Domingo, 18 de julio de 2010 | Hoy
ECONOMíA › OPINION
Por Alfredo Zaiat
El fin de año y el comienzo del siguiente estuvo dominado por el debate sobre la utilización de reservas para el pago de la deuda y la resistencia de escasa rigurosidad profesional del ex presidente del Banco Central Martín Redrado. Han pasado apenas seis meses de ese conflicto que los economistas del establishment prometían iba a ser el inicio del derrape de la economía por la decisión del Gobierno de destinar una pequeña porción de la reservas para cancelar algunos vencimientos de deuda. Adelantaban un descontrol inflacionario y una fuerte devaluación. Atemorizaban con la pérdida de respaldo de la moneda, como si todavía estuviera vigente la convertibilidad, en una muestra más de la imposibilidad que expresa cierta ortodoxia para comprender la dinámica de los procesos económicos. Incluso el ex titular de la entidad monetaria despedido sin cumplir los seis años de su mandato aseguraba que el desborde monetario provocaría un caos. Nada de todos esos peores males se precipitó sobre la economía. Por el contrario, la evolución posterior debería generar cierta inhibición de esos abanderados del miedo: las reservas alcanzaron anteayer el record histórico de 50.710 millones de dólares pese a utilizarlas para abonar deuda por 2700 millones en ese período, y el nivel de actividad económica está subido a un tren bala a una velocidad del 8 por ciento anualizada.
La posibilidad de aplicar reservas para cancelar deuda es una medida que permite ampliar los márgenes de autonomía de la política económica. También ha facilitado la ruptura de la restricción ortodoxa referida a que esos dólares sólo deben ser usados para financiar la fuga de capitales. Quebrar esa resistencia fue un notable avance para empezar a evaluar otros destinos a las reservas excedentes, además de la cobertura de vencimientos de deuda a un costo muy bajo. Seguir ese camino con los compromisos del año próximo fortalecería esa política de cambio de paradigma sobre la forma de analizar la economía doméstica. A la vez, convoca a un debate más profundo sobre la oportunidad de analizar otras aplicaciones para las reservas. Por ejemplo, continuar con el desendeudamiento con organismos internacionales y resolver el default con el Club de París; o acelerar la capitalización del Banco del Sur; o constituir un fondo de inversión de infraestructura pública para la compra externa de maquinarias y tecnología no disponible en el país.
Ese debate a esta altura ya es pertinente debido a que la economía argentina funciona desde hace años con excedentes de divisas. Y las perspectivas es que siga siendo así debido a las transformaciones de la economía mundial, con potencias emergentes como China e India pasando a ocupar una posición central. A gran parte de la sociedad que vive pendiente de la cotización del dólar y para los economistas del establishment que trabajan para generar miedo, esas condiciones estructurales de la economía argentina de los últimos años los incomodan. Aunque violenta ese sentido común de irrebatible atracción del billete verde, lo cierto es que pese a la persistente fuga de capitales la economía funciona con excedentes de dólares desde hace varios años. Sobran divisas que el Banco Central no se inhibe de comprar en cantidad, en una pertinente política preventiva ante shocks externos y como parte de una necesaria estrategia de mantener la competitividad del tipo de cambio. Si no fuera por las intervenciones diarias de la entidad monetaria, la paridad peso-dólar registraría una apreciación que generaría tensiones en el desarrollo de la actividad económica. Industriales y empresarios del sector agropecuario periódicamente se manifiestan inquietos por el valor del dólar. Reclaman una devaluación más acelerada sin considerar que la paridad sería mucho más baja si no estuviera la participación activa del Banco Central comprando dólares.
Se da la paradoja de que en un escenario de clausura del crédito externo, fuga de capitales, expectativas negativas alentadas por gurúes y por la tensión política mediática, disminución del superávit fiscal, crisis internacional, el Banco Central igual siguió acumulando dólares y la economía se ha recuperado con vigor. El análisis vulgar de economistas de la city se resume en el factor suerte asociado a cuestiones externas, como si la economía fuese una ruleta del casino y en esta oportunidad acertó el pleno. La situación es un poco más compleja. Para abordarla, la ortodoxia dominante en las últimas décadas debe admitir primero que se le han quemado los libros de recetas. Una estrategia económica alejada de los dictados del consenso de la city y un escenario global con transformaciones en la distribución del poder económico mundial ha instalado otras condiciones estructurales. Al ignorarlas, las proyecciones y análisis de los gurúes subestiman la potencialidad de una economía transitando sobre esos rieles.
Un reciente documento de Roberto Frenkel “Los nuevos fundamentals de la política macroeconómica en los países en desarrollo” colabora para la comprensión de las características de este período. El economista del Cedes explica que las economías que adoptaron la nueva configuración macroeconómica fueron menos golpeadas por la crisis internacional y disfrutaron de mayores grados de libertad para implementar políticas anticíclicas. A la vez, señala que “las economías en desarrollo que preservaron una inserción financiera internacional enmarcada por políticas macroeconómicas similares a aquellas que predominaron durante los 1990 (por ejemplo, las economías en el centro y este de Europa) sufrieron las peores consecuencias de la crisis, de las cuales todavía no se recuperaron”. Frenkel precisa las características de esa nueva configuración macroeconómica: 1) un régimen cambiario de flotación administrada, que combina la flexibilidad del tipo de cambio con intervenciones discrecionales de la autoridad monetaria en el mercado cambiario; 2) la preservación de un tipo de cambio real competitivo o evitar fuertes apreciaciones; 3) superávit (o déficit moderado) en la cuenta corriente del balance de pagos; 4) acumulación de una cantidad considerable de reservas internacionales; 5) una política monetaria activa, facilitada por la esterilización de las intervenciones oficiales en el mercado cambiario; 6) cuentas fiscales equilibradas o déficit moderado.
En ese proceso, la dinámica virtuosa de esas economías (incluida la argentina) alejándose de las políticas ortodoxas se va realimentando, lo que relativiza esa idea de la fortuna para explicar la bonanza. Se trata de cuestiones estructurales sobre cómo diseñar y aplicar una política económica, entre ellas la estrategia de acumulación de reservas. Esta no es sólo la suma de dólares en la banca central, sino que contempla varios objetivos: elimina la presión de los flujos de capital sobre el tipo de cambio, facilita alcanzar niveles óptimos de divisas para enfrentar perturbaciones financieras externas, permite la utilización de excedentes para alentar un proceso de desarrollo (el pago de deuda con reservas libera recursos o, en todo caso, evita la necesidad de ajuste fiscal), y actúa de reaseguro ante la ausencia de un prestamista de última instancia a nivel internacional. En los últimos años reapareció el FMI en ese papel con los mismos vicios de los noventa, lo que resulta mejor eludirlo.
Cuando el análisis de la economía se realiza pensando su funcionamiento en forma estática se arriba a conclusiones limitadas y, en algunas ocasiones, fastidiadas con los hechos. El modo fallido en que los grupos conservadores abordaron la cuestión de las reservas es una oportuna enseñanza para convocar a la humildad y rendirse ante una dinámica que sólo sorprende a quien se resiste a estudiarla.
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