DEPORTES › LOS INGLESES LLENARON LAS CALLES Y LOS PUBS
Tres festejos en una noche
Por Marcelo Justo
En una sola noche Inglaterra celebró el 86, el 98 y el 2002 también. En el centro de Londres, la Plaza de Trafalgar comenzó a llenarse apenas terminó el partido por la tarde y los festejos continuaban a la hora de cierre de esta edición. Banderas, bocinazos y gigantescas borracheras pautaban los cánticos por la victoria contra el gran enemigo. “Dulce revancha”, titulaba el normalmente sobrio noticiero de la BBC.
La victoria tiene el inequívoco sabor de una revancha largamente esperada, de 16 años mascando bronca con los dos goles de Maradona en México, con la expulsión de Beckham y la definición por penales del Mundial de Francia, de 36 años desde aquella victoria contra el equipo de Ubaldo Rattin. Por si faltaba algo, el uno a cero tiene el valor agregado del penal que, como un personaje trágico que enfrenta su destino, convirtió el mismo David Beckham. “Inglaterra fue fantástica y Beckham muy valiente. Esta es la mejor noche de mi vida”, gritaba de eufórica embriaguez en la Plaza de Trafalgar un muchacho de unos 20 años. Entre los más jóvenes, el recuerdo más patente era el Mundial de Francia. Entre los más adultos, se palpaba una revancha de mucho más tiempo y paciencia acumulada. “Por fin. Teníamos que romper el embrujo y lo rompimos. Les ganamos sin mano de nadie”, comentó un oficinista que superaba generosamente los 40. Entre los optimistas, el sueño no tenía límites. “Ahora vamos a ganar la copa del mundo, otra vez”, decía una mujer plantada al lado de su pinta de cerveza.
Festejos por todos lados, estoicamente aguantados por este corresponsal. En Londres y Manchester, en Liverpool y Brighton, en el norte, sur, este y oeste de Inglaterra. Ni ese cielo color trapo de piso que suele adornar y ensombrecer esta isla, desalentó a los ingleses, futboleros o no, que tomaron las plazas y los pubs de todo el reino. En la capital, la euforia tenía algo de continuación natural, aunque “plebeya”, de los fastos del jubileo de la reina Isabel Segunda, que se extendieron desde el sábado pasado hasta el martes y que encontraron ayer su obvia coronación con la victoria de la escuadra inglesa. Ni lerda ni perezosa, la Reina se puso a la cabeza de las congratulaciones que recibió el equipo de Sven Eirkson y se manifestó “muy complacida con el resultado”.
En la Plaza de Trafalgar, a los pies de la estatua del Almirante Nelson, los ingleses parecían celebrar el Waterloo del equipo de Marcelo Bielsa. Un hincha no hacía más que repetir a las cámaras, “vencimos a los argies, los derrotamos”. La repetición operaba como un conjuro, como una especie de encantamiento, para la celebración y también, tras tantas frustraciones, para el autoconvencimiento. Unos y otros recordaban un mantra muy repetido por los medios en los últimos días: desde aquella victoria en Wembley que Inglaterra no le ganaba a Argentina en un mundial. Algunos, muy pocos, procuraban mantener una imparcial y objetiva sobriedad sobre el futuro inmediato. “Estoy muy contento, pero todavía necesitamos un buen resultado con Nigeria. Si a Kanu y Okocha se les prenden las luces, es difícil saber qué puede ocurrir”, dijo un muchacho de anteojos.
Casi nadie le prestaba atención. El festejo, reprimido durante tantos años, desbordaba todo análisis. Fanáticos de las estadísticas, los periódicos vespertinos reportaban que unos 6 millones de trabajadores se habían tomado el día y que, sumado al jubileo de la reina, casi una cuarta parte de la fuerza laboral había decidido que esta semana era demasiado importante como para trabajar. Algunos aguafiestas, como el Centro de Investigación Económica, predecía pérdidas de alrededor de 750 millones de libras, pero los más astutos, precisos medidores de las modernas técnicas de “managment”, como el Instituto de Directores, argumentaban que esa caída se recuperaría gracias a los beneficios a la productividad que traería el gran bienestar de la victoria.