Domingo, 1 de noviembre de 2009 | Hoy
Por Adrián Paenza
Fíjese alrededor suyo. Fíjese lo que la/lo rodea diariamente.
- Teléfonos inalámbricos
- teléfonos celulares
- computadoras de mesa
- computadoras portátiles
- impresoras
- televisores
- radios
- videocaseteras (cada vez menos)
- cámaras digitales
- videocámaras
- reproductores de CD y DVD
- playstations
- reproductores de mp3
- controles remotos
- heladeras
- planchas
- hornos de microondas
- lámparas
- tostadoras
- aspiradoras
- cafeteras
¿Sigo? No, mejor paro acá. La lista no es exhaustiva ni pretende serlo. Seguro que usted puede agregar múltiples aparatos que yo o bien olvidé u omití para no escribir una suerte de “guía de artefactos eléctricos o electrónicos”.
Todo lo que figura más arriba funciona o bien a electricidad o a pilas (o baterías). En definitiva, usan algún tipo de energía.
Cuando yo nací (1949) no había transistores. Las radios se enchufaban y no había televisión. Hoy, eso es impensable. Sin embargo, a nadie le sorprendía (al menos yo no lo recuerdo) que las ondas de radio no vinieran por cable. Ni tampoco las de la televisión. Llegaban, de “alguna” manera pero llegaban. O mejor dicho, llegan. Estaban (o están) “en el éter” (como se decía en ese momento).
Más aún. Con el tiempo, nos acostumbramos a aceptar –sin mayores dificultades– que los aparatos empezaran a funcionar en forma inalámbrica. Nos desprendimos de los cables de los teléfonos y de los controles remotos. Aparecieron los celulares, las conexiones wi-fi a Internet, las transmisiones vía satélite, la tecnología bluetooth, que se usa con algunos auriculares, micrófonos, impresoras.
Una vez más, las comunicaciones telefónicas habladas, los mensajes de texto, las fotos, videos, música (por poner algunos ejemplos) se transmiten en forma inalámbrica. Están en el aire también, en algún lugar. Y no nos sorprende.
Todavía recuerdo el “poder” que sentí que tenía el primer día que pude hablar por teléfono desde adentro de mi auto. Hoy, con sólo señalarlo, parece que estuviera hablando de la prehistoria.
Sin embargo –y toda esta introducción apuntaba hacia esto– hay un lugar en donde todavía no hemos hecho (como sociedad) los progresos equivalentes. Todavía necesitamos los cables que conectan los aparatos a la electricidad. Todavía vivimos “enredados” o “estrangulándonos” con ellos. La mayoría nos damos por vencidos y dejamos que “afloren” por todos lados. Forman parte de la escenografía de una casa o una oficina.
Pero no por mucho tiempo más. Y acá es donde quería llegar. Si bien “damos por aceptado sin cuestionar” que ciertas ondas llegan hasta los receptores (teléfonos, televisores, radios, computadoras) y las hacen operar y funcionar sin problemas, todavía “no se nos ocurrió” que con la electricidad podría pasar algo similar.
Es decir, el concepto “electricidad inalámbrica” es algo que no tenemos incorporado, la fantasía no llega hasta allí. Lo que nos detuvo hasta acá –creo– es que uno sabe que si pone los dedos en un enchufe se “electrocuta” o “queda pegado” o recibe una “patada” o directamente se “muere”. Por eso, imaginar que la electricidad puede circular por el ambiente transformaría en potencialmente “peligrosa” esa zona. ¿Quién entraría a una habitación sabiendo que hay electricidad circulando?
Por supuesto, todo esto es equivocado. Mientras usted está leyendo estas líneas, hay gente que se prepara para lanzar el año que viene comercialmente lo que se denomina “electricidad inalámbrica” (o “wireless electricity”).
