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Se encendió la luz de alarma en la afición argentina. Seguro que preocupa la salud de Lionel Messi, pero a muchos les intriga el futuro de la Selección, a menos de un año del arranque del Mundial 2014. Arrancó ya la temporada que desembocará en magno torneo en Brasil y el astro rosarino aparece pisando en falso. Las señales que se brindan pretenden contagiar tranquilidad, pero los hinchas están demasiado acostumbrados a leer entre líneas, a ver bajo el agua, como para conformarse con esas manifestaciones de situación bajo control.

Aunque está preparado de manera impecable, con una atención puntillosa, el físico de Messi no puede decirse que sea, precisamente, de los privilegiados. Recibe el castigo de la dura competencia como cualquier otro, pese a que el amor propio del jugador es de esos que, parece, no admiten parangón. Y emite señales que es necesario atender.

Del otro lado, la aparente necesidad. Acaso por el rigor con el que ataca su tarea, Sabella insiste que la Selección no se clasificó todavía para el Mundial, lo que fácticamente es correcto, pero cualquiera con un poco de experiencia en el mundo del fútbol entiende que la clasificación es inexorable. Ni en los peores momentos (1985, 1993, 2009), la Selección se quedó afuera de la Copa del Mundo. Si no se consigue el pasaje en el próximo partido contra Paraguay, será más adelante. El sistema de Eliminatorias en Sudamérica está hecho a prueba de argentinos pegándose tiros en los pies.

Sabella convoca, sin embargo, a Messi. Es otra señal. Faltan tres semanas para el partido en Paraguay, y la convocatoria no significa de manera automática una inclusión en el equipo titular, lo que con Messi en condiciones es de rigor. Fue al banco contra Colombia y contra Ecuador, no jugó contra Italia, pero formó parte del grupo. Es una decisión correcta la convocatoria en la medida en que se entienda que no hay necesidad de arriesgarlo y que –también– en ocasiones es preciso preservarlo de su propia ansiedad por vestir la camiseta celeste y blanca.