Sábado, 21 de julio de 2007 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLITICO
Por J. M. Pasquini Durán
La gobernadora Pratibha Patil está compitiendo por la presidencia de India en nombre del partido del Congreso y de la poderosa familia Gandhi. Durante la campaña, anunció que un espíritu le había comunicado que en breve ocuparía un puesto político de alto rango. A la senadora Cristina Fernández también una voz queda le propuso su destino, pero era una persona de carne y hueso, su propio marido, el presidente Néstor Kirchner, “un hombre fuera de lo común”, en opinión de la primera dama, después de treinta años de matrimonio. Como candidata presidencial tendrá su primer mitin popular el próximo jueves, 26 de julio, en un acto dedicado a Eva Perón, si las condiciones lo permiten, puesto que nadie olvida lo que sucedió con el traslado de los restos del General a San Vicente. El jueves pasado, durante la prolija ceremonia organizada en el teatro lírico de La Plata, no hubo símbolo o imagen que recordara la filiación peronista del matrimonio Kirchner, tanto que el bombisto Tula se fue a Rosario a despedir los restos del entrañable Negro Fontanarrosa, excepto la esencia de su discurso de 45 minutos que recuperó para el siglo XXI las ideas de patria con justicia social, económicamente libre y políticamente soberana, el clásico tríptico fundacional del justicialismo.
En su primer mensaje como candidata, la senadora Cristina eligió explicar “el cambio que recién empieza”, lema de su campaña, en el tono que la distinguió durante su trayectoria legislativa: apasionado, racional, inteligente, con autoridad y fluidez de oradora que acumula muchas horas de vuelo. Según infidencias de sus íntimos, el texto era de su puño y letra, pero no necesitó leerlo durante los tres cuartos de hora de la exposición. Aunque las opiniones posteriores no arrojaron novedad –los oficialistas, ensalzándola, los opositores, menospreciándola–, lo cierto es que la propuesta escapó de las obviedades y de la primera plana de las noticias para dedicarse a un enfoque ideológico con tintes casi académicos, en un nivel que los políticos profesionales suelen dejar de lado, porque ceden a la presión mediática del escándalo de turno o porque piensan que la ciudadanía que vota no tiene capacidad o interés para decodificar ideas. Tampoco hizo mención a ninguna cifra de las que usa a diario el presidente Kirchner para graficar el trayecto nacional de salida del infierno y los únicos porcentajes que puntualizó fueron los referidos a la popularidad y la intención de votos de su marido, con el propósito de alabar el renunciamiento a la reelección.
Los medios de mayor difusión detallaron cada aspecto del “look” de la candidata –cabello, maquillaje, largo de pollera, alto de los tacos–, de la distribución y la identidad de los invitados, pero la síntesis del mensaje fue escasa para los que no tuvieron la oportunidad de escucharla en vivo y en directo. Tal vez los editores también piensan que aburrirían a sus lectores reproduciendo las ideas de quien figura en todas las encuestas a la cabeza de la votación del 28 de octubre, o quizá porque necesitan la ratificación del hombre de la Casa Rosada para que los dichos de la mujer sean motivo de análisis y debate. Los que piensan así quedarán sorprendidos por la integridad del pensamiento de la pareja. Con todo, no parece casual que después de Skanska, donde las figuras comprometidas eran masculinas, la línea de corrupción enhebre a las mujeres del Poder Ejecutivo: Miceli, Picolotti, Garré, por diferentes motivos que las investigaciones judiciales tendrán que dilucidar, mientras que los hombres por el momento parecen la mujer del César. No se trata de reivindicar inocencia por razones de género ni tampoco justificar la impericia en el ejercicio del mando, reservado por siglos a los hombres, porque esas y otras mujeres han elegido el territorio de la política, algunas con años de militancia, los suficientes para entender que en posiciones de poder nadie escapa a la puja de las ambiciones propias y ajenas o, muchas veces, a las tentaciones latentes en una cultura del Estado donde los poderosos, civiles y militares, abusaron de todas las normas y cometieron latrocinios sin los castigos debidos. A lo mejor, es una conclusión suspicaz porque sólo hace falta tiempo para que las imputaciones lleguen al resto del gabinete en los siguientes meses de campaña.