Uno de los que están haciendo la presentación en sociedad de esta tecnología es Eric Giler, egresado del MIT (Massachusetts Institute of Technology). Giler creó una compañía junto con un grupo de físicos teóricos e ingenieros. Entre todos, advirtieron el potencial de una idea de un ingeniero croata, Nikola Tesla, a quien se le atribuye el nacimiento de la electricidad comercial, que además registró la patente de lo que se conoce hoy como “corriente alterna”. Y muy posiblemente haya sido el primero que pensó en la electricidad inalámbrica.
Piense lo que está leyendo: electricidad inalámbrica. Esto significa que se terminan los cableados, las pilas y baterías van a ser recargables, y todo lo que hemos vivido desde que nacimos está a punto de cambiar.
Y no digo cambiar dentro de 10 o 20 años. No. Hablo del año que viene, del 2010. En realidad, la tecnología ya existe tal como anunció hace poco más de un mes el propio Giler en una de las conferencias TED (*) que se hicieron en Oxford, Inglaterra.
En algún sentido, como dice Giler, esta tecnología opera en forma parecida a lo que sucede cuando una cantante de ópera (por ejemplo) emite con su voz un sonido de muy alta frecuencia que viaja por el aire también y que puede hacer estallar una copa de cristal.
Naturalmente, la pregunta que “todo el mundo” le hace es: “¿Cuán seguro es este tipo de transmisión inalámbrica de electricidad?”, y él se ocupa en aclarar que no se usan radiaciones, no hay campos eléctricos. Lo que sí se usan son campos magnéticos, que son como los que hay hoy en la Tierra y son seguros tanto para personas como para animales. Supuestamente (otra vez, supuestamente) no hay peligro alguno.
La tecnología sirve para ser usada en todo artefacto móvil: teléfonos celulares, laptops, controles remotos, pero también artículos electrónicos en el hogar, lámparas, computadoras de mesa, televisores, radios, etcétera.
Y más allá de los cables que van a de-saparecer, hay un tema ciertamente mucho más profundo –y oculto– al que le prestamos poca atención, especialmente en nuestro país: va a decrecer la necesidad de fabricar, consumir y desechar pilas y baterías. Los países más desarrollados del mundo buscan sistemáticamente (y encuentran) países pobres y dependientes, que sirven como “basurero” de los ricos. Por eso, habrá más confort (menos cables) pero disminuirá el crimen también. O la necesidad de cometerlo.
La tecnología desarrollada por la compañía WiTricity (que preside Eric Giler) se llama “resonancia magnética acoplada” (magnetic coupled resonance), y funciona así: hay dos bobinas (espiras de alambre enrolladas). Una está conectada con la electricidad, digamos, en el cielorraso de una habitación. La otra está instalada dentro de un aparato (teléfono, televisor, laptop, etc.) que usualmente está conectado a la corriente o funciona a pilas o baterías.
La primera bobina, al recibir la electricidad, la convierte en un campo magnético (como si la estuviera “codificando”) y lo envía a través del aire hacia la “otra” bobina.
Esta segunda bobina, si está sincronizada con la primera en forma correcta (como si vibraran en la misma longitud de onda o en la misma frecuencia) recibe ese campo magnético y lo reconvierte en electricidad. O sea “decodifica” la información que le llega y la transforma en electricidad.
La compañía Palm ya diseñó el primer teléfono celular (una variedad del Treo) que tiene instalada la bobina adecuada, como para recibir la señal que emite la otra bobina (la que está conectada con la electricidad) y de esa forma puede cargar el aparato sin necesidad de ningún cableado.
La idea es también instalar las bobinas receptoras en mesadas de cocina, de manera tal que uno pueda usar –por ejemplo– licuadoras, cafeteras, planchas sin necesidad de usar cables.
El mundo de la electrónica está incluyendo ya estas bobinas (las receptoras) dentro de los aparatos predecibles (teléfonos celulares, televisores, laptops, computadoras, etc.). Y otro grupo de empresas se ocupan de producir bobinas del primer tipo, las emisoras.
Por ahora, es sólo el comienzo de algo que parece de ciencia ficción, al menos para mí.
* La conferencia TED en donde Eric Giler explica cómo funciona la tecnología se puede ver en esta página web: www.ted.com/talks/eric_giler_demos_wire less_electricity.html
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