Viernes, 8 de mayo de 2015 | Hoy
DEPORTES › OPINION
Por Pablo Vignone
Puede parecer una locura pero, reglamentariamente, el gol de penal que marcó Carlos Sánchez con su remate rasante tras leer acertadamente el movimiento apresurado de Agustín Orion en la línea, vale lo mismo (o sea, uno) que el que Lionel Messi marcó dislocando la cadera de Jerome Boateng y burlándose en la cara de Manuel Neuer poniendo la pelota irremediablemente lejos de su alcance. Sin embargo, para muchos (y especialmente para los hinchas riverplatenses) no es tan obvio que la maravilla estética del rosarino sea el que deba valer más (mucho más) que la cobranza impecable del uruguayo. Menos por la factura del tanto que por su importancia relativa.
Si el de Messi poseyó un valor esencialmente conceptual, el de Sánchez vale por lo práctico: el partido se le escapaba a River fraguado en cero, los nervios eran ya indisimulables (¿acaso no debió haberse ido Sánchez antes del penal por su artero roscazo de atrás a Gago?) y la teoría de que el empate sin goles lo beneficiaba más que su rival (por eso de los goles de visitante...) precisa de otros inciertos 90 minutos para ser probada. El 1-0 le permite al equipo de Gallardo retemplarse en su nueva visita a una Bombonera de la que salió herido cinco días atrás. Y le facilita calmar esos nervios. Si el de Messi fue estimulante, el gol de Sánchez, en cambio, sabe a sedante...
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