CONTRATAPA

Modérese, José Pablo, modérese

 Por Osvaldo Bayer

El pasado viernes 26, en el suplemento Los que no fueron tapa, el filósofo didáctico José Pablo Feinmann me dedica una contratapa llena de sol titulada “Diga ‘whisky’, Osvaldo”. Una nota plena de agudeza y bondad para con mis defectos. Pero que me dejó al desnudo, entregado a los diablos, con las manos atadas. ¿Por qué, don José Pablo, no siguió escribiendo de filosofía? Por qué justo viene a ventilar mis amores con Marlene? Sí, con Marlene Dietrich, la rea, la turra, la buena, la linda, la hermosa, la diosa, la Diosa. Ella que viene todas las noches cuando me va llegando el sueño, me besa la frente, y yo entro en el dulce sueño. Sí, desde que José Pablo alcahueteó a los lectores esos apasionados castos besos en la frente, Marlene no ha venido más. Ya no puedo dormir, me levanto, miro el cielo estrellado en el patio y le pido por favor. Pero ella no viene más. Y para colmo, desde la nota de José Pablo Feinmann, todas las noches me visitan los ex amantes de Marlene y me ponen contra un rincón y amenazan con despanzurrarme. El más enojado conmigo es el pacifista Erich María Remarque, sí, sí, el de Sin novedad en el frente, quien me grita con acento del Rhin: “Así que vos, viejo ortiba, me querés birlar a la Nena...” Me hacen acordar estas escenas a cuando yo tenía siete años y debía confesarme y comulgar con el padre Camilo Portomeñe, gallego y franquista, quien cuando estuve arrodillado entre sus piernas vio que de mi libro de misa se me había caído una estampita y me preguntó: “¿Quién es?” Y yo, apresuradamente la quise esconder y le respondí: “La Virgen María, padre”, pero él, desconfiado, me la arrebató y era Marlene Dietrich desnuda. Todavía recuerdo el bife a la medida que me zampó y, mientras me daba unos pellizcos que me llegaban a los huesos de los brazos, me repetía con los ojos encendidos: “Te vas a ir al infierno, macaco, te vas a ir al infierno”.

Pero todo lo contrario, con ella toqué el cielo con las manos. Con ella llegó el séptimo cielo. Sin necesidad de filosofía, don José Pablo. Poesía, poesía pura, de piel, de color de ojos, de pestañas que se cierran y se abren sonriendo, de labios que... sí, sí, que besan en la frente y pueblan mi cabeza sin pecado de sueños que van desde las noches navegadas por el Paraná a los campos santafesinos sembrados del lino azul o a escuchar los ecos de la voz de Loreley por el Rhin mientras se oyen los remos que se meten en el agua.

