Sábado, 21 de julio de 2007 | Hoy
ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO
Por Alfredo Zaiat
Pese a las formales salutaciones y deseos de éxito para la gestión del nuevo ministro, las tradicionales fuerzas en pugna por la hegemonía de los procesos económicos han empezado a mostrar sus cartas. Con toda la complejidad que implica realizar cortes tajantes al interior del bloque del poder económico, por el cruzamiento de áreas de interés y de negocios, se perfila una conocida puja entre el núcleo duro industrial y el liderado por la banca asociada con las empresas agropecuarias. Miguel Peirano vendría a ocupar, en ese juego esquemático, la posición del primer grupo, cuyos integrantes, como presión política, sostienen que no se trata de un ministro de transición, sino que existen grandes chances de continuidad en un eventual gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. En cambio, el otro bando deja trascender que el candidato a ocupar la poltrona del Palacio de Hacienda es el economista vinculado al mercado financiero Mario Blejer o, aunque cuidando las formas, el actual presidente del Banco Central, Martín Redrado. En estos meses hasta las elecciones, unos y otros, con más o menos pudor, mostrarán su capacidad para influir en los pasillos del poder político, movimientos que quedarán en evidencia en la exposición de reclamos o respaldos, según el caso, a través de los medios de comunicación. Pero, como mencionó en más de una oportunidad el economista Bernardo Kosacoff, en un escenario internacional con aumentos en el comercio mundial y términos de intercambio más favorables para la oferta productiva argentina, la macroeconomía parece dar ahora un respiro para pensar los problemas estructurales de la economía sin las urgencias propias de la crisis.
Así, con ese panorama despejado y el fracaso de la política ortodoxa durante la década pasada, la puja entre esos dos sectores del bloque del poder económico se expresa en el marco del debate sobre la orientación del modelo “neo-desarrollista” que impulsó Néstor Kirchner, y que nada hace suponer que no continuará en un eventual gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. La pelea entre esos dos grupos está definida dentro de ese mismo modelo, uno con base industrial y otro con base agraria. Aunque a veces puede resultar confusa esa división porque manifestaciones de unos y otros se traducen en apoyos a pilares básicos de la actual gestión (tipo de cambio competitivo, defensa de superávit gemelos e intervención del sector público, entre otros), la brecha que los separa tiene que ver con el tipo de desarrollo propuesto en función de qué clase de especialización productiva debería tener la economía argentina.
Las diferencias entre ambos esquemas pueden parecer irrelevantes para algunos, pero en los matices se determina el rumbo de la política económica, con sus ganadores y sus perdedores relativos, puesto que ese resultado se da dentro del bloque de los triunfadores. Esa tensión se refleja en el capítulo de la especialización productiva. El neo-desarrollismo de base industrial promueve como prioridad cadenas de valor industriales, sistemas locales de innovación y producción de bienes diferenciados. Mientras, el neo-desarrollismo de base agraria propone privilegiar sistemas agroindustriales y cadenas de valor regionales para la producción de bienes agrícolas con mayor valor agregado. Como se deduce, esas dos posiciones no son necesariamente excluyentes, con amplios márgenes para convivir y crecer. Pero no es tan evidente que esos dos grupos en silenciosa disputa piensen la posibilidad de armonizar esas estrategias y, por ese motivo, se mueven para candidatear a los ejecutores más cercanos a sus posiciones.
Los investigadores Fernando Porta y Carlos Bianco expusieron con muchísima claridad esa situación en el documento Las visiones sobre el desarrollo argentino. Consensos y disensos, publicado por la Secretaría de Ciencia, Tecnología e Innovación. “La diferencia sustancial entre las versiones ‘neo-desarrollistas’ remite al sector o a las actividades elegidas para liderar el proceso de crecimiento y desarrollo”, afirmaron. Para precisar que la de base industrial, obviamente, “la industria debería ser la fuerza motriz del crecimiento económico”, mientras que para la segunda, “sería el crecimiento de los sectores basados en ventajas naturales en general y agropecuario en particular, a través de la adición de una mayor cuota de valor agregado a sus productos, el sendero hacia mayores niveles de desarrollo”.
