Domingo, 25 de marzo de 2007 | Hoy
Por Gustavo Veiga
El fútbol argentino no importó demasiados jugadores africanos en toda su historia. Son apenas un puñado que tuvo su apogeo con la llegada a Boca del delantero camerunés Alphonse Tchami, aquel de movimientos torpes pero de una considerable presencia física. El que se mantuvo más vigente y adaptado a nuestro país es Ibrahim Sekagya, el ugandés que juega en Arsenal y que desarrolló la mayor parte de su carrera en Ferro. Un hermano suyo también había pasado de manera efímera por el club de Caballito. Al igual que aquel volante estilizado llamado Dusiminu “Doctor” Kumalo, nacido en Sudáfrica e integrante de la selección nacional de su país.
Con menor suceso pisaron canchas argentinas David Chabala, un arquero de Zambia que fichó Argentinos y luego se mató en un accidente de aviación junto a la selección de su país; Ernest Mtwalli, oriundo de Malawi y que apenas jugó en Newell’s; y Nii Lamptey, un ghanés que hizo lo propio en Unión. La historia señala que hubo un africano que les marcó el camino a los demás: Custodio Mendes, aquel zurdo habilidoso nacido en Cabo Verde y que pasó por Estudiantes y Temperley. Pero quienes ni siquiera llegaron a jugar un minuto en un club argentino, pero al menos lo intentaron, fueron tres etíopes en 2001: Se llamaban Getachew Solomon, Abubakar Ismail y Semann Hesham. En rigor, intentaban escapar de su propio pasado, de un país flagelado por la guerra y el hambre. Todos eran integrantes de la selección de Etiopía que vino a jugar el Mundial Sub-20 a la Argentina. Y un día, bien entrada la madrugada, sus rastros se perdieron en la provincia de Salta.
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