DEPORTES
Ortega no vuelve a Newell’s, pero no sabe si irá a River
El volante, amenazado por la barra brava del club rosarino, no quiere volver a ponerse la camiseta rojinegra. Pero en Núñez, pese a los problemas, no están tan seguros de traerlo.
Por Gustavo Veiga
La historia oficial señala que Ariel Ortega abandonó Newell’s por un puñado de días con licencia “institucional”. Una historia muy distinta indica que al Burrito lo amenazó la barra brava y que tomó distancia del club para nunca más volver. El desenlace de esta película con secuencias diferentes se conocerá el jueves próximo, el día fijado para su regreso al entrenamiento. La situación, por la envergadura del personaje que involucra, volvió a colocar en el centro de la escena a Eduardo López, el presidente más denunciado e impopular que se conozca entre todos los que gobiernan en el fútbol argentino. La oposición lo acusa de estar detrás del apriete y ubicado en la línea de partida para provocar una quiebra que, temen, podría pedir en octubre si no logra saldar una cuota del concurso de acreedores por un millón y medio de pesos.
Luis Boselli, ex vicepresidente de Newell’s y frustrado candidato por el Movimiento Centenario en las suspendidas elecciones de diciembre pasado, no ahorra denuestos cuando se refiere a López y dice que la mafia volvió a operar otra vez. “Amenazaron a Ortega con que iban a pegarle un par de tiros”, acusó, convencido de que la barra hizo otra de las suyas. En cambio, hubo mutis por el foro de las cuestionadas autoridades, preocupadas como estaban para pagarle a Libertad de Paraguay los 650 mil dólares que le debían por el pase del arquero Justo Villar. ¿Y Ortega? Que se arregle, como ya había sucedido en el pasado con Jorge Bermúdez y Héctor Veira, dos que sufrieron apremios cuando la pesada les cayó encima.
Las personas que aseguran con ciertos detalles que la intimidación existió agregan que el jujeño comparó su eventual salida de Newell’s con la partida de Turquía, cuando dejó de jugar en el Fenerbahce en medio de un escándalo. Como fuere, Ortega está metido en problemas y no sólo porque la barra le habría pedido “poner todo en la cancha”. Pero sus dificultades privadas le conciernen únicamente a él. Y si viajó a Ledesma, su ciudad natal, o a Buenos Aires, lo mismo da. En Rosario, seguro, no está.
La ausencia del Burrito generó una sarta de lucubraciones que incluyó el divorcio definitivo con el entrenador chileno Juvenal Olmos y una pequeña ruptura fibrilar que lo marginó de algunos partidos, y de la que se habría repuesto para el encuentro con Banfield que se disputó el martes, aunque no lo jugó. Ortega no apareció ese día ni el anterior. Le hizo un llamado al médico del plantel, Ignacio Astore, para contarle que no había superado su mal momento. Y ese gesto se interpretó como un desaire para el técnico.
Newell’s, que acaba de pagar con la venta de algunos juveniles el pase de Villar –se desprendió del 40 por ciento de los derechos económicos de Lautaro Formica, campeón mundial en Holanda–, aún debe saldarle 500 mil euros al Fenerbahce en enero por la transferencia de Ortega, sin olvidar la cuota del concurso de acreedores que le cae en octubre. Con ese complicado panorama económico, los adversarios de López le auguran sus últimos días en el poder y, según sostiene Boselli, creen que “dejará la porquería hecha: mandar al club a la quiebra y que seamos una réplica de Blanquiceleste”.
El deseo opositor de que López se vaya para siempre, sin embargo, no se compadece con los casi once años que lleva en el gobierno del club, desde diciembre de 1994. El entramado de relaciones con un sector de los poderes político y judicial, y de medios periodísticos rosarinos, le ha permitido sobrellevar todo tipo de denuncias, hasta una por organizar juego ilegal que tiene sentencia firme en su contra. Por eso, es más probable que antes de fin de año Ortega abandone el club después del apriete de la barra a que el presidente se vaya.