo que sucedió en el campo a partir de un análisis en la trasformación de la estructura urbana del Noroeste de país y comparó las ciudades de Resistencia y Posadas de los años ’90. Su análisis permite entender por qué Chaco atraviesa una pesadilla.
–¿Por qué creció el cordón urbano alrededor de Resistencia?
–El movimiento de población no se dio sólo en el Gran Resistencia. En general, en cualquiera de las localidades intermedias se repite lo mismo. Sucede en San Martín y Roque Sáenz Peña, y eso tiene que ver con la trasformación que sufrió la estructura agraria de la provincia. Chaco pasó de ser una provincia minifundista, con un alto porcentaje de población rural, a recibir a través de un largo proceso, grandes capitales destinados a invertir en una producción agraria y a generar un desplazamiento de las poblaciones que estaban ahí. Primero, hacia los centros urbanos más chicos, en el interior, y luego al área de Gran Resistencia y a otros centros urbanos más grandes, como Rosario que ha recibido mucha población aborigen en su periferia en los últimos años.
–¿Cuando se potenció este fenómeno?
–Es un fenómeno que es producto de la trasformación general y estructural del territorio del Chaco y tiene como componente central la cuestión de la pobreza, porque la gente fue expulsada de sus tierras o porque eran propietarios, y han malvendido sus lugares, o porque eran ocupantes con tenencias tradicionales y no fueron tenidos en cuenta. Y esa población es la que hoy ocupa los centros urbanos. Eso se nota en los estudios etnográficos: los datos muestran departamentos que van perdiendo peso en sus zonas rurales, como San Martín y Comandante Fernández, pero los van ganando las zonas urbanas.
–Eso que parece parte de un desplazamiento casi normal, de un desplazamiento esperable de quienes deciden pasar del campo a la ciudad, ¿en este caso es desmesurado?
–Es claro que ese proceso comenzó en los ’90. En 1993 y 1994 Chaco tuvo por última vez la producción algodonera más importante en términos cuantitativos, en cuanto las hectáreas cultivadas y en cuanto al valor económico que representaba. Ya de 1995 en adelante cobra más importancia la soja en esa estructura y la soja es un cultivo diferente al algodón, porque necesita de mucha menos mano de obra y eso se ha ido profesionalizando y el aumento fenomenal del precio le agregó un plus para que ese proceso se acentuara. Y eso es así. Acá en Resistencia, 1994 fue un punto inflexión en el que comienzan a aparecer los primeros asentamientos del segundo cordón de pobreza.
–Luego del primero.
–Sí, ese segundo cordón comienza a darse, en 1997 se incrementa y llega al auge y apogeo en 2001. Y digamos que en los últimos años se atenuó en cantidad, pero se consolidó.
–Usted dijo que los desplazamientos son progresivos. Empiezan del pueblo al centro del pueblo, y luego siguen. ¿Por qué llegan a la capital?
–No hay trabajos con encuestas directas que den cuenta de los motivos, pero primero establecen relaciones con amigos y familiares, y van siguiéndolos. Hay una especie de avanzada de alguien, e inmediatamente después viene la familia. Allí, van viendo posibilidades. Y las razones, hasta no hace mucho tiempo, porque a lo mejor cambiaron después, es la política social que se concentra en las grandes ciudades y en el espacio metropolitano.
–¿Cómo es eso?
–En 2002 hice una investigación y ahí noté que el 60 por ciento de los gastos de la política social se usaron en el área metropolitana, donde apenas estaba un 33 por ciento de la población. Eso era irrazonable: si bien los pobres viven mal, están mejor en realidad que los pobres de las zonas rurales. y eso se observa con los casos de desnutrición y casos más graves. Llegó un momento en plena crisis de 2000 y 2001 que el área de desarrollo social distribuía alimentos para prácticamente la mitad de la población.
–¿Eso se acentuó con el nuevo modelo productivo?
–Es que genera un modelo de expulsión muy fuerte y la realidad de un Estado que tienen que salir a atender a estos sectores sociales. No se trata del producto de una recesión económica por decirlo de una manera, sino de una transformación de las formas de producción agropecuaria. El NOA es la región más atrasada del país. Si el 90 por ciento de la población del país está en áreas urbanas, lo que pasa en el NOA es que tiene el 30 por ciento de su población en zonas rurales, un índice más alto de la media del país. Y en el caso del Chaco, en particular, es que la diferencia con otras provincias similares es que tenía una estructura minifundista muy fuerte. Esa población rural se sustentaba de la producción minifundista que se rompió. Quizá se lo puede comparar con Misiones, pero lo distinto es que ellos siguieron manteniendo la estructura minifundista.
–Cuando observa los 25 kilómetros de asentamientos en el Gran Resistencia, ¿qué es lo que piensa?
–Hace mucho tiempo digo que la ciudad está colapsada. La calidad de servicios está colapsada hace mucho. Salís de las cuatro avenidas del perímetro consolidado del centro, y el resto es un área totalmente carente de servicios mínimos, algo parecido al Gran Buenos Aires en sus zonas más críticas. Los barrios no tienen agua, las calles de tierra, la falta de todo tipo de servicios. En algunos congresos me reúno con urbanistas de otros lugares, y vemos que capitales de otras provincias tienen fenómenos más o menos parecidos, y hay algunas con situaciones graves pero no llegan a este extremo. Ni Salta, ni Santiago del Estero: no debe haber ninguna que supere la situación del área metropolitana de acá.
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