ESPECTáCULOS
El viaje sin fin del señor Irvine
A caballo entre la tradición irlandesa y la música de los Balcanes, el multiinstrumentista Andy Irvine se presenta hoy en La Trastienda.
Por Roque Casciero
Andy Irvine, una leyenda de la música irlandesa tradicional, dice que nunca se desvió de la ortodoxia de ese género porque está más interesado en la música que en ganar dinero con la música. Y que por eso no es tan rico como otros colegas que traspasaron fronteras como las del rock o la new age. Sin embargo, no se queja. “Me va bien, vivo de lo que me gusta. Pero me alegra no tener que empezar mi carrera ahora, porque hay muchísimos músicos irlandeses famosos: es demasiada competencia para quien recién comienza”, afirma el cantante y multiinstrumentista (bouzouki, mandolina y armónica), entre bocados a una empanada de carne que juzga “deliciosa”. Irvine llegó a Buenos Aires en micro, proveniente de Chile; descartó el avión porque quiere ver todo lo que pueda de la Argentina. Ayer dio una clase magistral en el Centro Cultural Ricardo Rojas y hoy (a las 23, en La Trastienda, Balcarce 460) se presentará junto al holandés Rens van der Zalm (guitarra, mandolina). En el concierto, además de canciones tradicionales, Irvine tocará varias de las que compuso para algunas de las bandas de las que formó parte, desde los Sweeny’s Men y Planxty (famosos en Irlanda) hasta Patrick Street y Mozaik.
Hay que aclarar que este reconocido tradicionalista irlandés en realidad nació en Londres. “Mis padres eran irlandeses y la música de su país fue todo un descubrimiento para mí”, explica Irvine. “A principios de los años 60 nos mudamos a Dublín, donde había un gran movimiento de personas que se reunían en el pub O’Donahue’s. El centro de interés de esas personas eran la música irlandesa... y la cerveza, por supuesto. Y ahí me deslumbré.” Pero el joven, que tenía un pasado como niño actor, se había interesado por la música un poco antes. “Cuando tenía quince años apareció un movimiento de música popular llamado skiffle, encabezado por Lonnie Donegan”, recuerda. “Eso me abrió la puerta. Sabía que tenía capacidad para la música, pero nunca había encontrado una música que realmente me gustara. Cuando escuché a Donegan cantar ‘The Midnight Special’ (que después hizo Credence Clearwater Revival) sentí que por fin la había hallado. Me hice muy fan del skiffle, aunque no por mucho tiempo porque, como todas las cosas buenas, enseguida se corrompió por la popularidad. Apenas el skiffle se hizo conocido, aparecieron baterías y guitarras eléctricas, y ya no me pareció tan interesante. Pero antes de eso, en la contratapa de un disco de Lonnie Donegan, leí que decía ‘Woody Guthrie’. Y me atrajo ese nombre. Un par de meses más tarde encontré un disco suyo y desde entonces nunca miré hacia atrás.” El hombre que marcó a Bob Dylan tuvo un fan en Irvine, que hasta le escribía cartas.
La carrera de Irvine comenzó en Sweeny’s Men, una banda que tuvo éxito a mediados de los ‘60. Tras la disolución, el cantante descubrió la tercera influencia grande: la música de los Balcanes. “En 1968, los jóvenes de entonces nos dimos cuenta de que lo único que necesitábamos para llegar a cualquier parte eran un pasaporte y un dedo pulgar. La mayoría de la gente se iba a Afganistán, Nepal, lugares donde se conseguían buenas drogas, pero a mí eso no me interesaba tanto. Además, yo tenía tres o cuatro años más que esta gente. Y decidí irme a Bulgaria y Rumania, que eran lugares donde no había turismo y de los que nadie sabía nada. Llegué en 1968 y viajé por los Balcanes durante un año y medio. Tocaba en la puerta del zoológico de Bucarest, en las calles. Fue un gran momento, aunque no le caía muy bien a la policía”, completa entre risas. Irvine reconoce la influencia de las tradiciones irlandesa y estadounidense (por su idolatrado Guthrie) en su forma de componer canciones. Buena parte está dedicada a pequeñas historias de hombres de otra era que deben sobreponerse a grandes dificultades para conseguir el amor o la libertad. La influencia de los Balcanes es más notoria en los grupos Mosaic (y su versión más actual, Mozaik, de la que también forma parte van der Zalm).
A los 61 años, Irvine asegura que le gustaría parar un poco con su vida de trotamundos. “Hace poco me operaron de la muñeca y no pude tocar durante tres meses, así que me quedé en casa. Me di cuenta de que lo pasaba bárbaro y que durante todos estos años me lo había perdido. Mi intención es no viajar tanto, aunque no está funcionando: tengo un montón de giras por delante. No puedo decir que no. Mi madre, que era actriz, siempre me decía: ‘Nunca digas que no, porque no sabés de dónde va a salir tu próximo trabajo’. Y eso se me debe haber hecho carne...”