DEPORTES › OPINION

La condición trasandina o yo conocí huevones felices

 Por Juan Sasturain

Para Pepe, Marco, Mauricio & Co.,
huevones felices.

Con los chilenos tenemos en común lo que nos separa. Por eso recíprocamente nos calificamos de trasandinos sin mentir. Pero ellos tienen el límite más cerca, más omnipresente. Casi inevitable. Son cultura de cornisa, hacen espalda en los Andes y miran para allá; nosotros, que también miramos para el otro lado, apenas si la tenemos, a la cordillera digo –para la mayoría– como un lejano confín. No está siempre ahí. Eso da una sensación muy rara: paradójicamente, están o se sienten más cerca de / cercados por / nosotros que nosotros de / por / ellos. Es mentira, claro, pero no tanto: la recíproca condición trasandina no tiene, al Este o al Oeste de la cordillera, la misma connotación. La geografía y la historia la escribimos / describimos en paralelo, pero no nos tocamos tanto pese a estar tan cerca durante tanto espacio y tanto tiempo. Nos damos la espalda, pero pareciera que ellos se asoman más.

Geopolítica y futboleramente hablando, es lo contrario que nos pasa con los uruguayos (y a ellos con nosotros): existe –al menos existió en el diccionario histórico de medio siglo pasado– el adjetivo rioplatense para definir una fantasmal identidad futbolera a partir de un límite que (en este caso, a la inversa) nos unía. Ésa era y seguramente es –como casi todas– una verdad parcial, pero sirvió en su momento para recortar este confín hemisférico frente a Europa. Con los uruguayos nos miramos / medimos de frente, de orilla a orilla, y es como desafiarse a los gritos y a las ocasionales puteadas, de vereda a vereda.

Yendo a lo de ayer, la condición trasandina chilena mostró su mejor cara; y la nuestra, no. En un partido que pudo ser para cualquiera, creo que nos ganaron bien tal vez porque –más allá de cuestiones tácticas y rendimientos individuales– siempre pareció que tenían más ganas que nosotros. Actitud, que le dicen. Y es justo que las cosas sean para quien demuestra en los hechos que más las quiere y le importan o las necesita. Y eso pareció en la tardecita del desmemoriado Estadio Nacional.

Y no es que los trasandinos de allá hayan tenido más oportunidades de gol o haya sido un grosera “cuestión de huevos”; no, la diferencia que existió fue mental, estuvo en la postura al ir a buscar el partido, cada pelota, cada rebote. Pudo ser diferente, y lo que pasó no es ninguna tragedia; es apenas una lástima.

Prefiero quedarme con la merecida alegría de huevones amigos que celebran después de mucho tiempo de esperar algo así. Supongo que a partir de esta final comienza una nueva etapa, con novedosas variantes, en la definición recíproca de la condición trasandina.

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