Claro, usted, José Pablo Feinmann, el filósofo, sabía esto y me lo ha querido guanaquear, dándolo a la prensa. Desde su nota ya ella no ha venido más pero sí sus amantes. Jean Gabin, borracho, me ha soltado los peores insultos en marsellés; Maurice Chevallier me largó un gargajo donde antes me besaba ella. Ella. Rudi Siebert, su marido, me quiso azotar, histérico, diciéndome: “Ella nunca me fue infiel, ¿me entiende?” El idealista de la incredulidad, Josef von Sternberg, su director, me agravió: “Usted, cafiaspirina, jamás la va a poder dirigir y someterla como yo y hacerle cantar: ‘Yo soy la fresca Lola’, ‘Estoy preparada para el amor desde la cabeza a los pies’, ‘Atentti con las mujeres rubias’ y la inolvidable ‘Lola, Lola’. Rea berlinesa, absolutamente turra, malhablada, puta y putona, putísima”. Y von Sterbenrg me pone nervioso y no quiero escucharlo más cuando me espeta: “Sabe Bayer cómo me decía ella –y aquí baja la voz–, me decía siempre papito”. Pienso con envidia: “A mí nunca me llamó así”. Cuando von Sternberg se va, triunfante, me acuerdo de aquella crítica de cine de 1932: “Marlene Dietrich es la fascinación misma, como jamás lo fue ni lo será ninguna otra mujer. El juego narcotizante, mudo, de su rostro y de sus piernas, la voz oscura y pecaminosa, hace nacer en nuestros cuerpos una calidez que nos obliga a levantarnos”. Bueno, pero no hay que seguir, dejémoslo ahí. Porque si no me voy a poner como Jean Gabin. Sí, es cuando recuerdo aquella escena donde ella, Marlene, que viste frac y sombrero de copa, canta, se aproximaa otra bella mujer y la besa en la boca... Y después dirá desafiante: “Lo único que diferencia a la mujer del hombre es que ella se puede quedar embarazada”. Sí, y pasemos de largo esa parte de sus memorias donde ella, con cierto reproche a sí misma, escribe: “El mejor de todos mis hombres fue Erich María Remarque. Cómo me acariciaba, qué dulces eran sus frases. Y pensar que le fui infiel en ese tiempo... con nueve hombres y tres mujeres”. Y luego cantaba aquello de: “Hombres me rodean como polillas a la luz, y si se queman, que se jodan”. Y en casa va a usar sólo pantalones. Pero también era una mamá. De ella se ha escrito: “Marlene y los hombres. Ella les hace regalos, les cocina y limpia para ellos, hasta les plancha sus camisas. Los consuela maternalmente y, por supuesto, mucho sexo y amor, pero no les admite celos”. Erich María Remarque le seguirá escribiendo las más inspiradas cartas de amor: “... Corazón de mi corazón. ¡Tú vives! Mariposa, dulce saludo del verano en mi frente llena de fuego por ti”. Claro, pero una vez se va a enterar que ese día en que él le había escrito eso, ella le había cocinado ragout a Jean Gabin y le había maseajeado sus pies de marinero. Pero Marlene no admite reproches, sabe que luego a los dos les cantará esa de cowboys, mientras –en su papel– se coloca los dólares en el escote y se manda cuatros whiskies al hilo: “Pregunta qué es lo que quieren los muchachos en la taberna”. Después vendrán John Gilbert, Greta Garbo, Douglas Fairbanks jr.. Y Ernest Hemingway.

Ella se quejará, a pesar de todos sus amores, de los hombres. Nunca perdonará que la primera vez, el hombre que le tocó la gran oportunidad ni se quitó los pantalones. Era una exquisita. No, no se le podía hacer eso a Marlene. No.

Por eso, nada más que el beso sutil en la frente todas las noches, al entrar en el sueño. Pero sólo entre nosotros dos. No para los diarios. Y menos escrito por un filósofo. No, José Pablo. Continuá por favor con tus enseñanzas filosóficas, que sos el que mejor sabe hacerlo. Sólo un pequeño pedido de un soñador: un poco más de Kant, José Pablo, un poquito más de Kant. ¿Te suena aquello de “La paz eterna”? No te parece maravilloso. La paz eterna. (Además, con Marlene. Te imaginás algo así. La paz eterna con Marlene. Esa podría tal vez ser la fórmula mágica para construir el camino al paraíso. Qué te parece esta propuesta: demos un curso juntos: vos, sobre Kant, y yo, sobre Marlene.)

Con respecto al monumento a Roca, no quiero ninguna centella divina que lo destruya, sino la convicción de las pruebas. Fue un racista, un egoísta, un hombre de la Muerte. Ya lo quitará de allí el verdadero pueblo, a pesar de sus representantes que, cuando me ven, rajan. (Uno de ellos: “Sabe Bayer, es que el General le puso General Roca al Ferrocarril Sur, ¿me entiende?) No, no lo entiendo, lo que debe valer es el valor de la vida y no el Remington.

Ah, y una cosa, José Pablo: cuando me quieren sacar una foto donde yo sonría, no digo “whisky”. Digo: “salud y anarquía”. Que tal vez podría cambiar por: “Salud, anarquía y un poquito de Marlene”.

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