Domingo, 5 de julio de 2015 | Hoy
DEPORTES › LA TERCERA FINAL QUE LA SELECCION DEJA PASAR EN LAS CUATRO ULTIMAS COPAS AMERICA
Un equipo condicionado por el rival jugó su peor partido de la Copa, se fue deshilachando con el correr de los minutos y finalmente sucumbió en la ronda de los penales. Chile consiguió así su primer título en el fútbol internacional.
Por Juan José Panno
Esta película ya la vimos. El festejo de los otros que nos recuerda a Brasil, la sonrisa de la Bachelet que nos trae la imagen de la Merkel en el Maracaná, la caravana de anti-Messi que ya no le tiran disparos en las sombras al pibe y salen abiertamente a plantear el Apocalipsis. “¿Qué he hecho yo para merecer esto?”, se debe preguntar el pibe aunque ya sabe cómo son las cosas por estas tierras, que hoy sos el Rey Lionel y mañana sos el Satánico doctor No: no cantás el Himno, no hacés un gol, no jugás como en el Barcelona, no sos Maradona, no la tocás, no ganás ningún campeonato.
Al Tata Martino también le caen con todo, por derecha y por izquierda, los nostálgicos del Coco Basile y los que empiezan a poner fichas para que vengan caras extrañas. Estos fueron los siete pecados capitales:
1) Que no dio la talla.
2) Que no puso a Tevez.
3) Que hizo mal los cambios.
4) Que el equipo no tuvo fuego sagrado porque él mismo no lo tiene.
5) Que se encontró con un equipo en serio y no como Paraguay.
6) Que no respetó la esencia del fútbol argentino.
7) Que dijo que Argentina había merecido ganar porque estaba viendo otro canal.
Algunas críticas son acertadas, otras son lapidarias, pero ya se sabe que por acá lo que el viento se llevó hace rato es la reflexión, la cordura, el equilibrio, cuando el muerto que deja la derrota todavía está caliente.
Pero lo que sí tal vez se le debe cuestionar al entrenador es que en el afán de protegerse, de anular el poder ofensivo de Chile, le restó poder de fuego al propio equipo. Por primera vez un rival en esta Copa tuvo más tiempo la pelota que Argentina. Martino pensó, seguramente, que de contra se podía llegar con cierta facilidad y que todo se resolvía con un par de genialidades de Messi o de Pastore. Pero Pastore estuvo impreciso, solo apareció en cuentagotas y a Messi lo rodearon bien. Es cierto que Chile casi no inquietó a Romero, pero puso el partido muy lejos de Bravo en casi todo el desarrollo del juego. El cero a cero fue producto de que se anularon mutuamente, pero Sampaoli respetó un poco más su línea, su idea, su estilo. Y eso es independiente del resultado final.
La verdad es que no se dio el partido de película que todos esperábamos. Tuvo la emotividad y la tensión propia de cualquier final importante, pero nunca el brillo deseado ni la lluvia de goles. Hasta pocas situaciones de gol hubo en los 120 minutos de juego.
Quedan registradas –son casi anécdotas a esta altura– algunas historias mínimas:
- La lesión de Di María. Estaba jugando un buen partido y rápidamente quedó afuera. ¿Era Lavezzi el reemplazante natural? Si se recuerda lo bien que había jugado en el primer tiempo de la final del Mundial, se entendía el cambio. Pero Lavezzi no anduvo.
- El patadón de Medel. Una patada en el estómago a Messi para ablandarlo (el chileno merecía la roja directa, sin duda) pero la amarilla no lo condicionó para ejercer una marca férrea y formar parte de la telaraña que dejó fuera de acción al rosarino.
- El gol que no hizo Higuaín. Fue una gran jugada de Messi sobre el epílogo de los ’90 (de lo mejorcito en su pobre actuación) que le dio la pelota a Lavezzi, como se la había dado a Di María contra Suiza y Lavezzi decidió meterla en profundidad para Higuaín, quien llegó un segundo tarde. Una pena realmente.
- Wilmar Roldán no cobró una clara falta a Rojo en una jugada de pelota detenida y debió echar a Medel, pero cargar todas las tintas sobre el árbitro es tan injusto como hacerlo sobre Martino o sobre los jugadores.
- El penal de Alexis. Pasó casi inadvertido que en el último penal Alexis Sánchez picó la pelota y que, con eso, con ese lujo le puso broche de fantasía a una merecida coronación de su equipo. Con una interesante camada, pero sin el nivel técnico de los argentinos, sabían que era una oportunidad única y la aprovecharon: fueron dignos campeones. Y tienen derecho a gritar “Chile campeón, carajo” y quien quiera oír que oiga. Qué se le va a hacer. Otra vez nos tocó una de terror.
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