Cristina, como la menciona la propaganda de campaña, esbozó los fundamentos de su programa de gobierno con la imagen de tres construcciones: la reorganización de un “Estado democrático y constitucional”, un modelo económico “acumulativo, diversificado y de inclusión social” y la recuperación de la cultura del trabajo y del esfuerzo a partir de la autoestima y la confianza de los argentinos en sus propios méritos. Respecto del primer punto, recordó cómo se llegó a la crisis por un “deterioro insoportable” de la función presidencial, mientras que el Legislativo votaba por “presión del Fondo” Monetario Internacional y la Corte Suprema convalidaba “la depredación del Estado”. Rescató los esfuerzos truncos de la generación del ’80 en el siglo XIX, la sustitución de importaciones del primer gobierno peronista y el desarrollismo de Frondizi, para establecer los heterodoxos antecedentes de estos ocho años de crecimiento sostenido, los cuatro acumulados por la gestión actual y otros tantos que presume la senadora si los ciudadanos deciden darle continuidad a la línea inaugurada en 2003. Quienes hayan tenido la oportunidad de seguir en detalle la obra y la palabra del Gobierno en este mandato tuvieron la impresión de que la propuesta de la candidata había sido destilada de las experiencias de las tareas cumplidas, realizadas sobre una visión general por el método de ensayo y error más que por una elaboración completa desde el primer día.
Como sucede con las elaboraciones intelectuales de la historia y la política, las hipótesis de la senadora funcionan en la mesa de arena, pero falta el decisivo cotejo con la realidad. Es el caso del “pacto social” tripartito –Estado, patronato, gremios obreros– no sólo para establecer acuerdos alrededor de precios y salarios, sino para definir el perfil de país por el que todos están dispuestos a construir. Citó la experiencia española de crecimiento como un modelo de referencia y destacó la inconsecuencia de la burguesía nacional para realizar un proyecto argentino de desarrollo en comparación con los resultados obtenidos en Brasil. Omitió mencionar que el crecimiento del gigante sudamericano fue realizado por acuerdo de su burguesía y el sacrificio sin cuento de millones de hombres y mujeres, ancianos y niños, que al momento de asumir Lula ni siquiera podían cumplir con tres comidas básicas diarias y que, en la actualidad, el gobierno distribuye doce millones de raciones diarias en su campaña contra el hambre y ni aun así pudo llegar a todos los necesitados. Sería interesante, por más obvio que resulte, ubicar cualquier modelo de progreso en este continente, el más injusto del mundo en la distribución de las riquezas y de los ingresos.
En cuanto a los potenciales firmantes del pacto, si bien las críticas al capitalismo criollo prebendario y especulador, lo mismo que si hubiera mencionado a la propiedad terrateniente en el campo, están justificadas por las historias lejana y reciente, dejó de lado cualquier mención crítica a los sindicatos obreros, muchos de ellos burocratizados y/o corrompidos por la impunidad de sus dirigentes que han logrado impedir la libertad de agremiación, con la condescendencia, por decir lo menos, del Estado y de los patrones. Del árbol envenenado es inútil esperar frutos lozanos. Es una pena que en su reciente participación en la asamblea mundial de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) la senadora haya aprovechado la experiencia española, pero sin comprometerse con la libertad sindical, uno de los paradigmas culturales del gremialismo obrero internacional, incluido el español.
Es comprensible que una candidata no salga a confrontar con una de las cajas y de los aparatos más letales para quienes los hostilizan, y también hay razones para que en los cuatro años pasados fuese desoída la demanda de personería de la CTA, pero sin reconocer estas debilidades la nave del progreso sostenido tendrá rumbos abiertos a nivel de flotación. El kirchnerismo construyó una dimensión popular que hace cuatro años era poco más que un sueño, pero la energía no alcanzó, tampoco las relaciones sociales, para organizar fuerzas de partido propio, ni transversal ni convergente. Es su talón de Aquiles y por eso hay que pensar que Kirchner no engaña a nadie cuando asegura que mientras su esposa gobierna, él se dedicará a superar esa debilidad orgánica. Ningún cambio cultural podrá eludir la inmensa tarea de refundar estos aparatos, porque ellos también han cumplido su ciclo de vida útil como les sucedió a los mayores partidos populares. Verdad es que la fragmentación partidaria se precipitó por la rebelión de las cacerolas, pero mientras los disidentes en las fábricas sean perseguidos y expulsados por la trinidad de burócratas, empresarios y funcionarios estatales, mientras miles de luchadores sociales sean sometidos a procesos penales, la generación que fue devastada por el terrorismo de Estado no será sustituida por nuevos relevos, capaces de sostener un proyecto emancipador y una cultura diferente.
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