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Por Andrew Graham-Yooll

Lo mejor es celebrar lo que tenemos. Tenemos unos tipos magníficos, enfrentados a la epopeya más emocionante. De eso se trata un encuentro mundial. Lamento la derrota, pero no me importa. Una derrota es solamente salida a otra victoria.
Lamento que hubo odios, alentados desde la política, que vienen desde 1982, y depresiones. Pero también hubo amores.
¿Cómo se explica, si no, esa parejita de la inglesa que la noche anterior se acostó con el porteño que le prometió amor eterno a la inglesa sea cual fuere el resultado? Y fueron al registro civil a mediodía.
No importa, es tanto más importante lo que queda de nosotros.
A los jugadores que en las peores pueden sonreír (creo que los vi sonreír en la cancha) como verdaderos señores. Me importa un bledo que ganen o que pierdan porque el 30 de junio recordaré su sonrisa, jamás sus goles. Para siempre recordaré la sonrisa de Batistuta de buen jugador. Eso me hace sentir bien en Buenos Aires.
No hay derrotas mas allá de las que sentimos como fracasos, ni triunfos mas grandes de los que nos importan. Y me importa poco lo que logramos o lo que no. Siento como nunca la felicidad de un equipo fabuloso. Celebro un partido hermoso, de dos equipos grandes por su talento. Sí busco tipos mejores que Aimar, hermoso hombre de la cancha, que podían sonreír en las peores y jugarse todo en las mejores. Somos un país hermoso. Para eso volví en el ‘94, para no irme jamás. Este es el país que siempre soñé.
Qué placer enorme me dio la calidad del equipo argentino. Si perdió ayer, igual va a ganar siempre.
Cuando esté en Londres la semana que viene les diré con orgullo: ¡los mejores fuimos nosotros! Claro que duele esa mitad mía que es argentina y que perdió, pero qué hermoso perder tan bien y tan honorablemente.