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Quinta columna

 Por David Cufré

Los fondos buitre encuentran en la prensa, la academia y hasta en la gestión pública argentina sectores que defienden su posición. Ocurre hoy, a más de diez años del default, y fue una constante a lo largo de todos estos años. Sostienen, como los buitres, que lo mejor para el país es aceptar las exigencias de estos inversores especulativos y sacarse el tema de encima, aun a costa de varios miles de millones de dólares. En la misma dirección se expresan voceros del establishment financiero, con la expectativa de obtener algún beneficio de última hora con la ruptura del statu quo que impuso el Gobierno luego de los canjes de deuda de 2005 y 2010. Empujan a favor de los intereses de Dart, Elliot y Singer para ver si consiguen algo de rebote con un cambio en las condiciones de la reestructuración definidas a mitad de la década pasada.

La defensa de los buitres con visión supuestamente nacional viene de lejos. En la primavera de 2001, cuando el derrumbe de la convertibilidad era evidente, hubo un seminario en la Universidad Di Tella donde empezaron a escucharse esos argumentos. Los economistas del establishment que habían llegado al Gobierno, como Guillermo Mondino, advertían sobre las calamidades que debería soportar el país si no cumplía con las exigencias de ajuste del FMI y se entregaba a la tentación del –inevitable– default. Mondino trazó incluso un perfil de Kenneth Dart, el más famoso de los buitres, describiéndolo como un auténtico hombre de la bolsa, muy alto, de gesto filoso, historia turbia y rasgos excéntricos, como mostrarse en público con una pesada capa negra. Uno de los compañeros de Mondino en aquel equipo económico de Domingo Cavallo es el actual presidente del Banco Ciudad, Federico Sturzenegger. El economista escribió días atrás un artículo en La Nación donde vuelve a plantear la idea de que lo más sensato es “tirar la toalla” (sic), como lo hicieron antes “Perú y Panamá”.

Pero Sturzenegger cambia el eje respecto de las señales de alerta que daba Mondino once años atrás, seguramente porque la evidencia de todo este tiempo ha demostrado –como afirma ahora el funcionario macrista– que “los fondos buitre tienen un poder de fuego muy acotado”. El banquero, por ejemplo, le asigna pocas chances a que el embargo de la Fragata Libertad sea definitivo. “Cuando la Fragata zarpe –de vuelta al país– podremos concluir que la lección es que hemos ganado otro round de la pelea, justificando la actitud de conflicto. A mí me gustaría que la lección sea que la Argentina y su gobierno tienen mucho más para ganar bajándose del ring, trabajando en cooperación con el resto del mundo y siendo respetuoso de todos sus compromisos (incluso el de decir la verdad)”, concluye Sturzenegger. Nada dice del 93 por ciento de acreedores que aceptaron la reestructuración de la deuda, ni que los fondos buitre lo son justamente porque especulan comprando bonos basura, presionan de todas las maneras posibles y buscan cobrar la totalidad del título como si hubieran sido inversores genuinos estafados en su buena fe. Eso sería decir la verdad, sin entrar en el debate sobre la responsabilidad de un inversor “genuino” que compra un bono riesgoso, con alto rendimiento, y después le toca “perder”.

En la prensa dominante, columnistas y economistas ortodoxos fueron críticos de la estrategia del Gobierno de plantear una reestructuración dura de la deuda y lo son ahora por negarse a negociar con los fondos buitre. Hace dos semanas pudo leerse en Clarín un reproche por el embargo de la Fragata Libertad: “El Gobierno decidió gambetear esa deuda y ahora se enfrenta con el buque escuela frenado en un puerto africano”. Y seguía con el consejo habitual: “Banqueros memoriosos recuerdan el conflicto que Brasil vivió en 1993 con el fondo Elliot. Lo resolvió negociando un bono de largo plazo y dio por terminado el conflicto. En el mundo financiero real las deudas, de alguna forma, se terminan pagando. De lo contrario, los fondos buitre tienen mucho tiempo para generar complicaciones costosas”.

En el diario El Cronista, Diego Ferro, CEO de un fondo de inversión de alto riesgo, planteaba ayer las ventajas de arreglar con los buitres, como una reducción del riesgo país y el reingreso al mercado de capitales internacional. Además, advertía: “Es muy difícil que los holdouts no terminen cobrando lo que reclaman”.

La expresión “quinta columna” surgió en 1936 durante la Guerra Civil Española. Se le atribuye al general Emilio Mola, quien conspiraba contra el gobierno del Frente Popular. En una declaración radial, el golpista anunció que marcharía hacia Madrid con cuatro columnas de combatientes, mientras que en la capital había una quinta que ya estaba trabajando clandestinamente en pro de la victoria rebelde. “La expresión se usa desde entonces para designar, en una situación de confrontación, a un sector de la población, generalmente minoritario, que mantiene supuestas lealtades hacia el bando enemigo, debido a motivos religiosos, económicos, ideológicos o étnicos”, según la rápida explicación de Wikipedia. En la Argentina, los fondos buitre saben de eso.

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