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Con bulones de Grondona
Por Ariel Greco
Una cadena es tan fuerte como su eslabón más débil. Por eso, en esta cadena de egoísmos, ese eslabón se llama Carlos Tevez. Las mezquindades de los dirigentes del fútbol argentino determinaron que el pibe –en estos momentos, preocupado en recuperarse de su primera lesión seria como profesional– quedara en medio de un tironeo de intereses, sin siquiera tener la opción de elegir lo que quiere hacer. Por más que Tevez exprese en voz alta lo que dice por lo bajo, el autoritario reglamento que aprobaron los dirigentes en 1999 le impedirá cumplir con su voluntad.
Boca no tiene derecho al pataleo. Sus representantes firmaron un acuerdo sin pensar que se les podía volver en contra, y ahora pretenden vulnerarlo, tanto de manera explícita como con manejos subterráneos. Desde ese punto de vista, Boca debe ceder a todos sus jugadores, llámese Eberto, Cángele o Tevez, sin importar qué tan trascendentes resulten sus compromisos. Juegue la Copa Intercontinental con el Milan o la Copa de Leche con Tristán Suárez. Si niega a alguno de sus futbolistas, debe ser sancionado de acuerdo con lo que marca la ley, por una cuestión de igualdad respecto de los otros clubes que sí entregaron a sus juveniles. Ni hablar si pretende aprovechar el argumento de la Copa Intercontinental para utilizar a Tevez, ya recuperado, en los últimos dos partidos del Apertura.
Sin embargo, hay una cuestión que no debería soslayarse. Si por la gloria deportiva, por razones económicas o por ambición personal, Tevez prefiere jugar con su equipo en Japón por encima del Mundial de Emiratos Arabes y asume el riesgo que implica una renuncia a la Selección, no es justo que un reglamento se lo niegue. ¿Con qué derecho se le quitará la posibilidad de jugar el que Tevez considere que es el partido más importante de su vida? ¿O con cuántos bulones de la ferretería de Julio Grondona le pagarán para compensarlo por el dinero que no ganará por los premios de la Intercontinental? Las respuestas, tal vez, las puedan dar los dirigentes que con sus razonamientos mezquinos llevaron la situación a este extremo. A no ser que encuentren la solución en la “causa justificada” de la que habla el punto cuatro de la llamada Ley Pekerman.