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Algunas luces encendidas
Por Diego Bonadeo
Las canchas de fútbol son, fueron y serán escenario propicio para que desde las tribunas se cante y se grite y se opine. Y no solamente respecto del partido que se juegue –se esté por jugar o se haya jugado–, porque incluso la exteriorización puede no es estar vinculada con el fútbol sino con otro hecho ajeno. Pero esos gritos son un barómetro: de interés y de desinterés relativo respecto de lo que pasa en el momento. Ayer, en la Bombonera, los gritos de “Argentina, Argentina” y “el que no salta es un inglés”, en referencia inequívoca a los veinte años de Malvinas, solamente se hicieron oír durante el primer tiempo. Un síntoma de lo que era el partido y de lo que les transmitía a los hinchas.
Por el lado de Boca, las mayores expectativas estaban –por supuesto– circunscriptas a la vuelta de Riquelme, a la ausencia de Guillermo Barros Schelotto y, en menor medida, al inmediato antecedente goleador de Bracamonte. En Talleres, la reaparición de Diego Garay, el único diferente, suponía una mayor cuota de fútbol bien jugado en este torneo, en el que las ilusiones del disfrutador pasan mucho más por las genialidades de algunos que por la producción colectiva de los más.
Pocas veces antes –quienes manejan estadísticas podrán certificarlo o no– a Boca, o quizás a cualquier otro equipo, le han amonestado un jugador a los cincuenta segundos. Ayer pasó con Omar Pérez, que sería uno de los mejores en los restantes ochenta y nueve minutos de partido. Y esa amarilla, y varias otras, presagiaban mal. Y así fue el primer tiempo, con el propio Pérez y Tévez como esporádicos socios del fútbol de Riquelme que recién apareció hacia los veinte minutos. Enfrente, Garay –como era de suponer– era el gran “manija”, con la circunstancial complicidad de Salas, pero con Astudillo muy solo y muy lejos de punta y con Motta aportando más desorden y entusiasmo que fútbol. La primera jugada cercana al gol recién llegó a los veintiséis con un disparo de Battaglia desde fuera del área y un minuto después un tiro libre de Riquelme que pegó en el travesaño. Muy poco. Casi nada. Pero hasta allí Talleres no era menos que Boca.
De entrada, después del descanso, parecía otro partido y otro Boca. Ya no eran esporádicas las apariciones de Clemente Rodríguez, Tévez y Pérez para dar o recibir de Riquelme, y el Chelo Delgado, ya como wing-wing por la derecha, abría la cancha por su sector. Boca llegaba todo el tiempo y ya no eran tan solventes Maidana y Sotomayor, que en el primer tiempo parecían Marante y Dezorzi. A los diecisiete, Schiavi peinó casi con la nuca y desde antes de la altura del primer palo un corner de Riquelme y Boca se ponía 1-0. Cinco minutos después, inexplicablemente, a menos de que haya justificativos físicos, salió Diego Garay en Talleres. Y no hubo más. De no haber esos justificativos, en estos tiempos de fútbol menesteroso, habría que aceptar el absurdo de que 0-1 es un buen resultado.