Teniendo en cuenta que hoy, con Peirano en Economía, se ha ratificado que la hegemonía en ese campo transitará por el primero de los senderos mencionados, resulta relevante el debate sobre cómo se impulsará y cuál será “la especialización industrial”. Hasta ahora se ha implementado una política de recuperación de la industria, y el desafío de aquí en más requiere de sintonía fina. Al respecto, otros dos investigadores, Bernardo Kosacoff y Adrián Ramos, escribieron en Comportamientos microeconómicos en entornos de alta incertidumbre: la industria argentina (Cepal), que “en el año 2004, sólo a modo de ejemplo, Argentina generó un valor agregado industrial por habitante que resultó un 40 por ciento menor del que concibió treinta años atrás”. Describen que “hoy se observa un sector industrial de menor tamaño, con mayor concentración, alta trasnacionalización y con un modelo de organización de la producción de bienes muy distinto al del período de economía semicerrada”. Y señalan que “la resultante fue un proceso de especialización exportadora excesivamente primarizado e incrementos de la productividad que convivieron con la expulsión de mano de obra y con el escaso fomento al desarrollo de nuevos emprendimientos productivos”.
Ahora, recuperado cierto equilibrio industrial, se plantea qué característica debería tener la especialización productiva, porque las condiciones no son las mismas que predominaron cuando la industria comenzó a desarrollarse a fines del siglo XIX, ni cuando irrumpió el proceso de sustitución de importaciones en la década del 30, ni cuando a partir de fines de los ’50 ingresaron filiales de empresas trasnacionales y ni cuando a comienzos de los ’70 empezaron a manifestarse restricciones en la estrategia de sustitución de importaciones que acumulaba ya cuarenta años. Se sabe que con una economía abierta, proceso que no tiene retorno por las actuales reglas de integración, globalización y comercio internacional, y los profundos cambios verificados en ciertas industrias por la irrupción de China y las pequeñas potencias asiáticas, no se puede producir todo y cada uno de los bienes industriales, desde los más simples hasta los más sofisticados. El ejemplo más gráfico que ofrecen los especialistas en la materia se refiere a los textiles: esa industria no podrá competir en el mediano plazo con la indumentaria básica fabricada en Asia (por caso, una simple remera de algodón blanca o estampada), y hoy sólo puede defenderse –aunque cada vez menos– por la barrera que implica un tipo de cambio alto. Por lo tanto, debe especializarse en moda y diseño, con mayor valor agregado y procesos más sofisticados. Los investigadores Porta y Bianco lo explican, analizando el neo-desarrollismo de base industrial, de la siguiente manera: “Esta estrategia no sólo debe radicar en la creación de ‘nuevos’ sectores, sino en la incorporación de tecnología en sectores tradicionales permitiendo la diferenciación de la producción en base a la generación de ventajas competitivas dinámicas genuinas y sistémicas”. Así, se competirá en los mercados externos por atributos diferenciales (calidad, diseño, servicios) y no por precio, en base a productos con alto valor agregado, contenido tecnológico e intensivos en mano de obra calificada (esto último implica salarios altos).
Este es uno de los aspectos de este tipo de especialización productiva, que incluye además encadenamientos de firmas en ese proceso, impulso de la integración productiva-industrial en el marco del Mercosur, fortalecimiento de una economía con actores domésticos e innovadores que permitan una dinámica virtuosa de crecimiento. Parece una tarea sencilla pero, en una macroeconomía relativamente sin obstáculos y sin escenarios de crisis, se convierte en el gran desafío para un ministro de Economía “neo-desarrollista de base industrial”, y no el de pelear espacios de poder como se le reclama a Peirano –para diferenciarse de Felisa Miceli– para convalidarse en la silla eléctrica del Palacio de Hacienda.
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