Sábado, 5 de julio de 2014 | Hoy
DEPORTES › LOS LOCALES DERROTARON 2-1 A COLOMBIA Y SE CLASIFICARON PARA LA SEMIFINAL
Otra vez sin jugar bien y con un arbitraje muy polémico, el equipo de Scolari eliminó a un rival que se animó demasiado tarde.
Por Juan José Panno
Desde Fortaleza
El árbitro se llama Carlos Velasco. Es español, tiene 43 años y algunas finales de copas europeas sobre sus espaldas. En este Mundial dirigió otros dos partidos, Uruguay-Inglaterra y Bosnia-Irán, sin sobresaltos. Algunos colegas españoles, que lo conocen bien, dicen que es un acomodaticio, un funcional, un “sacapartidos”, y lo acusan de ser un “villarista”, un protegido de Angel María Villar, el presidente de la Real Federación Española. En la Liga tiene un promedio de siete amarillas por encuentro; en los 30 minutos iniciales de ayer no sacó ninguna.
En Colombia, y en cualquier lugar en que se soñaba con una derrota de los locales, van a decir que es un “robapartidos”; en Brasil algo van a decir, pero no demasiado, salvo para quejarse del golpe de Zúñiga a Neymar, que lo sacó de la Copa del Mundo (ver aparte). El árbitro aparecerá, en algún momento, en todos los comentarios y todos los resúmenes del duelo en el que el equipo de Scolari consiguió el pase a las semifinales de la Copa del Mundo. Se exagerará con que Brasil jugó con doce y no hace falta ir tan lejos para explicar las fallas del arbitraje. Cometió errores de distinta índole, dejó pegar, aplicó criterios disímiles en faltas similares (perjudicando en algún momento a los locales, es cierto), puso nerviosos a todos, usó la amarilla menos de lo conveniente y demoró mucho el pitazo en la jugada en la que Yepes mandó la pelota a la red. Si se repasa la acción se verá que en el momento del centro hay un jugador colombiano en posición prohibida, pero la acción siguió unos cuantos segundos en los que se produjeron varios rebotes hasta que la pelota llegó al fondo del arco y recién ahí sonó el pito anulando la acción. En definitiva, el repertorio de fallos equivocados de Velasco terminó perjudicando a Colombia, aunque sería injusto tomar ese hecho como explicación única y definitiva del triunfo de los dueños de casa.
Brasil ganó este partido sin deslumbrar, aunque merecidamente, porque supo capitalizar muy bien dos jugadas de pelota parada y, sobre todo, supo aprovechar que Colombia confirmó aquello que se pronosticaba: iba a tener miedo a ganar. El terror de uno (a los locales se los ve tensos, atados) y el temor del otro por el peso de la historia hicieron que el partido no tuviera brillo y que la gente debiera conformarse con destellos nacidos de la calidad técnica que indudablemente tienen unos y otros.
Colombia salió a jugar el partido con cautela. Demasiada. El cambio de Ibarbo por Jackson Martínez empezaba a denunciar la idea. Ir de a poco, no regalarse para el contraataque brasileño, armarse de paciencia. Y mientras esperaba su momento, Sánchez se olvidó de Thiago Silva en un corner y Brasil se puso en ventaja. Y cuando empezaba a encontrar la pelotita a través de James Rodríguez y salía de los laberintos propios y del árbitro, Brasil hizo un gol brasileño: David Luiz clavó en un ángulo un tremendo zapatazo de tiro libre. Lo que no conseguían los de adelante (flojo Neymar, poco de Fred y de Hulk) se resolvió desde el fondo. Casi un símbolo de este Brasil sin pimienta: los goles los hicieron los de abajo. Y los de abajo fueron también los que tuvieron que aguantar el resultado, porque ni siquiera con la chapa puesta con el 2-0 los brasileños encargados de crear procuraron espacios.
Colombia recién empezó a parecerse a ese equipo que algunos catalogaban como el mejor del torneo con la entrada del movedizo Bacca, que no estaba para 90 minutos. Cuando James convirtió con gran categoría el penal que le hicieron a Bacca, ya Brasil había renunciado completamente a la idea de tratar con algún respeto histórico la pelota y la revoleaba sin asco, mientras Scolari hacía gestos desesperados para que el árbitro terminara de una vez. Los colombianos tenían los caminos reducidos por la aglomeración defensiva de sus rivales, pero casi consiguen el empate que hubiera llevado a los 30 minutos extra.
Si se pone el foco en los primeros treinta minutos del partido habrá que convenir que Brasil ganó bien porque en ese lapso mostró un poco más de juego. Si se pone el foco en el último tramo se tendrá la certeza de que los muchachos de Pekerman merecían por lo menos el gustito del alargue para ver qué pasaba. Si se pone el foco en el arbitraje se llegará a la conclusión de que ayer, al menos, no había muchas chances de Maracanazo.
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